Darle más dólares al FMI es una mala idea

Dalibor Rohac dice que "Se puede argumentar que las garantías implícitas a las instituciones financieras y gobiernos, y la idea de 'demasiado grande para fracasar', han tenido inmensos costos económicos y sociales en ambos lados del Atlántico. En ese caso, podría ser hora de empezar a ver al FMI y a sus actividades de crédito como parte del problema, en lugar de verlos como parte de la solución para nuestros problemas económicos".

Por Dalibor Rohac

Hay una creciente presión sobre EE.UU. para que ratifique la reforma al Fondo Monetario Internacional, que la administración Obama introdujo el mes pasado en el congreso, sin éxito, para que fuera aprobada. El congreso debería reflexionar profundamente antes de aprobar la reforma —principalmente porque comprende duplicar la cantidad que EE.UU. le deberá al FMI— también conocida como la “cuota”.

Todo esto sucede dos años después de que los miembros del FMI acordaron duplicar la cantidad total de sus cuotas —los recursos que los países miembros están obligados a contribuir. Dado que el gobierno estadounidense tiene una porción significativa de los votos en el FMI, su aprobación es necesaria para que el cambio entre en efecto. La propuesta conduciría a un aumento permanente e históricamente sin precedente de los recursos disponibles para el FMI —y, de hecho, para cualquier organización internacional. La mera magnitud es impresionante. De ser aprobada, esta reforma le daría al FMI acceso a alrededor de $734.000 millones para realizar préstamos, además de cantidades considerables a las que el FMI puede acceder a través de otros canales.

Hasta ahora, la mayoría de los analistas se han enfocado en cómo las nuevas cuotas, que también determinan el poder de votación de los países dentro de la organización, serán asignadas entre los países miembros, aumentando el peso relativo de las economías emergentes. Aún así, esta es simplemente una distracción de un aumento de financiamiento sin precedentes en la historia de cualquier burocracia internacional.

El Departamento del Tesoro argumenta que el aumento no le costará al contribuyente estadounidense. Considera que los $65.000 millones, que se destinarían a incrementar la cuota de EE.UU. en el FMI, simplemente será reasignada de otro compromiso de financiamiento, que el gobierno obtuvo en 2009 en la cumbre del G-20 en Londres y que el congreso aprobó poco después.

La presentación del aumento de la cuota como algo fiscalmente neutral no es precisa. El compromiso de 2009 se realizó en virtud de un esquema denominado “Nuevas Disposiciones para Realizar Préstamos” que le permiten al FMI prestar dinero de sus miembros, luego de obtener la aprobación de 85 por ciento de los países miembros. En cambio, las contribuciones de las cuotas vienen al FMI sin condición alguna.

Incluso si uno cree que el FMI tiene un rol importante que jugar en combatir las crisis alrededor del mundo, no queda claro cuál es la razón para aumentar permanentemente los recursos del fondo. En 2009, la capacidad de conceder préstamos del FMI fue triplicada, de $250.000 millones a $750.000 millones. Este aumento fue aprobado con un margen muy estrecho en el congreso en junio de 2009, en medio de miedos acerca de un colapso financiero global. Cuatro años después, uno se pregunta, qué tanta diferencia han marcado los préstamos del FMI.

Una porción considerable del financiamiento adicional fue dirigida a las economías en problemas de Europa. Letonia, que recibió un préstamo del FMI, es citada como una historia de éxito. De hecho, el gobierno letón implementó reformas profundas y pusieron a la economía en curso de recuperación en un periodo de tiempo notablemente breve.

Sin embargo, también lo hicieron así otros países bálticos, principalmente Estonia, que no recibió financiamiento del FMI. A lo largo de la región báltica, muchos tenían la determinación de combatir la crisis financiera mediante una combinación de profundos recortes en el presupuesto y unas reformas estructurales atrevidas. El préstamo a Letonia de $2.350 millones fue relativamente pequeño, especialmente comparado con las actividades del fondo en Portugal, Grecia e Irlanda.

El año pasado, Grecia recibió un préstamo del FMI de $36.000 millones, luego de una serie de paquetes de rescate provistos por la Unión Europea y el FMI. Hay mucho menos que mostrar aquí por este costoso gasto.

Con el desempleo por encima de 26 por ciento, cuatro años consecutivos de crecimiento negativo y sin haber implementado siquiera una reforma seria e irreversible, todavía no queda claro qué tan grande tendría que ser el rescate que Grecia necesita para salir del agujero negro en el que se encuentra. Mientras que Portugal e Irlanda no están ni remotamente cerca del desastre que Grecia es, nadie ha ofrecido una explicación creíble de lo que sus actuales líneas de crédito con el FMI —alrededor de $33.800 millones y $29.300 millones, respectivamente— le han comprado al contribuyente estadounidense. La crisis de la deuda en Europa, así como también los efectos prolongados de la crisis financiera de 2008, deberían servir como una oportunidad para reconsiderar el rol de la política pública cuando se trata de fomentar la responsabilidad fiscal y financiera. Se puede argumentar que las garantías implícitas a las instituciones financieras y gobiernos, y la idea de “demasiado grande para fracasar”, han tenido inmensos costos económicos y sociales en ambos lados del Atlántico. En ese caso, podría ser el momento de empezar a ver al FMI y a sus préstamos como parte del problema, en lugar de verlos como parte de la solución para nuestros problemas económicos.

Este artículo fue publicado originalmente en Washington Times (EE.UU.) el 4 de abril de 2013.