Debilidad estructural

Isaac Katz dice que si bien México avanzó hacia la modernización de su economía con la apertura comercial, la reforma del sistema de pensiones y la autonomía del banco central, quedaron pendientes la reforma laboral y tributaria.

Por Isaac Katz

A pesar del potencial que México tiene para llegar a ser un país con altos niveles de desarrollo económico que incluye no solo un elevado nivel de ingreso agregado y por habitante, sino también otras dimensiones como son mayor equidad en la distribución personal - familiar de ese ingreso, seguridad personal y sobre la propiedad, alta calidad medioambiental de los lugares de residencia, etcétera seguimos siendo, a dos siglos de la consumación de la independencia, un país de desarrollo medio, notoriamente inequitativo y con un creciente deterioro en las condiciones generales de vida.

La explicación de tan pobre desempeño radica en realidad en una sola cosa: la debilidad institucional estructural que tiene México y que, por lo mismo, no ha provisto los incentivos correctos y alineados con el objetivo de altas y sostenidas tasas de crecimiento económico. Si alguna lección extraemos de la experiencia histórica mundial es que no se pueden lograr niveles elevados de desarrollo si no hay un proceso caracterizado por la acumulación continua de capital físico y, sobre todo, del incremento del capital humano de alta calidad en un sistema educativo expresamente diseñado para tal fin. Se requiere, además, que este mayor acervo de capital físico y humano se acompañe de un continuo cambio tecnológico que incremente la productividad factorial total.

Visto de esta manera, el diseño del arreglo institucional que incluye a las personas/ familias, a las organizaciones (empresas, sindicatos, escuelas, gobierno, etcétera) y las reglas del juego bajo las cuales interactúan (leyes y reglamentos) tiene que ser tal que incentive la inversión física, humana y el cambio tecnológico. Así, lo crucial para lograr un proceso sostenido de desarrollo es que las instituciones y sobre todo las reglas sean eficientes brindando, simultáneamente, certeza de que estas serán acatadas y de que habrá mecanismos transparentes, eficientes y eficaces de penalización en caso de que se violenten. Y esto es de lo que históricamente México ha carecido.

Después del desastre que representó la gestión gubernamental durante la “docena trágica” de Echeverría y López Portillo y la década perdida de los ochenta que le siguió al haber perdido México el acceso a los mercados internacionales de capitales como consecuencia de tal desastre, era claro que había que trabajar para construir un nuevo arreglo institucional. El primer paso fue la decisión del gobierno de iniciar un proceso de apertura de la economía al adherirse al GATT en 1986 y la renegociación de la deuda externa en 1989 y 1990. Destacan, posteriormente, cambios significativos trascendentales como la autonomía del Banco de México en 1993, la entrada en vigor en 1994 del TLCAN, la creación de organismos de competencia (hoy IFT y Cofece), el INAI, la reforma del Poder Judicial de la Federación y la reforma del sistema de pensiones qué pasó de un sistema de beneficios definidos a uno de contribuciones definidas y que definió los derechos de propiedad para cada trabajador de los recursos para su retiro.

Todos estos cambios en el arreglo institucional fueron en la dirección correcta y con el objetivo de hacer a la economía más eficiente tal que ello se tradujera en mayor acumulación de capital y la modernización tecnológica y, en consecuencia, en mayor crecimiento y desarrollo económico. Hubo sin embargo dos cambios cruciales que no se hicieron: la reforma laboral y de seguridad social que hiciera a este mercado más moderno y eficiente y la tributaria que fortaleciera estructuralmente las finanzas públicas.

Reformas incompletas se tradujeron en consecuencia en tres “dos Méxicos”: a) el México TLCAN/T-MEC moderno y con altas tasas de crecimiento y el México aislado y estancado; b) el México del centro - norte (el TLCAN) y el México sur (el aislado y estancado); y, c) el México laboral formal (45% de la fuerza laboral) y el México laboral informal sin acceso a la seguridad social. Un Mexico partido.

El presidente López Obrador podía haber elegido seguir en el camino de la modernización, incorporando a esos “tres Méxicos” rezagados al proceso de desarrollo. Por el contrario, por su enfermiza ansia de acumulación del poder y con una visión anquilosada del mundo, eligió debilitar y casi destruir el arreglo institucional moderno incluso poniendo en peligro, por un odio enfermizo que le tiene a EE.UU., a la principal fuente de crecimiento que es el T-MEC. El resultado de sus acciones está a la vista: una economía que es hoy estructuralmente más débil que hace cuatro años y, por lo mismo, con una menor capacidad de desarrollo. Esa será, entre muchas otras, una de sus herencias negativas que le deje a México.

Este artículo fue publicado originalmente en El Economista (México) el 3 de abril de 2023.