Contra el tendero
Juan Ramón Rallo considera que si queremos dirigir la ira a alguien, no debería ser contra quienes, con márgenes estrechos, coloca los productos que buscamos a pocos metros de nuestras casas.
Por Juan Ramón Rallo
¿Cuánto vale un producto que no se vende? Nada. El valor de un producto es aquello que paga el consumidor por él. Por consiguiente, el distribuidor, tantas veces vilipendiado, es indispensable para “poner en valor” el trabajo de todos los otros que le han precedido. A este respecto, solemos definir la cadena de valor de un producto como aquel proceso por el que se va fabricando, eslabón tras eslabón, la mercancía que se espera terminar vendiendo, pero, en realidad, lo que se va produciendo a lo largo de esa cadena es algo que se espera que termine teniendo valor: y lo tendrá o no según se venda y según el precio al que se venda.
Conviene recordar cuál es el papel esencial del distribuidor en todo este proceso porque, en momentos de inflación, todas las miradas se dirigen contra el “tendero”: el vendedor final es el enemigo que supuestamente se está enriqueciendo subiendo precios y que está empobreciendo a los ciudadanos. La realidad, sin embargo, es que ese vendedor final solo es un especialista que suele operar con márgenes de ganancia muy estrechos debido a la intensa competencia a la que se enfrenta y que, por tanto, si sube sus precios es porque a su vez se le han encarecido los costes, tanto los de los aprovisionamientos como los del transporte.
El sector de la distribución español, por ejemplo, opera con márgenes de beneficios muy reducidos: de apenas el 2-3% en el mejor de los casos. Esto es, por cada euro que venden, apenas ganan dos o tres céntimos después de cubrir todos sus gastos. El problema de la inflación, pues, no está en qué el tendero se esté forrando, sino más bien en que los gestores de la moneda (gobernantes y banqueros centrales) están deteriorando su valor y ese deterioro se traslada a todos los rincones de la economía en forma de mayores precios.
Si se quiere dirigir la ira popular contra alguien, no debería ser contra aquél que, con márgenes muy estrechos, coloca los productos que queremos comprar a pocos metros de nuestras casas, sino contra quienes han envilecido irresponsablemente la moneda que utilizamos. Sus excesos (los de políticos y bancos centrales) son ahora nuestra penitencia inflacionista.
Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 15 de junio de 2022.