Comunicación y comercio

Por Roberto Salinas-León

La gran mayoría de economistas, sean de "derecha" o de "izquierda," o de donde sean, coinciden que la apertura al comercio exterior conlleva beneficios globales, que es un juego de suma-positiva. Así afirman voces tan ideológicamente distantes unas de otras, por ejemplo, Paul Krugman, Kenneth Rogoff o Milton Friedman. Entonces, ¿porqué persiste la oposición tan marcada, tan virulenta, a la globalización?

Por un lado, los "globalifóbicos" la tienen relativamente fácil. Basta con señalar el cierre de una empresa, y el traslado de empleos a otra región del mundo, para dramatizar los efectos supuestamente nocivos de la apertura. Claro está, no se toma en cuenta el lado real, pero menos visible, de la apertura: el hecho que aumenta las actividades de comprar, vender, comerciar, invertir, ahorrar, tanto dentro como fuera de fronteras nacionales. En el folklore cotidiano, comerciar con otros es visto como un juego de suma negativa.

Ello significa que los defensores de la apertura no han logrado idear una estrategia efectiva de comunicación, que explique los beneficios reales del libre comercio, más allá de fórmulas, academicismos o la teoría de juegos. Este es un reto capital. El Premio Nobel de Economía James Buchanan, uno de los expertos más reconocidos en el tema del comercio internacional, advierte incluso que la tendencia de hablar de "ventajas comparativas" en vez de especialización, ha generado una complacencia entre los economistas internacionales, lo que a la vez ha creado un vacío en la necesidad de explicar el libre comercio en peras y en manzanas, en una forma efectiva, atractiva y convincente.

El semanario The Economist ha repetido un mensaje similar ad nauseaum. Por un lado, explica, los que protestan en contra de la globalización tienen razón que el problema principal con la economía global es la pobreza que impera en el mundo subdesarrollado. El consenso convencional ha tratado de "humanizar" la apertura, mientras, desde el punto de vista económico, deberían dejar de pedir disculpas por la globalización, y en vez, tratar de acelerar los procesos de integración y apertura comercial. Los principales beneficiados, de acuerdo a esta visión, serían precisamente los más necesitados. Pero este mensaje, el cual es impecable desde el punto de vista teórico, adolece de una estrategia de comunicación.

Tal estrategia debe incorporar críticas claras y contundentes a tres tendencias, tres peligros capitales para la economía global. Por un lado, el proteccionismo, en un mundo de tanta inter-comunicación, sólo da lugar a su incumplimiento, es decir, al contrabando, a la informalidad en los bienes importados, a la corrupción y al atraso. Por otro lado, existe la figura permanente del nacionalismo comercial, el cual florece en momentos políticos, como se observa ahora en los debates presidenciales de cara al episodio electoral de Noviembre. Sin embargo, cuando los consumidores votan con sus bolsillos, no les interesa el país de origen de los productores, ni las cifras de empleo o del déficit comercial. No les preocupa dónde fue hecho el producto. Lo que hace la diferencia sobre el producto es la calidad, el precio, el diseño y el atractivo comercial-tanto para los más apasionados globalizadotes, como los más furibundos globalifóbicos.

Un tercer elemento es la doctrina de "fair trade," de comercio justo, que tanto se ha utilizado en países desarrollados, sobre todo en la economía estadounidense. Esta figura es, casi siempre, una excusa para avanzar una agenda de intereses especiales, a costas de todos los consumidores. Sin embargo, se presenta como un "contrapeso" al libre comercio. Los datos de las penas compensatorias por motivo de la doctrina de comercio justo son todo un drama. El proteccionismo no arancelario, sea en la forma de una norma técnica o una regla ecológica, ha significado pérdidas brutales, si bien no visibles, a tanto productores, como a consumidores.

Comunicar el comercio. Vaya reto capital.