¿Crecimiento a la boliviana o a la española?
Mauricio Ríos García comenta el ajuste al que se enfrenta la economía boliviana y el modelo español para abordarlo.
Tengo proximidad con España por varios motivos y en más de un sentido, pero fundamentalmente por el paralelismo económico estructural y de coyuntura que se puede establecer con Bolivia. No son pocas las veces que por esto he hablado ya en distintos foros y escrito en varios medios, pero esta vez no tiene por qué ser diferente si no fuera por las noticias más recientes de la Madre Patria, que son positivas.
Resulta que luego de que el Banco Central Europeo provocara con su sobre expansión crediticia una de las burbujas inmobiliarias más grandes de todo Occidente hasta 2007, y luego unos niveles de deuda pública por encima del 100 por ciento del PIB, un déficit fiscal del 11 por ciento del PIB, un desempleo juvenil de más del 50 por ciento anual, y uno de los movimientos populistas más importantes entre la Unión Europea e Iberoamérica como consecuencia, hoy, con sus ajustes y reformas orientadas en la buena dirección, aunque todavía muy tímidas, España no solamente que ha mejorado su competitividad subiendo del puesto 45 en 2013 al 34 en 2017, sino que, además, con un 3,5 por ciento del PIB lidera el crecimiento del 1,7 por ciento del PIB de la eurozona, alcanzando niveles previos a la crisis, y sin burbuja.
El paralelo con Bolivia puede establecerse porque el crecimiento de más del 4 por ciento del PIB, que es el más elevado de la región, es lo que también permite presumir, pero ¿la composición del crecimiento de uno es comparable a la del otro? Claramente no. En todo caso podría decirse que hoy Bolivia es muy peligrosamente la España de momentos previos a 2009, cuando luego de reportar un superávit del presupuesto público del 5 por ciento en 2007 registró un déficit del 11 por ciento, manifestándose así también la bancarrota estructural de las Comunidades Autónomas, que gastaban irresponsablemente sin generar recursos propios para terminar con inacabables propuestas de “pacto fiscal”.
Aunque gradualmente, España lo logró con ajuste interno, es decir, reduciendo el déficit público estructural con la eliminación de una gran catidad de empleados supernumerarios de la administración pública y políticas orientadas a la productividad y reformas laborales, que de todas maneras han sido demasiado tímidas (aún no se han reducido los impuestos ni la deuda pública externa decididamente), pero fundamentalmente por un incremento de las exportaciones sin recurrir a devaluaciones.
Lo contrario hubiera sido lo que el Gobierno de Rodríguez Zapatero propuso con el Plan E, que ahora se pretende replicar en Bolivia y que comparte la inmensa mayoría de economistas convencionales: tomar el camino fácil de continuar con el hiperestímulo de la demanda agregada ad infinitum, es decir, mantener la estructura de burbuja y sobrecapacidad con más represión fiscal y financiera, mayor rigidez laboral y productiva, y estimulando sectores de baja productividad a costa de los eficientes y con cargo a endeudamiento público externo.
Zapatero finalmente terminó renunciando y adelantando elecciones en 2011, pero el escenario hubiera sido todavía más complejo si acaso hubiera tenido, además, la prerrogativa de utilizar al Banco de España para autofinanciarse devaluando la peseta, es decir, mediante la depreciación del tipo de cambio para solventar todos los desajustes y desequilibrios posibles, añadiendo a la economía considerables dosis de inflación.
Así como sin advertirlo siquiera, España se ató de manos a sí misma adoptando el euro, Bolivia lo hizo afortunadamente adoptando el tipo de cambio fijo que primero delata la voracidad fiscal gubernamental, y luego advirtierte las consecuencias de devaluar para autofinanciarse. Al actual régimen cambiario incluso podríamos llamarlo un acierto no intencionado, porque, además de que el objetivo de adoptarlo fue controlar la inflación sin ser el mecanismo ideal para lograrlo, fue lo que realmente otorgó estabilidad frente a la incertidumbre y volatilidad externa de la guerra de divisas.
Por esto, la discusión no debería ser pues devaluar o no, sino cómo y dónde ajustar más temprano que tarde. O en otras palabras, cuanto más se demoren los deberes del ajuste y reformas graduales, cuanto mayores serán las consecuencias del reventón de una burbuja por una devaluación, y cuanto más largo y doloroso aún será el camino de la recuperación.
Este artículo fue publicado originalmente en Página Siete (Bolivia) el 30 de julio de 2017.