De la educación inicial a la universitaria

Víctor Pavón explica que se pueden esperar pocos avances en la calidad de la educación superior siempre y cuando no se mejore la calidad de la educación básica, introduciendo en ella mejores incentivos.

Por Víctor Pavón

Los cambios en el stock de conocimiento que hoy forma parte del estudio de la economía con la educación, tienen a las escuelas y universidades como su principal fuente de formación. En el estamento universitario, sin embargo, resultan difíciles sus estándares de calidad mientras se tenga una educación inicial como la nuestra carente de valores pedagógicos y de recursos humanos como financieros. Este es el punto de partida. Podemos hacer el salto cualitativo.

Para lograr el cometido de una mejor educación inicial, el propio Ministerio de Educación y Cultura (MEC) de Paraguay, deberá modificar su estructura organizativa y estilo de gestión. Mejor aún, se la debería eliminar y dejar que las escuelas y colegios se oferten bajo los auspicios de la libertad de contratación, de manera a que sean los padres y profesores los que mediante acuerdos voluntarios logren lo mejor para los niños y jóvenes.

Y si bien lo anterior sería lo mejor, no obstante, estos cambios requerirán de tiempo, especialmente en países como Paraguay donde el estatismo se encuentra vigente. Lo que hoy tenemos es un MEC que concibe el proceso educativo como una masificación cuyo propósito consiste en contar en las aulas con cada vez más alumnos para así llenar las estadísticas de inserción escolar, pero, desconsiderando que las aulas tienen ¡un profesor!,

El docente es la figura angular en la educación. No hace mucho en EE.UU. se constató que muchos egresados de colegios secundarios eran analfabetos funcionales y mucho se debía a sus profesores. Creer que aquí en nuestro país es diferente sería iluso. El docente deberá no solo entender lo que enseña sino también saber motivar a sus alumnos a ser mejores que él.

En nuestras aulas podemos constatar que predomina la escasa autoridad persuasiva del profesor. Es como mal vista aquella autoridad, mientras que el alumno puede perjudicar el ritmo de la clase hasta faltar el respeto. El sistema educativo, además, cuenta con requisitos mínimos de accesibilidad a la carrera de docente. Los programas de estudios han relegado la sustancia misma de la educación: la cultura, la filosofía, la redacción, la historia nacional y de la civilización.

Prueban esta aseveración los pésimos resultados en uno de los últimos concursos públicos. De cada 10 postulantes, apenas 3 lograron el mínimo requerido. Muy diferente a esta tendencia es lo que ocurre en Finlandia, por citar un ejemplo actual. Con notas de acceso de 9, con un grado de maestría posterior e inexcusable para mantenerse en el cargo mediante lo que se llama la formación continua para adaptar al profesor a las mejoras y avances en las materias.

El sistema educativo en aquel país tiende así hacia la excelencia. Esto es así porque si el docente no avanza en su formación continua, inmediatamente pierde su permanencia en el cargo. La dejadez y el parasitismo se castigan por la vara del mérito.

Nuestro sistema educativo no cuenta en su propia matriz con incentivos de competencia entre las escuelas y colegios estatales, cuando que es el hecho motivador para una demanda cada vez más insatisfecha de calidad. Y esto no es culpa de los directivos, docentes y padres de alumnos, sino porque las instituciones están subordinadas a normas burocráticas conspiratorias contra el mérito y la innovación que provienen de un Ministerio de Educación desfasado, como bien lo prueban sus lamentables infraestructuras. La educación inicial requiere de cambios profundos para que la universidad se vea afectada.