Cuba y las elecciones en EE.UU.
Oscar Espinosa Chepe dice que "es muy probable que, ya sea con el demócrata Obama o el republicano McCain, haya cambios en la política estadounidense, a no ser que nuevamente el Gobierno cubano provoque una crisis que impida el avance del proceso de normalización".
En los primeros días de noviembre se celebrarán elecciones en Estados Unidos para escoger un nuevo presidente. Por razones históricas, geopolíticas y culturales, ese proceso realizado a 90 millas de sus costas siempre ha generado amplias expectativas en Cuba. Pero en esta oportunidad la atención es mayor, pues el nuevo presidente podría introducir cambios sustanciales en la política exterior estadounidense con amplia incidencia en el futuro de la isla. Tanto el candidato demócrata, Barack Obama, como el republicano, John McCain, han visitado Florida desde el inicio de la campaña y expuesto sus ideas sobre las relaciones con la mayor de las Antillas en caso de ganar.
Tanto Fidel Castro como Armando Hart han arremetido contra las propuestas del demócrata. Las nuevas generaciones de cubano-americanos no están dominadas por el odio político. En especial Obama ha creado esperanzas de una mejoría radical en las relaciones. Su promesa de eliminar las limitaciones a los cubanos-americanos para viajar y enviar remesas a los familiares, establecidas por la Administración de George W. Bush, representa un gran aliento para fortalecer la unidad nacional cubana tan necesaria hoy. Además del contenido humanitario de esa decisión, podría incrementar la influencia de las ideas democráticas en un país dominado por el totalitarismo durante casi 50 años. Asimismo, la intención de Obama de desarrollar una política más flexible y creativa hacia Cuba, con un papel más activo de la diplomacia, incluida la posibilidad de establecer contactos entre su Administración y el Gobierno cubano, contribuiría a reducir las tensiones entre ambos países, una crispación que siempre ha sido utilizada por los elementos extremistas del régimen castrista. No por casualidad, el mismo Fidel Castro atacó fuertemente las propuestas formuladas por el candidato demócrata el pasado 23 de mayo, al reunirse en Miami con un amplio espectro de la comunidad cubano-americana. Fidel Castro dijo que "el discurso del candidato Obama se puede traducir en una fórmula de hambre para la nación, las remesas como limosnas y las visitas como propaganda para el consumismo y el modo de vida insostenible que lo sustenta".
La arremetida contra el senador de Illinois ha sido continuada por otros ideólogos como Armando Hart, quien ha llamado a rebato ante el inminente peligro de su victoria, que podría significar la llegada a Cuba de cientos de miles de cubano-americanos, e influir considerablemente sobre una población muy decepcionada por una crisis que parece no tener fin y un ambiente de creciente frustración. Las autoridades cubanas recuerdan bien los problemas políticos ocasionados por la llegada masiva de los emigrados cubanos en 1979. En esa oportunidad la población conoció a través de los recién llegados que si en Estados Unidos se trabaja diligentemente, los beneficios son apreciables. Pero, además de los testimonios sobre los avances logrados en tierra enemiga por parientes y amigos, recibieron también pruebas más concretas en forma de ayudas, con lo cual terminaron los años de falsedades sobre los "sufrimientos y explotación" de los compatriotas residentes en la nación vecina. Entonces, el régimen era más fuerte y contaba con la inmensa subvención del bloque soviético. Hoy, en adición al crecimiento y acumulación de graves problemas en Cuba, la comunidad cubana en el exterior es más numerosa y exitosa que en 1979.
Además, el hecho de que EE.UU. pudiera elegir a un presidente negro sería el puntillazo a la vieja campaña sobre la discriminación racial en esa nación, que durante algunos años tuvo cierto éxito entre los cubanos, que en un 33,0% son negros o mestizos, según el último censo, índice que algunos analistas estiman superior.
Por su parte, McCain, en su visita a la Florida, prometió proseguir las fracasadas políticas hacia Cuba, sólo efectivas en 50 años de aplicación para servir de coartada al totalitarismo caribeño. La inflexibilidad mostrada por el senador de Arizona, quizás más por razones electorales que por convicción propia, resulta una esperanza para los sectores inmovilistas del Gobierno, preocupados por la posibilidad de perder la justificación que tan bien les ha servido para enmascarar el desastre nacional.
El clima de confrontación y odio contra un supuesto enemigo externo es oxígeno para el totalitarismo, mucho más cuando se acrecientan las presiones en toda la sociedad cubana por los cambios estructurales y de conceptos que auguró Raúl Castro en su discurso del 26 de julio de 2007.
De todos modos, no existe garantía alguna de que McCain se comporte con la dureza prometida. Posiblemente, en caso de ganar, él también intente realizar cambios en la política estadounidense hacia Cuba. Existen factores que pueden promover ajustes. En primer lugar, el peso del sector duro del exilio en Florida podría reducirse como resultado de las elecciones, por el surgimiento de políticos cubano-americanos más pragmáticos y racionales.
Las nuevas generaciones de cubano-americanos no están cargadas del odio visceral que impide razonar y escoger las mejores opciones políticas. El balance de poder en el decisivo Estado de Florida podría cambiar e incidir positivamente en las decisiones federales, máxime con un político experimentado como McCain, que en cierta medida ha querido distanciarse en muchos aspectos de la Administración de Bush.
A ello se suma su firme posición respecto a la disminución de la dependencia del país de los combustibles externos, que lo ha llevado a defender las prospecciones petroleras cerca de las costas estadounidenses, en contraposición con quienes temen por los daños que quizás ocasionarían al turismo y el medio ambiente. Por ello, tendría sentido que apoyara a las compañías petroleras para llegar a acuerdos con las autoridades cubanas a fin de explotar los recursos petrolíferos en las aguas jurisdiccionales de la isla. Sería un contrasentido que EE.UU., necesitado de combustible, no participara en yacimientos tan próximos a sus costas. Para Cuba, y en particular para el sector más reformista del Gobierno, podría ser de interés la participación de compañías estadounidenses —asociadas con las de otras naciones—, con sus considerables recursos y conocimientos en la prospección y extracción de petróleo en las aguas profundas del golfo de México. Por supuesto, para lograrlo habrá que reducir considerablemente el nivel de confrontación política entre ambos países.
A pesar del continuado rechazo de la Administración de Bush al Gobierno de La Habana y a los discursos reformistas de Raúl Castro, en los últimos ocho años también han sucedido cambios no resaltados suficientemente. Así, a partir de 2001, cuando se permitió la venta de alimentos y medicinas a Cuba, a pesar de todas las restricciones vigentes, Estados Unidos se ha convertido en el principal suministrador de alimentos, con alrededor del 35,0% de las importaciones cubanas. Por el alto monto de esas compras, en el intercambio total de bienes EE.UU. ocupó el séptimo lugar en el 2006, con tendencia a aumentar. A esto se agrega su predominio en la emisión de remesas, estimadas en $1.000 millones anuales en conjunto, así como su decisiva participación en la actividad de telecomunicaciones de la isla con el exterior.
Teniendo en cuenta todas esas circunstancias, es muy probable que, ya sea con el demócrata Obama o el republicano McCain, haya cambios en la política estadounidense, a no ser que nuevamente el Gobierno cubano provoque una crisis que impida el avance del proceso de normalización. De todas formas, la posibilidad de maniobra para lesionar esa perspectiva es menor, debido al deseo y la necesidad de transformaciones existentes en Cuba. Esto se ha reflejado en la simpatía de la población hacia las declaraciones de Obama.
EE.UU. tiene un papel decisivo en nuestro planeta por su supremacía económica, nivel científico-técnico y potencial militar, entre otros factores. Por ello resulta una excelente noticia la posibilidad de que en las próximas elecciones emerja una Administración acorde con su grandeza, que asuma un papel internacional de mayor flexibilidad y cooperación bilateral y multilateral, con una activa participación en la resolución de los retos del mundo globalizado. A esos deseos de una imagen renovada de EE.UU. en los asuntos internacionales nos sumamos los cubanos, conscientes de que, aunque tengamos la máxima responsabilidad en la solución de nuestros problemas, merecemos la solidaridad de otros pueblos, en especial de aquellos a los que nos unen vínculos históricos, culturales y de vecindad.
Este artículo fue publicado originalmente en El País (España) el 9 de septiembre de 2008.