¿Da el ingreso felicidad?

Manuel Sánchez González dice que impulsar el crecimiento económico es una potente estrategia para lograr una mayor satisfacción entre todos los ciudadanos, sin importar su estrato social.

Por Manuel Sánchez González

Esta pregunta es relevante, por lo menos, por dos razones. La primera es que todas las personas buscan ser felices. Así, entender los determinantes de la felicidad puede ser de utilidad. 

La segunda es que cualquier política económica tiene como objetivo último acrecentar el bienestar de la sociedad, lo que puede expresarse como una mayor felicidad de sus habitantes. 

Ante las dificultades de medición, en la práctica la evaluación del avance en el bienestar social se ha realizado mediante indicadores indirectos, los cuales pueden cuantificarse objetivamente y, presumiblemente, tienen una contribución positiva sobre el mismo.

Con mucho, la variable más utilizada ha sido el nivel de ingreso. Su pertinencia es evidente al poderse medir precisamente y reflejar la capacidad de las personas de adquirir bienes y servicios, los cuales pueden satisfacer una gran parte de sus necesidades y deseos.

Si bien esta asociación es razonable, persiste la incógnita sobre si, en balance, el rico vive más feliz que el pobre y si los ciudadanos de naciones más avanzados son más felices que los de aquellas con menor nivel de desarrollo. 

En la resolución de este enigma influyen, con alguna frecuencia, imágenes extraídas de la literatura y de las artes, que subliman el estado básico de la naturaleza como entorno ideal del ser humano. Con ello, a veces se cuestiona la capacidad de los resultados del progreso para hacer dichosas a las personas.

El debate sobre la relación entre ingreso y bienestar se ha extendido a los expertos. El enfoque ha sido explorar esa posible coincidencia utilizando datos de encuestas sobre el grado de satisfacción de los individuos con su vida. 

Obviamente, esta metodología comparte los problemas típicos de las entrevistas. Son subjetivas y, por ende, pueden reflejar diferentes nociones de felicidad, además de que están condicionadas por la terminología de las preguntas y la escala para las posibles respuestas, entre otras limitaciones.

Utilizando este enfoque, en 1974 el economista Richard A. Easterlin postuló que, en promedio, un mayor ingreso no aumenta el bienestar social. Esta afirmación, conocida como la paradoja de Easterlin, ha sido explorada por estudios posteriores y ampliamente refutada. 

En particular, la evidencia empírica ha revelado que, dentro de los países, existe una relación positiva entre el bienestar y el ingreso de las personas. Es decir, los individuos ricos tienden a expresar un mayor nivel de satisfacción con sus vidas que los pobres.

Un punto interesante es que no parece existir un punto de 'saciedad', es decir, un nivel más allá del cual, un mayor ingreso no propicie más felicidad. Los datos sugieren que la capacidad del ingreso de contribuir al bienestar no tiene límites.

Más aún, la asociación positiva entre ingreso y bienestar se observa para los promedios entre países, así como para estos indicadores en las naciones particulares a lo largo del tiempo.

En otras palabras, un mayor progreso económico tiende a estar asociado con un bienestar superior, tanto en comparaciones internacionales, así como en la evolución de las economías. Estas relaciones se confirman utilizando diferentes encuestas y conceptos de bienestar. 

Lo anterior no significa que el ingreso sea el único determinante de la felicidad. Por ejemplo, en el ordenamiento internacional publicado en el Informe Mundial sobre Felicidad 2017, auspiciado por las Naciones Unidas, además del PIB por habitante, se destaca el papel que sobre la felicidad pueden tener otros indicadores, como la esperanza de vida, la libertad de elegir y el apoyo social.

Empero, la confirmación de la relevancia del ingreso en el bienestar subjetivo tiene implicaciones sustantivas para la política económica. Por una parte, impulsar el crecimiento económico es una estrategia potente para propiciar una mayor satisfacción entre todos los ciudadanos, independientemente de su estrato social.

Por otra, las medidas redistributivas basadas en el supuesto de una utilidad decreciente con el ingreso no se encuentran claramente fundamentadas. En particular, las iniciativas de impuestos progresivos sobre la renta deberían justificarse en términos diferentes a los del bienestar.

Lo anterior se complica por el hecho de que, en cualquier sociedad, la estructura del ingreso refleja no sólo las oportunidades sino la elección de los individuos sobre en qué y cuánto trabajar. 

La buena noticia es que la solidaridad y la filantropía parecen aumentar con el nivel de prosperidad de las naciones. 

Felices fiestas.

Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 27 de diciembre de 2017.