Cultura y capitalismo

Carlos Rodríguez Braun explica que en el mercado nuestras compensaciones corresponden a nuestra productividad y a la demanda social.

Por Carlos Rodríguez Braun

No abundan los escritores capaces de reconocer que el anticapitalismo en realidad es hostil a la clase obrera. Lo subrayó Manuel Vilas en El País, con loables palabras: “El menosprecio al capitalismo acaba así en desprecio por el mundo del trabajo, por el desprecio a los trabajadores. En el mundo de la cultura el menosprecio del capitalismo es moneda común, pero acaba siendo un acto reaccionario e infantil, lleno de pereza intelectual”.

Tras este alentador comienzo, empero, el señor Vilas incurre en tópicos del pensamiento único en economía, al hablar de que las grandes fortunas son “obscenas”, y especialmente en su falta de comprensión de la economía de mercado: ”A mi amigo el escritor y cineasta mexicano Guillermo Arriaga un periodista le preguntó que en qué se notaba la diferencia entre el cine y la literatura y contestó que en los hoteles en donde lo alojaban. No era una respuesta anecdótica; era precisa, extremadamente inapelable. El éxito de un escritor nunca será el mismo que el de un director de cine como el de un director de cine no será el mismo que el de una estrella del rock. Es el malvado capitalismo, que divide las artes antes de que lo hagan nuestros más preclaros teóricos de la cultura… Solo la poesía está fuera del capitalismo porque no vale ni 10 céntimos de euro”.

Pero ni el capitalismo es malvado ni la poesía está fuera del capitalismo. En el mercado nuestras retribuciones están en función de nuestra productividad, por un lado, y de la demanda social, por el otro. Esto no es malo. Lo que en realidad es malo es lo contrario, es decir, que nuestros ingresos sean independientes de la productividad y de las peticiones de nuestros conciudadanos. Esto solo sucede cuando la coacción impide el comercio, como en el amplio abanico de los sistemas antiliberales, cuyo intervencionismo oscila entre las modernas democracias redistribuidoras y las variantes más extremas del fascismo y el comunismo. Dejando aparte los totalitarismos, no es evidente por qué la libre elección de la gente va a ser menos preferible que cuando es sustituida por los dictados de políticos, burócratas y grupos de presión.

Por fin, si un poeta gana menos que una estrella de rock eso no representa ninguna condena al capitalismo, siempre que el pueblo prefiera libremente a la estrella que al bardo.

Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 30 de octubre de 2022.