Después de mi, el diluvio
Cristina López G. dice que a pesar de que hoy tenemos "democracias y Repúblicas que buscan limitar el poder de manera que nadie con las riendas de un gobierno consiga emular a Luis XV, ¡qué bola de imitadores las que tiene a lo largo de Latinoamérica, al punto de hacer sus perfiles casi confundibles!"
De su legado, es más fácil recordar sus extravagantes lujos en el uso del poder y no lo que hizo por su país: el derroche de bienes a los que el ciudadano promedio jamás podría tener acceso. Se recuerda de su período con mayor facilidad su despótica actitud y arrogancia y no sus relaciones diplomáticas; viene más rápidamente a la memoria el status de relevancia que le dio de manera escandalosa a sus amantes, al punto de colocarlas, públicamente, para que lo viera el mundo y su esposa, en enormes palacios desde los que ellas continuaban con el derroche. Algunas de ellas llegaron a ejercer influencia sobre él en par con la de sus ministros, afectando la cosa pública con la impunidad que les daba el rango de ser “la favorita”. De sus frases célebres, son aquellas donde recalcó que era él quien mandaba las que se vienen a la mente —ninguna sobre unidad nacional, o liderazgo inspirador, a diferencia de otras figuras históricas en su posición.
Eternamente preocupado por la percepción que de él tenían los demás, demostraba la más fiera intolerancia a cualquier tipo de crítica o rechazo. Esto lo hacía, en lógico contraste, susceptible a halagos y manipulaciones, facilitando que a través de apelaciones a su ego se enquistaran a su alrededor en el poder un círculo de interesados intrigantes y otro tipo de parásitos, que hicieron uso de las leyes a su conveniencia y de los recursos del sufrido pueblo a su antojo.
Difícilmente alguien citará alguna vez sus palabras como ejemplo de un liderazgo público inspirador, e independientemente de cuales hubieren sido sus intenciones durante sus años al poder, no son sus acciones el modelo que se enseña en las escuelas de políticas públicas. De hecho su salida, fue acompañada de celebraciones y festejos por parte del pueblo que consideraba su mandato una opresión y no dejaban de burlarse del hecho de que un hombre tan empequeñecido y mezquino, tuviera una concepción tan trascendental de sí mismo.
Este se trata, por supuesto, de un recuento del triste legado de Luis XV, uno de los últimos reyes absolutistas que plagaron Francia, con su ridícula arrogancia y su carrusel de amantes —como Madame de Pompadour, con rango casi ministerial. El finado rey de Francia, ejerció siempre el poder de manera cortoplacista y centrada únicamente en sí mismo, sin tener consideración alguna por lo que viniera después o las consecuencias de sus nefastas políticas: “Aprés moi, le déluge” (después de mí, el diluvio), dicen que decía.
Y a pesar de que nos separan bastantes kilómetros y de que hemos puesto algunos siglos de por medio construyendo democracias y Repúblicas que buscan limitar el poder de manera que nadie con las riendas de un gobierno consiga emular a Luis XV, ¡qué bola de imitadores las que tiene a lo largo de Latinoamérica, al punto de hacer sus perfiles casi confundibles! Ya sean parecidos casuales o simples imitaciones baratas, nadie puede negar que por lo menos, son completas y al pie de la letra: desde la arrogancia, hasta las amantes, y las celebraciones del pueblo alrededor de sus partidas.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 18 de mayo de 2014.