Cuando el FMI extiende un abrazo

Por Alan Reynolds

Miles de manifestantes alocados trataron de detener el tráfico de Washington, DC hace un par de semanas. Esa fue una violación a la libertad de tránsito imperdonable, pero aún así, provocó sentimientos encontrados. Por un lado, cualquier cosa que retrase al gobierno es, por lo general, algo bueno. Por el otro, estos pendencieros concentraron su ira en el Fondo Monetario Internacional (FMI)-un blanco tentador.

El mundo sería un lugar mucho más placentero si alguien despidiera a los 2600 empleados sobrepagados del FMI y convirtiera sus imponentes oficinas en un gigantesco centro comercial.

El Fondo se auto-nombró planificador económico central del mundo, dedicado a enderezar lo que éste llama "desequilibrios." Sin embargo, durante las llamaradas económicas que siempre los asombra, los bomberos del FMI tienen la desdichada tendencia de tratar de extinguir el fuego con gasolina.

En 1997 y 1998 hubo muchas predicciones fatalistas de que a dichas economías les tomaría décadas el recuperarse. Aún así, Asia y Rusia se levantaron rápida y vigorosamente, a pesar de algún torpe manoseo externo (tal y como el FMI demandando mayores impuestos en Tailandia). Los países que rechazaron los préstamos y las políticas del Fondo, como Malasia, se recuperaron, así como aquellos que probaron el elixir siniestro.

Las crisis siempre han sido temporales, lo que le permite al vocero del FMI asumir el crédito por las alzas y nunca por las bajas. Cuando se analizan las situaciones con mayor detalle, uno descubre que generalmente la realidad es lo contrario. Yo estudié el record del Fondo a través de los noventa en un capítulo de "Money and the Nation State", un volumen de 1998 editado por Kevin Dowd y Richard Timberlake. Encontré que las condiciones del FMI de aumentar los impuestos y devaluar la moneda siempre habían contribuido a las crisis, mientras que las políticas que sacaron a los países de las mismas-y que incluso crearon "milagros económicos"-siempre fueron concebidas domésticamente.

El FMI ordenó devaluaciones monetarias masivas y mayores impuestos y aranceles a Corea del Sur en 1980, a Chile y Mauricio en 1982, y a Jamaica en 1978 y 1983. En cada caso, el resultado predecible fue un colapso profundo de la producción y el empleo, y un alto incremento de la inflación. Por ejemplo, la economía surcoreana se encogió en un 5% en 1980 y la inflación saltó al 35%. El Fondo orgullosamente señala que, a pesar de todo, el déficit comercial "mejoró"-lo que únicamente prueba que economías devastadas no pueden costearse la importación de bienes esenciales.

Una vez libradas del abrazo estilo pitón del FMI, las víctimas reformadas del Fondo adoptan políticas exactamente opuestas. En 1982 Corea del Sur bajó los impuestos sobre los ingresos más altos en 19 puntos porcentuales, para luego recortar la tasa impositiva en la mitad. En 1983 Mauricio rebajó su impuesto más alto de un 70% al 35%. En 1985 Chile redujo su gravamen más alto de un 65% al 35%, redujo aranceles e impuestos corporativos de forma masiva y eliminó los impuestos de la Seguridad Social mediante la privatización. En 1986 Jamaica rebajó su tributo más alto de un 58% al 33%. En 1999 Malasia abolió el impuesto sobre el ingreso de una vez por todas. En el 2001 Rusia adoptó un impuesto general del 13%.

Hoy en día, las políticas del FMI continúan inflingiendo gran dolor, y el alivio todavía viene únicamente cuando dichas políticas son descartadas. Argentina apaciguó al Fondo al decretar considerables aumentos en los impuestos en todos los años desde 1998 hasta el 2001, luego robó a sus ciudadanos en enero pasado al abandonar la promesa de convertir los pesos a dólares en una paridad de 1 a 1. Los resultados de aumentar los impuestos y de devaluar la moneda son hoy en día dolorosamente obvios.

Rusia estuvo bajo el pulgar del FMI desde 1992 hasta el 2000, con los habituales efectos desastrosos. El 16 de julio de 1998 Rusia le prometió al Fondo que "el presupuesto del gobierno federal registraría un superávit primario de al menos un 3% del PIB con el apoyo de las medidas fiscales" (incluyendo un nuevo impuesto de ventas del 5% y un recargo del 3% en los aranceles). Esa lamentable nota de suicidio económico logró atraer otros $21.000 millones en préstamos extranjeros, la mayoría del FMI, pero también provocó un éxodo de capital que empujó a Rusia a un incumplimiento de pago en la deuda y a la devaluación de la moneda cuatro semanas después. La economía se encogió en un 5%.

Una vez librado del programa del FMI, el gobierno de Putin sacó a Rusia del sofocante dominio del Fondo. En el 2001 Rusia decretó un gravamen general del 13% sobre el ingreso individual (bajándolo de un 30%), rebajó los impuestos sobre las ganancias de las corporaciones de un 35% al 24% y disminuyó los tributos sobre la planilla de pagos en 4 puntos. Con más incentivos para trabajar y menos para evadir impuestos, el FMI reconoció de manera renuente que "el desempeño fiscal ha excedido las expectativas." Durante los dos últimos años, Rusia también ha disfrutado de las mayores ganancias mundiales en el mercado de bolsa.

Los países con grandes deudas y muy pocos ingresos no necesitan adeudarse más con el FMI, y no requieren de los bajos ingresos que acompañan a los programas de austeridad del Fondo. Sus empresas y trabajadores deberían ser incentivados a producir más ingresos, no menos. Además, cuando se trata de pagar la deuda, lo que necesitan es mayor trabajo, no rescates financieros adicionales.

Los paquetes de ayuda del FMI hacen que los políticos y banqueros locales sean más descuidados, garantizando mayores problemas en el futuro. Si el Fondo tiene algún papel legítimo que jugar a la hora de prevenir o solucionar las crisis económicas, todavía tiene que demostrarlo.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.