Culto a la personalidad
Manuel Suárez-Mier reseña el libro recientemente publicado por Frank Dikötter acerca de cómo tomó forma el culto a la personalidad de los líderes autoritarios en el siglo XX.
El historiador holandés Frank Dikötter recién terminó un libro (How to be a Dictator: The Cult of Personality in the Twentieth Century, Bloomsbury Press, 2019) esencial en esta época en la que brotan como hongos aspirantes a autócratas en todo el mundo.Se trata del análisis del culto a la personalidad de ocho dictadores que ocuparon sitios estelares y sanguinarios en la historia de sus países.
El culto a la personalidad del dictador varía en cada caso, pero tiene elementos en común que el autor va descifrando para Mussolini, Hitler, Stalin, Mao, Kim-Il-Sung, fundador de su dinastía en Norcorea, Duvalier en Haití, Ceausescu de Rumania y Mengistu de Etiopía.
Ningún dictador puede gobernar sólo con el temor y la violencia, pues el tirano que consigue ser aclamado al crear la ilusión de un gran apoyo popular, perdura más que quien toma el poder a secas. Cientos de millones fueron forzados al entusiasmo, al tiempo que eran empujados por la senda de la esclavitud.
Orwell nos enseñó que el SOCING –acrónimo de socialismo inglés, ideología de "El Partido" en su distopia 1984– no tiene ideología y que sólo existe lo que afirma ahora, que puede cambiar a cada momento. Dikötter dice que las dictaduras del siglo XX carecían de un núcleo ideológico y eran sólo los caprichos del líder.
Por ejemplo, el nazismo no tenía una doctrina coherente y era una mescolanza de antisemitismo, nacionalismo, neopaganismo, etc., pero su esencia queda encapsulada en el refrán: “El Führer Siempre Tiene la Razón”. El Partido Nacionalsocialista-Obrero-Alemán se autonombraba el "Movimiento de Hitler".
El fascismo italiano era igual de vacuo y su eslogan fue análogo al del nazismo. Mussolini afirmaba que “nosotros no creemos en programas dogmáticos, en esquemas rígidos que son incapaces de contener y retar a una realidad compleja, incierta y que se transforma constantemente.” ¿A eso se le llama pragmatismo?
El autor señala que la ausencia de ideología es más compleja en los regímenes comunistas por sus vínculos con el marxismo, aunque están más cerca da la “vanguardia revolucionaria” de Lenin, que se inspiró en los textos de Marx. Los dogmas llevan a cismas ideológicos, pues siempre habrá exégesis opuestas a la versión oficial, como muestra la historia del socialismo aplicado.
Es por ello que al carecer de toda substancia, los cultos a la personalidad son más confiables, por lo que los dictadores corrompieron el dogma y lo adaptaron como que se les vino en gana, de tal forma que el marxismo se volvió lo que el dictador quiso. El autor muestra las similitudes y diferencias en cada caso.
Ya habrá ocasión de revisar este gran texto en detalle, pero parece útil hoy citar el vínculo de los dictadores con la Deidad: los nazis usaron símbolos cristianos y Hitler se declaró ejecutor de la Providencia; Mussolini y Ceausescu posaban como semi-Dioses, a la usanza romana; Stalin alentó el endiosamiento de Lenin; al morir Kim, el régimen lo declaró “vivo por la eternidad” y gobierna en su nieto.
Este artículo fue publicado originalmente en Excélsior (México) el 3 de octubre de 2019.