¿Cuándo debería permitirse la discriminación?
Trevor Burrus considera que la intervención estatal no resuelve la discriminación en contra de grupos como la comunidad LGBT y que para buscar liderazgo en estos asuntos es mejor acudir a la sociedad civil.
Por Trevor Burrus
El alboroto sobre la Ley de Restauración de Libertad Religiosa de Indiana (RFRA, por sus siglas en inglés) ha levantado temperatura. Como suele suceder en este tipo de disputas, no solo se malentiende la ley (en inglés), sino que se hace mucha bulla innecesaria (en inglés), y al fin de cuentas, la mayoría de aquellos que debaten no hacen otra cosa más que señalizar sus alianzas tribales (en inglés).
Pero tal vez podemos aprender algo de esta guerra de señalizaciones. La RFRA es atacada por, supuestamente, permitir la discriminación según la orientación sexual y respaldada por argumentos religiosos. Los libertarios/liberales suelen ser bombardeados (en inglés) con preguntas acerca de la discriminación.
Así que permítanme bombardearlo con la siguiente pregunta: ¿bajo qué circunstancias se podría discriminar? ¿En base a qué características debería permitírsele a la gente discriminar en contra (o a favor)? ¿En qué situaciones se podría permitir la discriminación? Parecería que en algunos casos no nos molesta que la gente discrimine, de manera que no puede ser que cualquier tipo de discriminación está mal.
Por ejemplo, si invito a una cena y de forma amable solicito que no venga “ninguna persona de pelo largo, rubia, mayor de 70 o escandinava”, ¿es ilícito hacer este tipo de discriminación? ¿Estamos preparados para decir que discriminar por edad está bien —quién desea un viejito en una fiesta de todas formas— pero que no está bien hacerlo por nacionalidad o por pseudo-nacionalidad como en el caso de los escandinavos? ¿Qué pasa si los escandinavos son marcadamente aburridos en las fiestas?
O tal vez está mal visto cuando hay dinero de por medio. ¿Qué tal si le pido a los invitados que ayuden con el costo de la comida? ¿O si les pido que traigan algo de entrada o un vino? ¿Cambia esto en algo la situación? También podría organizar una cena a través de Eatwith, una plataforma que conecta invitados con aquellos anfitriones “tienen talento para preparar increíbles comidas y que aman recibir a personas en su casa para compartirlas”. En este caso, al haber dinero de por medio, ¿hay discriminación ilícita?
Y las preguntas siguen: ¿qué pasa con las razones por las cuales discriminamos? ¿Hay motivos (como los religiosos) que son más válidos que otros? Una vez en la universidad, me echaron de un debate acerca de política de género antes de que pudiera emitir sonido porque, por mi “blancura y masculinidad”, mi presencia afectaba “el patrón de energía” de la habitación. ¿Fue esto una discriminación justificada, basada en una creencia religiosa? ¿Fue esto siquiera discriminación o acaso fue solo el ejercicio de la libertad de asociación? ¿Cuál es la diferencia?
Cualquier sociedad que va a tener leyes que prohíben la discriminación privada deberá resolver estas cuestiones si va a seguir siendo moderadamente libre. Lo más alarmante es que esas preguntas difíciles han sido olvidadas y, cada vez más, cuando la gente ve una supuesta discriminación en cualquier lugar, acuden corriendo al Estado.
Aquellos que creemos que la libertad de asociación conlleva el derecho a discriminar (aunque tal vez no en todos los casos) a menudo somos denunciados por no repetir el catequismo moderno —esto es, que una de las principales funciones del Estado es “detener” la discriminación. Pongo “detener” entre comillas porque por lo general el Estado no impide la discriminación, solo penaliza a quienes cometen una discriminación prohibida y lo hace después de que esta sucede. Prohibir la discriminación no hace que los intolerantes se transformen en hippies y ciertamente no “soluciona” (ni debería solucionar) este tipo de cuestiones al obligar a quienes son intolerantes a contratar y trabajar con personas de color o de diferente orientación sexual. Esto no ayuda a nadie y podría causar más problemas de los que resuelve.
Sí, el Estado algunas veces puede ser un líder moral, y tal acción estatal puede liderar el camino con un audacia hacia un mundo más moral y justo donde las personas no sean señaladas y tratadas de manera diferente por quiénes son. Quizás esto es lo que el Estado hizo con leyes como la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derechos al Voto de 1965, que nos ayudaron a escapar de las sombras de las leyes Jim Crow. Tal vez sea momento de que el Estado asuma dicho liderazgo para que se de un nuevo ímpetu a los derechos civiles.
O tal vez deberíamos entender que el gobierno es simplemente fuerza y poder, y que sería extraño sostener a la misma institución que perpetuó (en inglés) las leyes Jim Crow como un ejemplo de instrucción moral. Usualmente deberíamos considerar a las instituciones de la sociedad civil como la fuente principal de las enseñanzas morales y no a una institución pasa mucho tiempo haciendo cosas que son puramente e incuestionablemente funestas (en inglés).
El movimiento por los derechos de los homosexuales es, sin duda, una de las grandes historias de derechos civiles de nuestro tiempo y me siento orgulloso de haber contribuido, así sea un poco, habiendo aportado al informe legal (en inglés) para la Corte Suprema del Instituto Cato sobre un caso de matrimonio homosexual. Pero esa liberación no ocurrió, ni se está dando, porque los activistas de derechos homosexuales concentraron su atención principalmente en el Estado. Todo sucedió gracias a la liberación sexual de los años 60, el relajamiento del puritanismo moral a lo largo de los años 70, el crecimiento de la conciencia social en los años 80, la introducción a la corriente dominante de estos temas durante los años 90, y la lenta aceptación de la igualdad en las primeras décadas del nuevo siglo. Personas como David Bowie, Freddie Mercury, Rock Hudson y el personaje de Billy Crystal en la serie Soap hicieron más por la liberación de la comunidad LGBT que cualquier medida estatal. Afortunadamente, el Estado no adoptó un rol protagónico en estos asuntos ya que, probablemente, lo hubiese arruinado.
En última instancia, la RFRA de Indiana no autoriza la discriminación masiva contra los homosexuales. Sin embargo, incluso si lo hiciera, los homosexuales están, afortunadamente, firmemente protegidos contra la discriminación por algo mejor que una mera ley: la censura moral de la sociedad civil. Si el Estado fuese la principal barrera contra la discriminación, entonces estaríamos en serios problemas.
Este artículo fue publicado originalmente en Libertarianism.org (EE.UU.) el 15 de abril de 2015.