Contradicciones liberales en Mexico
Los orígenes conceptuales del pensamiento "liberal" mexicano durante los últimos doscientos años representan un antecedente importante en la reflexión sobre el presente del país, y el futuro porvenir de la prosperidad mexicana. Las contradicciones abundan. En su versión moderna, la idea de justificar híbridos como "liberalismo social" convierte la raíz de la doctrina liberal mexicana en una especie con pretensión "excepcional," una mezcla poco creíble entre derechos individuales basados en la libertad y derechos sociales que exigen un fuerte activismo por parte del aparato estatal.
Este híbrido encuentra una manifestación actual entre la indecisión por parte de los gobiernos en turno de dejar a las personas trabajar, hacer, ahorrar, o invertir, versus la gran vanidad de solucionar todos los problemas de la sociedad civil. El entorno actual nos invita a participar en el crecimiento, pero nos limita en las condiciones fundamentales requeridas para salir adelante. Las garantías, siendo otorgables, son también desotorgables y ello es (o suele ser) función de los intereses prevalecientes del momento.
La tradición moderna del llamado "liberalismo triunfante" conlleva un oficialismo que sirvió los intereses del régimen, pero que agotó su utilidad, por no decir su coherencia. Una lectura neutral del liberalismo mexicano moderno deja entrever la fuerte tensión entre la igualdad y la libertad, entre la representación política y soberanía popular. Por tanto, esta es una tradición repleta en el uso y abuso de los adjetivos: liberalismo social, igualitarismo liberal, derechos sociales, democracia popular. El hecho es que el proyecto liberal nacional es "constructivista": la construcción, de la nada, sin historia o tradición, de algo nuevo, de una nueva sociedad, un nuevo régimen, algo de refute el pasado y legitime el futuro.
En este orden, los ciudadanos tienen derechos, pero también obligaciones sobre todo, la obligación de cumplir con las imposiciones fiscales requeridas para construir, y a la vez sostener, la nueva sociedad. El efecto neto ha sido la obsesión con la recaudación fiscal y no con un proyecto integral. Este síndrome se vive en forma dramática, año con año, con las misceláneas fiscales.
En este mismo orden, la figura mítica de Nación-Estado construye todo, de arriba hacia abajo, sea esto un régimen de libertades, o de austeridad fiscal, o de intervencionismo iluminado. En tal versión centralista, el "gobierno" nos obliga, literalmente, a la libertad. La tensión entre dejar ser y deber ser, de acuerdo a un modelo preconcebido, es patente. Hoy, la falta de derechos de propiedad, tanto en el sector formal como el sector informal, es la consecuencia de la ensalada rusa llamada liberalismo social-de un orden jurídico que le da al representante popular el formidable poder de "otorgar" garantías individuales.
La generación de un mercado de rentas y privilegios, sea en el sector industrial, o el sector de telecomunicaciones, incluso el sector bancario, es inevitable un fenómeno que, a su vez, a costado muchísimo reformar, y en varias ocasiones no para bien, sino para peor.
El deseo de cambiar, en este escenario institucional, debe reconocer la necesidad de imponer límites al uso de la autoridad-y por ende, por lo menos en materia económica, de abandonar la vanidad de suponer que el estado, y sólo el estado, tiene la virtud de manejar, de administrar, la infraestructura económica del país, o sea, los famosos sectores llamados "estratégicos y prioritarios." Vaya, la pregunta es obligada: ¿qué sector no es estratégico, que actividad no prioritaria? La que decida, ni más ni menos, la iluminada burocracia del H. Congreso de la Unión.
El liberalismo mexicano, en su versión actual, es más una versión heroica, incluso romántica, más que triunfante. El concepto de "liberalismo social" ha sido un eufemismo de mercados monopólicos, realpolitik corporativista y discriminación jurídica. La orgía de cambios que ha sufrido la Constitución del 17 es muestra de ello, de modificar de acuerdo a las circunstancias, a lo que conviene, con el cambio, sin el cambio, con la reforma, o con la contra-reforma.
Vaya dilema histórico, y conceptual.