El coronavirus es el lobo suelto
Matt Ridley considera que el coronavirus es como el lobo suelto en la fábula de Esopo, porque las plagas letales sí han existido en la historia de la humanidad, las nuevas enfermedades suelen ser más peligrosas que las existentes, y el COVID-19 ha cruzado las fronteras regionales e internacionales con una velocidad sorprendente.
Por Matt Ridley
En la fábula de Esopo acerca del niño que gritaba “¡Un lobo!”, el punto del relato es que eventualmente sí había un lobo, pero nadie le creyó al niño porque había dado muchas falsas alarmas. En mi opinión, el COVID-19 coronavirus es de hecho un lobo, o al menos, tiene el potencial de serlo. Muchas personas, incluyendo al Presidente Donald Trump, piensan que estamos reaccionando de manera exagerada porque muchos sustos en el pasado han sido exagerados. Pienso que están equivocados.
Viniendo de ti, un amigo me dijo el otro día, esto es espeluznante. Soy conocido como un obsesivo y determinado destructor de falsas alarmas. Me he dedicado a esto por casi 40 años desde que me di cuenta, como un periodista científico en la década de los ochenta, que la lluvia ácida estaba siendo salvajemente sacada de proporción como una amenaza para los bosques (tuve la razón). Este escepticismo me ha funcionado bien. No creí que la enfermedad de la vaca loca mataría a cientos de miles de personas, como algunos “expertos” decían a mediados de los noventa. Al final, solo murieron 177 personas. De igual forma, me negué a entrar en pánico frente a la influenza aviar, la porcina, el SARS o al virus Ébola.
Me propuse refutar las afirmaciones exageradas acerca de la explosión de la población, del pico del petróleo y del gas, del invierno nuclear, del hoyo en la capa de ozono, de los pesticidas, de la tasa de extinción de las especies, de los cultivos genéticamente modificados, del conteo de espermatozoides, de la acidificación del océano y del efecto del milenio. En cada caso, esto me hizo impopular y fuera de moda, pero me ubicó cerca de la verdad. Dije que el cambio climático sucedería más lentamente y con menos impacto sobre las tormentas, inundaciones, sequías, hielo en el mar y nivel de mar que lo que incluso algunos expertos estaban afirmando en la década de los noventa, ni hablar de lo que decían algunos ambientalistas extremos, y así sucedió.
Es muy fácil, en otras palabras, apostar a la tendencia de los periodistas y sus lectores de involucrarse en una subasta competitiva de alarmas no justificadas. “Todo el objetivo de la política práctica”, decía H.L. Mencken, “es mantener al pueblo alarmado (y por lo tanto entusiasta de ser conducido hacia la seguridad) por una serie sin fin de monstruos, muchos de ellos imaginarios”. Y no, el hecho de que el efecto del milenio fue un fiasco no fue porque estábamos bien preparados; algunos países e industrias no se prepararon para nada y todavía estuvieron bien.
Entonces, ¿por qué no pienso que este monstruo es imaginario? Primero, porque las plagas letales tienen una larga historia. Desde la plaga de Justiniano hasta la Muerte Negra y la influenza española de 1918 y la epidemia de VIH, las enfermedades nuevas han demostrado que pueden arrasar con la población humana con una eficiencia tenebrosa. Es cierto que hemos mejorado en nuestra capacidad de erradicar enfermedades infecciosas con las vacunas, pastillas y sanidad pública, pero muchos virus todavía son muy difíciles de curar y algunos son muy fáciles de obtener.
La segunda razón es que las nuevas enfermedades muchas veces son más peligrosas que las existentes y esta se ha derivado de los murciélagos, posiblemente vía pangolines. En el pasado los virus respiratorios generalmente han demostrado ser bajos en virulencia una vez que se han vuelto altamente contagioso: por lo tanto el número alto de cepas de rinovirus, adenovirus y coronavirus que hoy denominamos de manera colectiva, “la gripe común”. Incluso la influenza ha sido relativamente menos letal desde que pasaron las condiciones especiales de guerra de 1918. Pero cuando infecta por primera vez nuestra especie, los virus pueden encontrarse con un sistema inmune vulnerable y causar desastres.
La tercera razón para alarmarse en este caso es la velocidad con la que COVID-19 ha cruzado las fronteras regionales e internacionales. Parece haber adquirido la habilidad de pasar de una persona a otra, usualmente sin enfermarlos tanto como para que eviten reunirse con otras personas, lo cual previene que el ébola cause una pandemia, aunque todavía mate a alrededor del 1% de las personas que infecta. Esta es la combinación espeluznante de características que hemos temido que algún día surgirían.
Luego tenemos el efecto de la globalización y el crecimiento gigantesco en los viajes al extranjero. Escribí en mis notas de 1996, cuando reseñaba un libro acerca de nuevos virus, “Si persistimos en crear las condiciones dentro de las cuales los virus pueden ser transmitidos y amplificados fácilmente, entonces persistiremos en experimentar olas de nuevas epidemias virales. El problema yace en la ecología de nuestra sociedad, no en la destrucción del ambiente”. Los seres humanos simplemente son un ecosistema demasiado tentador para un virus ambicioso.
Pero de hecho hemos gritado “lobo” sobre tantos asuntos, que esto ha contribuido a que estemos muy mal preparados. Deberíamos haber visto que la globalización causaría que tal riesgo crezca cada vez más y deberíamos haber tomado acciones para prevenir que aparezca un nuevo virus. Deberíamos habernos preocupado de cosas distintas al cambio climático. Aquí están algunas de las medidas que podíamos y deberíamos haber tomado en los últimos años en lugar de entrar en una histeria acerca del calentamiento gradual de la temperatura, principalmente en la noche, en el invierno y en el norte.
Deberíamos haber buscado lograr un acuerdo internacional para prohibir la venta de murciélagos vivos en los mercados. Los murciélagos son especialmente peligrosos porque son mamíferos como nosotros y comparten con nosotros la tendencia de vivir en grandes aglomeraciones. Podríamos haber financiado más investigación y desarrollo de terapias antivirales, vacunas y diagnósticos. Podríamos haber construido una mejor infraestructura para aislar los casos dentro de los sistemas de salud y en los polos de transporte. Estas medidas podrían haber sido costosas, si —pero nada como el dinero que estamos gastando en medidas de precaución en contra del peligroso cambio climático para el cual todavía faltan décadas.
Ya hay varias cepas distintas del virus, una de las cuales, la cepa L, parece ser más letal que las otras. De verdad espero que las cepas más suaves eventualmente prevalezcan y que este virus se estabilice como una forma de la fiebre estacional. Pero antes de que eso suceda, en esta primera pandemia, ahora es probable, aunque no inevitable, que este virus matará a cientos de miles de personas.
Donald Trump se tranquiliza con el hecho de que solo ha matado a una manada de estadounidenses hasta ahora. Se olvida que el gráfico de una epidemia es exponencial, conforme cada personas infecta a varias personas, y el poder de tal interés compuesto es, como supuestamente dijo Albert Einstein, la octava maravilla del mundo. El economista Tyler Cowen señala que es difícil ganarle a un proceso exponencial una vez que se ha atravesado determinado umbral.
La semana pasada Greta Thurnberg todavía le estaba diciendo al Parlamento Europeo que el cambio climático es la amenaza más grande a la que se enfrenta la humanidad. Esta semana las integrantes de clase alta de Extinction Rebellion estaban mostrando sus senos en el puente de Waterloo protestando en contra de los miles de millones de personas que piensan, equivocadamente, que podrían morir del calentamiento global durante la próxima década. Estas personas están mostrando su insensibilidad. Están asustados por un perro cuando hay un lobo suelto.
Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 11 de marzo de 2020.