Cómo la innovación promueve la inclusión financiera
Diego Zuluaga reseña el último reporte Fintech del Banco Mundial que rastrea el progreso de la inclusión financiera a nivel mundial.
Por Diego Zuluaga
En momentos en que las dos economías más grandes del mundo están involucradas en una destructiva cruzada para limitar el comercio entre las personas, cualquier evidencia de los beneficios de la globalización no puede llegar los suficientemente rápido.
Recientemente obtuvimos justo eso en el reporte del Banco Mundial, Findex, que trata acerca de la inclusión financiera a nivel mundial. El reporte es una encuesta detallada de los patrones de la banca, los ahorros y los préstamos de hogares en alrededor de 140 países. Este incluye naciones desarrolladas y en desarrollo, ricas y pobres, mujeres y hombres, y rastrea el progreso en la expansión del acceso a los servicios financieros.
La disponibilidad de facilidades confiables de banca y de medios de pagos es esencial para el florecimiento humano. Contrario a lo que uno pensaría, no es para los ricos y los altamente preparados que estos servicios son importantes. Los agricultores de pequeña escala, los trabajadores migrantes y los empresarios que se están iniciando en los mercados fronterizos dependen de manera crítica de sistemas baratos y transparentes de pagos y crédito, considerando que tienen pocas opciones de empleo y usualmente tienen pocos fondos propios.
Sin servicios financieros básicos, la forma de vida de estas personas se vería comprometida y su calidad de vida empeoraría.
Por lo tanto es un desarrollo bienvenido que los seis años entre la primera (2011) y la tercera edición (2017) del reporte Findex hayan visto aumentos significativos en el porcentaje de la población mundial con dinero móvil o cuentas bancarias. Sesenta y nueve por ciento de los adultos alrededor del mundo ahora usan uno o dos de estos servicios, comparado con 51 por ciento a principios de esta década.
En ninguna parte ha ocurrido esta expansión de los servicios financieros de manera más visible que en los mercados emergentes. Mientras que la proporción de adultos que poseen cuentas en estos países, 63 por ciento, sigue muy por debajo del nivel en los países desarrollados, este indicador se encontraba en tan solo 40 por ciento hace seis años. Esta tasa de crecimiento es notable aún cuando se la compara con otras medidas de desarrollo global, tales como la reducción en la pobreza extrema y la lucha contra enfermedades contagiosas, medidas en las que hemos logrado grandes avances en las últimas décadas.
Una tendencia que ayuda a explicar el reciente progreso de la inclusión financiera más que cualquier otra es la expansión de la banca y los pagos con dispositivos móviles.
Los efectos revolucionarios de M-Pesa en Kenia ya son relativamente bien conocidos. Desde su introducción en 2007, este sistema de pagos de efectivo a través de dispositivos móviles ha reducido en más de la mitad el costo de transferir fondos y ha reducido el tiempo de procesamiento de horas a tan solo unos minutos o segundos. M-Pesa ha obligado a los servicios tradicionales de transferencia de dinero como Western Union a reducir considerablemente sus tasas. También ha introducido a millones de kenianos al sector financiero formal, facilitando el acceso a la banca y a las cuentas de ahorro.
El grado al cual otras economías de África Sub-Sahariana han corrido a seguir tras los pasos de Kenia a veces no se reconoce lo suficiente, aún así el reporte Findex lo muestra. Desde 2011, en media docena de países, incluyendo a Ghana, Nigeria, Senegal y Tanzania, 40 por ciento de los adultos tienen una cuenta de dinero móvil o una cuenta bancaria.
La tecnología financiera también está teniendo un impacto marcado sobre la emancipación de las mujeres en sociedades que han solido ser sumamente patriarcales. Dejando a un lado las consideraciones del apoderamiento y la autonomía, hay razones obvias y prácticas para querer que las mujeres tengan acceso a las finanzas. Además de que constituyen la mitad de la población adulta, ellas están principalmente a cargo de las decisiones del hogar y de criar a los niños, así que las mujeres con conocimiento de y participación en las finanzas tienen un impacto positivos sobre el bienestar de quienes las rodean. Las mujeres que poseen una cuenta bancaria pueden ahorrar y desarrollar negocios sin depender de sus esposos y padres. En comunidades que son tradicionalmente adversas a la empresa, darle acceso a los servicios financieros a los pocos —incluyendo a las mujeres— que tienen ambición empresarial puede acelerar el desarrollo.
El esparcimiento de una banca y provisión de pagos innovadoras nos da un motivo para celebrar. Aún así, justo cuando el mundo en vías de desarrollo corre hacia la inclusión financiera, los países occidentales están dificultando que sus propios ciudadanos presten, ahorren e inviertan.
EE.UU. provee quizás el contraste más marcado. Desde 2015, 7 por ciento de los hogares estadounidenses, 9 millones de ellos, no tenían una cuenta bancaria. Un adicional 19,9 por ciento estaban provistos de servicios financieros insuficientes en el sentido de que tenían que recurrir a proveedores alternativos (usualmente de costos superiores) para obtener crédito y otros servicios financieros.
Los expertos no se han puesto de acuerdo acerca de los factores determinantes detrás de la magnitud del problema de los estadounidenses que no son lo suficientemente incluidos al mercado de servicios financieros. Un estudio publicado recientemente por el Banco de la Reserva Federal de Kansas City concluye que el ingreso, la educación, el empleo y la raza todos predicen la probabilidad que uno tiene de utilizar servicios bancarios. De hecho, como Lisa Servon demuestra en su revelador libro The Unbanking of America, los pobres y las minorías muchas veces prefieren utilizar servicios financieros alternativos porque los encuentran más transparentes, más accesibles e incluso más respetuosos que los bancos. Pero esta conveniencia tiene un precio y algunas veces es demasiado alto.
Los investigadores de la Fed de Kansas también encuentran una correlación fuerte entre la conectividad al Internet y el acceso a la banca. Mientras que esta relación podría reflejar la marginalización generalizada de una fracción de la población que es pobre, no bancarizada y desconectada, esta señala la creciente importancia de la tecnología para asegurar el acceso a los servicios financieros, incluso en los mercados maduros.
Pero muchas veces las regulaciones obstaculizan la inclusión financiera liderada por la innovación. La Corporación Federal para Seguro de Depósitos, un regulador clave de la banca estadounidense, se ha demorado desde 2008 para emitir nuevas licencias bancarias. De igual forma, una regulación nacional que podría reducir las barreras a las nuevas plataformas “fintech” ha demorado en materializarse. La innovación en los pagos al estilo M-Pesa está siendo retardada por reglas de transferencia de dinero a lo largo de los 50 estados.
El acceso de las personas pobres a la banca también está siendo obstaculizado por un creciente número de leyes anti-lavado de dinero que amenazan con convertir a ciudadanos comunes y corrientes en criminales, y por reglas que tienen la intención de proteger a los consumidores y hacen que atender a algunos de ellos deje de ser rentable para los bancos. En el Reino Unido, el límite propuesto por la Autoridad de Conducta Financiera sobre los recargos por sobregiros, los cuales habían sido olvidados pero ahora están nuevamente bajo consideración, ciertamente tendrían este efecto. De hecho, medidas similares en contra de los préstamos del día de pago han excluido a cientos de miles de prestamistas de ese mercado.
Los países ricos deberían aprender de los mercados emergentes y dejar que la innovación conduzca la inclusión financiera. A menos que los países remuevan las barreras regulatorias a la propiedad de las cuentas, se arriesgan a que los más pobres se queden cada vez más excluidos. Las consecuencias políticas y sociales de eso serían funestas.
Este artículo fue publicado originalmente en CapX (EE.UU.) el 27 de junio de 2018.