Dejen el campo
Macario Schettino considera que antes de arruinar los grandes avances del sector agropecuario mexicano, se debería considerar verdaderas soluciones a los 6,5 millones de mexicanos que todavía viven del autoconsumo.
Comentábamos ayer cómo las ideas que uno construye en la juventud deben irse revisando en el tiempo, para confirmar, o revisar, su validez. El ejemplo que utilizamos era una declaración de Andrés Manuel López Obrador acerca del petróleo y el gas, que bien pudo ser acertada en los años setenta, pero no lo es hoy. Lo mismo ocurre, me parece, con muchos otros puntos de vista del Presidente electo. Por el puesto que ocupa, y por el inmenso poder que está acumulando, es indispensable criticarlo. Malos diagnósticos llevan a malas soluciones, y me temo que en esa dirección nos movemos.
Permítame ofrecer otro ejemplo: su preocupación por la autosuficiencia alimentaria, o seguridad alimentaria (nunca ha quedado muy claro a qué se refiere). Se trata también de una interpretación anacrónica. El sector agropecuario en México, en este momento, no parece tener problemas mayores. Como siempre, habrá quien se queje, pero los datos muestran un comportamiento agregado impresionante.
Empiezo por el comercio exterior: antes del TLCAN, teníamos un déficit de dos mil millones de dólares por año, que con variaciones se mantuvo más o menos igual. Con el alza de precio en maíz (por su uso para alcohol como combustible en EE.UU.), el déficit creció, pero en los últimos años no sólo se redujo, sino que ahora tenemos un superávit bastante impresionante: cinco mil millones de dólares en 2017 y apunta para seis mil 500 en éste. Me refiero con ello al sector agropecuario y alimentario, pero si nada más considero los productos del campo, andamos prácticamente tablas. Las grandes importaciones (carne, cereales y oleaginosas) suman 10 mil millones de dólares al año; las exportaciones (frutas, verduras y legumbres), ya están en 12 mil (datos de INEGI).
Pero hay quien no gusta hablar del comercio exterior, sino del consumo de los mexicanos. De acuerdo con la FAO, el consumo promedio de los mexicanos es de tres mil calorías diarias, 92,5 gramos de grasa y 86,5 gramos de proteína. En calorías, es un poco más que antes del TLCAN, pero en grasas y proteínas el incremento es de 14 y 8 por ciento, respectivamente. En promedio, los mexicanos hemos pasado de consumir 61 kilos de productos animales al año, a casi 87 kilos. Sin contar que pasamos de 100 a 112 litros de leche al año, por persona. Es notorio el incremento de 50 por ciento en consumo de carne de puerco y huevo, y más del 100 por ciento en pollo.
En granos, las cosas tampoco están mal. Ciertamente importamos de todo: trigo, arroz y maíz, pero eso no es nada extraordinario, considerando 125 millones de habitantes en un país con orografía e hidrografía bastante complicadas, en donde sólo 22 millones de hectáreas son arables. Aún así, las importaciones de maíz, que son las que a todo mundo preocupan, rondan los nueve millones de toneladas, frente a más de 20 millones de producción interna. Por cierto, 11,5 millones de toneladas son para alimento animal y no para consumo humano, por eso de que asocian soberanía con tortilla (cuando no la asocian al petróleo). Trigo y arroz sí se importan en grandes cantidades, pero es curioso que exportamos trigo, convertido en otros alimentos, por 1,5 millones de toneladas, que no es poco.
Después de 25 años de TLCAN, el campo mexicano es totalmente distinto. Como todo, tiene cosas buenas y malas. La pobreza de 6,5 millones de mexicanos que viven de autoconsumo es una tragedia, pero no es un asunto de soberanía ni seguridad ni autosuficiencia. Enfrentemos entonces ese problema con soluciones de verdad, y dejemos que el campo moderno y competitivo siga haciendo lo suyo. Insisto, antes de plantear soluciones, hay que actualizar un poco la mente, no hace daño.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 21 de agosto de 2018.