Cosiguiendo un consenso para salir de Irak

Por William A. Niskanen

Mientras el presidente Bush renueva la amenaza de vetar cualquier proyecto de ley de gasto militar que incluya una fecha para retirar a las tropas estadounidenses de Irak, el líder de la mayoría en el senado, Harry Reid, anunció que dentro de unos días el congreso pasará un proyecto de ley ordenando que el retiro de las tropas empieze el primero de octubre y sea completado para el próximo primero de abril.

“La misión militar ya ha sido cumplida hace mucho tiempo”, dijo Reid en su discurso en el Woodrow Wilson Center a fines de abril. “El fracaso ha sido político”.

Reid le presentó a Bush el reto de proponer una política que pueda ganar el apoyo del congreso. El resultado más probable a corto plazo parece ser un veto de Bush sin alternativa alguna, seguido por una ley de financiamiento con un plazo “aconsejable” para retirarse o una serie de leyes de financiamientos a corto plazo sin fechas de retiro hasta que un acuerdo más amplio acerca del retiro de las tropas pueda ser logrado.

Si los demócratas quieren atraer a suficientes republicanos para invalidar el veto del presidente Bush, deberían adoptar un cambio de curso: declarar victoria y traer las tropas a casa con banderas izadas.

A pesar de la reciente retórica del congreso, un observador imparcial debe notar que todos los objetivos militares originales de la intervención estadounidense en Irak fueron obtenidos hace tiempo. Saddam Hussein, un bandido y una amenaza para los iraquíes y sus vecinos, fue capturado. La fuerza armada iraquí fue derrotada y desmembrada. La búsqueda de armas nucleares ha sido completada (sin haber encontrado alguna arma nuclear). Los ciudadanos iraquíes, por primera vez en la historia, tuvieron la oportunidad de ratificar una constitución y elegir su propio gobierno.

Todos los objetivos realistas del ejército estadounidense en Irak fueron alcanzados rápidamente y con un costo bajo. Esto debería ser suficiente para declarar victoria y traer con honor las tropas a casa.

Con el transcurso del tiempo, desafortunadamente, la administración de Bush ha ampliado los objetivos estadounidenses en Irak para incluir la creación de un gobierno unido, efectivo, independiente y democrático —unas metas nobles, pero una fantasía que ha probado estar mas allá de la habilidad de cualquier acción militar estadounidense.

Las tropas estadounidenses e iraquíes están involucradas en un esfuerzo para contener varias guerras civiles que amenazan la democracia de Irak. Pero una guerra civil continua puede ser el próximo paso necesario para tener resultados políticos más probables: una fragmentación geográfica de Irak entre líneas sectarias, con la probabilidad de una mayor guerra regional; o la aparición de un caudillo que pueda mantener un gobierno unido pero autocrático.

Después de cuatro años de ocupación estadounidense en Irak, todavía no queda claro el nivel de efectividad de las tropas estadounidenses e iraquíes en contener las guerras civiles; cuánto tiempo tolerara la población y el sistema político estadounidense una guerra inconclusa; y cuál de los varios resultados políticos en Irak es mejor para los intereses estadounidenses.

Los dramáticos bombardeos de la semana pasada no proveen fundamento para ser optimistas. Si no han llegado a hacerlo ya, el próximo noviembre los votantes estadounidenses probablemente demandarán la finalización de la guerra.

En cuanto a cuál resultado beneficia más a Estados Unidos, puede que eso nunca se sepa. En términos de los intereses estadounidenses, ninguno de los resultados probables es demostrablemente superior a las condiciones en Irak cuando el Presidente Bush hizo la fatídica decisión de mandar al ejército a invadir.

Todavía se sostiene el hecho de que, en su concepción inicial, la guerra en Irak ya ha sido ganada. Nuestras tropas no pueden hacer más por ese país y deberíamos recibirlos en casa con desfiles para celebrar. Mientras más esperamos para retirarnos, es más probable que traigamos a casa un síndrome de pos-guerra como aquel que le siguió a la guerra de Vietnam: un golpe muy duro para el orgullo y la moral de las fuerzas armadas de Estados Unidos que duró toda una generación.

Los políticos republicanos estarían mucho más dispuestos a apoyar la finalización de la guerra si las tropas fueran adecuadamente honoradas en vez de ser culpadas por el fracaso en lograr objetivos políticos más amplios que nunca se pretendió que fuesen a lograr. Si los demócratas pudieran efectuar tal cambio de posición y separar los fracasos de la política estadounidense de la conducta ejemplar del ejército estadounidense, se anotarían una victoria partidaria y una victoria para el país entero.