Comercio, no ayuda externa
Por Christopher A. Preble y Marian L. Tupy
Marian L. Tupy es analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y editor del sitio Web www.humanprogress.org.
Cuando el Primer Ministro Inglés Tony Blair se reunió con el Presidente Bush hace dos semanas, el urgió a EE.UU. para que aumente substancialmente su ayuda externa hacia África. La presión sobre el Sr. Bush probablemente se multiplicará durante las próximas semanas mientras el se prepara para partir hacia la reunión de los G8 en Escocia. A pesar de las presiones políticas, aumentar el presupuesto de la ayuda externa estadounidense sería un error. La verdadera causa de la pobreza africana es la larga historia de estados fallidos en el continente—un problema que es exacerbado por el proteccionismo comercial de los países ricos, particularmente con respecto a la agricultura.
Mientras que los defensores de las actuales políticas de agricultura que distorsionan el mercado no pretenden perjudicar a las naciones en vías de desarrollo, el efecto colectivo de las políticas de agro estadounidenses es devastador para los productores agrícolas alrededor del mundo. Las políticas del agro estadounidense podrán proveer beneficios a corto plazo para los productores agrícolas en EE.UU., pero esos beneficios son más que contrarrestados por el costo a los consumidores estadounidenses quienes pagan impuestos más altos para subsidiar a los agricultores estadounidenses y a los precios más altos para los productos agrícolas. Mientras tanto, los aranceles, cuotas, y subsidios estadounidenses para exportaciones exacerban la pobreza en regiones como África al Sur del Sahara donde las personas son altamente dependientes de la agricultura.
La frustración y la desesperación causada por estas políticas en cambio han socavado la seguridad estadounidense. Las personas que son dependientes en la agricultura para su supervivencia muchas veces tienen acceso limitado a información. No conociendo de las razones fundamentales detrás de las políticas agrícolas estadounidenses, esos individuos creen que las políticas agrícolas estadounidenses encajan perfecto con la narrativa de los pesimistas que dicen que EE.UU. busca mantener al resto del mundo atrapado en la pobreza. Refutaciones para probar lo contrario provenientes de los oficiales del gobierno estadounidense siempre caen en oídos sordos.
La política agrícola estadounidense socava los esfuerzos estadounidenses para mitigar la pobreza porque conduce hacia abajo los precios agrícolas mundiales, los cuales en retorno cuestan a los países en vías de desarrollo cientos de millones de dólares en pérdidas en ganancias de exportaciones. Solo las pérdidas asociadas con los subsidios de algodón exceden el valor de los programas de ayuda externa estadounidense hacia los países aquí tratados. La organización de ayuda externa inglesa Oxfam dice que los subsidios estadounidenses condujeron directamente a pérdidas de más de $300 millones en ganancias potenciales para África del Sur del Sahara durante la temporada de 2001/02. Más de 12 millones de personas en esta región dependen directamente de este cultivo, con un productor típico a pequeña escala ganando menos de $400 en una cosecha anual de algodón. Al perjudicar la subsistencia de personas que ya de por si están al borde de la pobreza extrema, las políticas agrícolas estadounidenses se llevan con la mano derecha lo que la mano izquierda da en ayuda externa y asistencia para el desarrollo.
Algunos quieren corregir ese problema aumentando la cantidad de ayuda externa, pero las transferencias de pagos no han logrado estimular el crecimiento económico en África donde el ingreso promedio por persona en el 2003 fue de un 11 por ciento menos que lo que era en 1974. La ayuda externa de estado a estado es ineficiente porque muchas veces está basada en consideraciones geopolíticas, y más no en consideraciones económicas. Como resultado, los gobiernos que menos se lo merecen muchas veces obtienen la ayuda externa. Las organizaciones internacionales como el Banco Mundial también son en gran parte inefectivas. En el 2000, por ejemplo, la Comisión bipartidista Meltzer encontró que los proyectos de ayuda del Banco Mundial fallaban de entre 55 a 60 por ciento de las veces.
La ayuda externa es inefectiva por la aterradora manera en que África es gobernada. En las recientes décadas, de cada dólar donado a África, 80 centavos fueron robados por líderes corruptos y transferidos de vuelta a cuentas bancarias en bancos Occidentales. En total, el presidente nigeriano Olusegun Obasanjo estimó, “los líderes africanos corruptos se han robado por lo menos $140 mil millones de sus pueblos en las [cuatro] décadas luego de la independencia”. Todo lo que queda cuando estos regimenes eventualmente colapsan son deudas públicas masivas.
Hay todavía otro problema práctico con la táctica de “subsidios más ayuda externa”. Esta obliga a los contribuyentes a pagar doble—primero para sostener los subsidios ineficientes, y luego una vez más para pagar por los programas de ayuda externa en aquellos países lastimados por esas políticas. William R. Cline, académico titular del Instituto para Economía Internacional y del Centro para El Desarrollo Global, estimó que la liberalización global comercial ahorraría a las naciones desarrolladas $141 mil millones por año y produciría beneficios económicos de hasta $87 mil millones por año para los países en vías de desarrollo.
Debido a que la seguridad estadounidense depende en la expansión de instituciones democráticas y liberales y de economías de mercado libre, los políticos estadounidenses deben ser particularmente sensitivos con respecto a políticas que exacerban la pobreza en el mundo subdesarrollado. Como el Presidente de Uganda Yoweri Museveni dijo durante su reunión en el 2003 con el Presidente Bush, “Yo no quiero ayuda externa; yo quiero comercio. La ayuda externa no puede transformar la sociedad”.
Los economistas de desarrollo han enfatizado este mensaje por años. Los subsidios y el proteccionismo estadounidense son particularmente irritantes para aquellos países que han tratado de hacer que las reformas de mercado funcionen, solo para ver sus procesos socavados por productos subsidiados en el mercado mundial “libre”. Aunque EE.UU. difícilmente es el peor ofensor en el mundo desarrollado cuando se trata de prácticas comerciales injustas, EE.UU. debería liderar con su ejemplo y eliminar sus políticas agrícolas que distorsionan el mercado. Estas son perjudiciales para los intereses de la mayoría de los estadounidenses, y hacen inútiles los esfuerzos estadounidenses para combatir la pobreza en las regiones más pobres del mundo.
Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.