Desigualdad económica y desigualdad de derechos

Macario Schettino explica que "Durante casi toda la historia humana, y lo que podemos deducir de la prehistoria, la desigualdad no tenía que ver primero con lo económico. Las diferencias eran anteriores, y aunque se reflejaban en el acceso a los recursos, no nacían ahí. Las grandes diferencias en todo ese tiempo tenían su origen en el nacimiento y en la pertenencia a un grupo social determinado".

Por Macario Schettino

En los últimos 200 años, la humanidad ha sufrido una transformación espectacular. La riqueza se ha multiplicado por 80, algo que nunca antes había ocurrido. Esa gran transformación tiene su origen en un cambio en la forma de pensar que tardó siglos en consolidarse y provocar esa explosión. Ese cambio en la forma de pensar no ocurrió en todas partes, y por eso la riqueza tampoco se ha multiplicado igual en todo el planeta. Algo se derrama, y por eso el promedio mejora. Pero para acceder a la verdadera riqueza, primero va ese cambio en la forma de pensar.

Cuando se discute hoy acerca de la política y la economía, en México y en el mundo, se suele olvidar este proceso, que nos hace muy diferentes a lo anterior. Incluso los temas son otros, y son abordados de forma distinta, aunque la pasión y los excesos sean los mismos que compartimos con otros primates.

Recientemente les ha dado por hablar mucho de la desigualdad, y de ahí han pasado a opinar acerca de impuestos, salarios mínimos, y otros temas económicos. Lo que parece que no recuerdan es que la desigualdad económica es algo muy reciente, y no es necesariamente un problema, sino posiblemente un síntoma.

Durante casi toda la historia humana, y lo que podemos deducir de la prehistoria, la desigualdad no tenía que ver primero con lo económico. Las diferencias eran anteriores, y aunque se reflejaban en el acceso a los recursos, no nacían ahí. Las grandes diferencias en todo ese tiempo tenían su origen en el nacimiento y en la pertenencia a un grupo social determinado. Casta, estrato, grupo, determinaban la vida y la muerte. Y claro, también el acceso a la riqueza. En el siglo XIX se pensó que esos estratos tenían su origen en lo económico y lo llamaron clase. Creo que fue un error.

Si bien las diferencias en ingreso y riqueza son importantes, no hay comparación en el costo social que tienen las otras diferencias. En el mundo civilizado, esas diferencias sociales se han ido anulando con el tiempo, permitiendo que cualquier persona, sin importar su origen, pueda competir por el espacio económico o social que quiera. Antes, eso no era posible. Hoy, eso mismo no es posible en muchos lugares del mundo. Destacadamente, en los dos continentes más desiguales en lo económico: África y América Latina.

La desigualdad que hay que eliminar es la que tiene su origen en suponer que los seres humanos somos diferentes de origen, por la familia, color, lenguaje o lo que sea. Cuando esas desigualdades desaparecen, las otras, las económicas, lo van haciendo con el tiempo. En el sentido contrario nunca se avanza, como lo demuestran esos mismos 200 años en nuestro continente.

El salario mínimo es un buen ejemplo. Cuando ese salario es alto, la contratación es costosa, y los empresarios deben seleccionar a quien contratar. No lo hacen por habilidades, sino por preferencias sociales. Hace décadas lo decía Thomas Sowell: el alza del salario mínimo en EE.UU. provocó un mayor desempleo entre la población negra. Dañó a quien buscaba ayudar.

El punto de partida para construir un país civilizado es que nos consideremos todos como iguales. No es un asunto económico, sino de cultura y legalidad. Cuando todos somos iguales, la democracia y la competencia económica son posibles. Cuando unos son mejores que otros, por su nacimiento, color, o la razón que sea, la desigualdad económica y la injusticia no podrán desaparecer.

Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 7 de agosto de 2014.