China y la OMS: Responsables de la pandemia
Víctor H. Becerra destaca el nocivo y politizado papel que ha jugado la Organización Mundial de la Salud durante la pandemia.
El desarrollo de la actual pandemia de coronavirus ha sido frenético: al día de hoy, se reportan más de 112 mil muertos y 1,8 millones de infectados, en tanto que más de la mitad de la población del planeta se encuentra en cuarentena y más de 85 países han prohibido la entrada de viajeros de países con una gran incidencia, mientras miles de vuelos y reservas de hotel en todo el mundo han sido cancelados, los negocios se paralizan y la economía mundial se ralentiza; en muchos lugares, reservas y eventos para junio ya se están cancelando. Para la ONU, es la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. Algunos economistas ya dan la voz de alarma: la catástrofe económica que sobrevendrá será igual o peor que la Gran Depresión de 1929.
Los apremios del presente y lo oscuro del futuro no deben hacernos olvidar que la tragedia tiene responsables, aunque sea de carácter culposo: en primer término, la dictadura china, que ocultó la epidemia, acallando y censurando los primeros casos, al menos desde noviembre pasado. Que enseguida, censuró y hasta desapareció a una gran cantidad de científicos y críticos: Li Wenliang, Ai Fen, Xu Zhangrun, al empresario Ren Zhiqiang, entre los más conocidos. Como ellos, miles de médicos, enfermeros, científicos, periodistas y blogueros fueron censurados por la maquinaria represiva del Partido Comunista de China (PCCh) y obligados a retractarse. Y que después censuró en Internet las experiencias vividas en los últimos dos meses como también las manifestaciones y el dolor de millones de chinos.
La maquinaria represiva del Partido Comunista Chino (PCCh) y su fábrica de desinformación y censura funcionan desde hace décadas. El régimen las aplica tanto en suelo propio como en el exterior. Esa maquinaria inmensa está compuesta por múltiples divisiones: el Departamento de Propaganda del PCCh, la Oficina de Información del Consejo de Estado, agencia de noticias Xinhua, China Media Group, Cadena Global de Televisión China, Radio Internacional China, China Daily, China Watch, Global Times, China International Publishing Group, Leading Hong Kong Media, WeChat, Weibo, Baidu y el Instituto Confucio, dependiente del PCC y de los ministerios de Cultura y Educación, que está presente en 154 países, donde se dedica a transmitir las verdades del partido y financiar aliados, sobre todo en universidades y medios de comunicación, entre otras funciones. Todos ellos contribuyeron a minimizar la tragedia que venía y acallar las críticas.
Aún hoy, cuando el mal ha remitido en China (aunque se temen nuevos contagios tras la hermética cuarentena que aplicó), no se sabe aún la magnitud de lo que allí sucedió. Oficialmente el total de casos de contagios en el país se elevó a 81.554, con 3.312 víctimas mortales. Para muchos científicos y periodistas, esos números debieran multiplicarse al menos por 10, a fin de tener una imagen más aproximada de lo que allí pasó realmente.
Otro responsable debe ser la propia Organización Mundial de la Salud (OMS o WHO por sus siglas en inglés) y su director general, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien ya ha venido recibiendo duras críticas por su irresponsable actuación, de parte de los gobiernos de EE.UU. (que recientemente suprimió su financiamiento al organismo, aunque no es el principal financista), de Japón y Taiwan, principalmente, pero también de muchísimos investigadores y expertos, que califican su actuación como “desastrosa” (Al respecto, los gobiernos de muchísimos países, como México, que siguen las recomendaciones de la OMS como mandamientos divinos, debieran prestar más atención a esas críticas y enmendar).
Biólogo especializado en inmunología y salud comunitaria (pero sin ninguna experiencia como médico), el señor Adhanom comenzó su carrera como militante del Frente de Liberación Popular de Tigray —partido de inspiración marxista y catalogado como una organización terrorista— y acabó ocupando las carteras de Salud (2005-2012) y de Exteriores (2012-2016) en Etiopía, precisamente cuando China comenzó a tejer una red clientelar de influencia en Africa.
Con Adhanom al frente del ministerio etíope de Exteriores, Etiopía se convirtió en la llamada ‘pequeña China’ de África Oriental, porque fue la cabeza de playa de la influencia china en África y, más tarde, en un punto clave en la iniciativa china de la Nueva Ruta de la Seda. Adhanom negoció con la dictadura china buena parte de la enorme deuda etíope: La mitad de su deuda externa se debe a China, que ha invertido en varios proyectos masivos en el país: ferrocarriles, carreteras, represas… además de cientos y cientos de proyectos de inversión. Hoy, esa deuda parece impagable y muchos países siguen con gran interés cómo reaccionará China en caso de incumplimiento.
Adhanom llegó al frente de la OMS en 2017, después de la criticada dirección de Margaret Chan al frente del organismo (2006-2017), por su mala gestión de la epidemia de ébola de 2014-2016. Chan era otro peón de la dictadura china, ya que fue la primera gran apuesta de Pekín por colocar a uno de los suyos al frente de una importante agencia internacional, como símbolo de su cada vez mayor posición global y como arma a usar en casos de crisis sanitarias: Las abiertas críticas de la OMS en 2003 y de su entonces secretaria general, la ex primera ministra noruega Gro Harlem Brundtland, a la dictadura china, por su opacidad, secretismo y falta de cooperación en la gestión del SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome), así como la recomendación del organismo de no viajar a China, una recomendación extraordinaria en los casi 70 años del organismo, fueron bien aprendidas por el liderazgo chino, que decidió cubrirse las espaldas en caso de una nueva epidemia.
Por decisión del propio Adhanom, la OMS tardó un mes en declarar la “emergencia de salud pública global” por el coronavirus, hasta fines de enero. Incluso, ese mismo mes, la OMS aún sostenía que “las investigaciones preliminares de las autoridades chinas no han hallado evidencia clara de transmisión humano-humano del nuevo coronavirus identificado en Wuhan, China”, a pesar de las alarmantes advertencias en contrario de las autoridades sanitarias de Taiwán. La OMS decidió minimizar esas advertencias, por temor a molestar a la dictadura china en el tema de Taiwán, ya que reclama la soberanía de la isla de Formosa. Y aún fue más allá, escandalosamente: El director general habló de “responsabilidad”, “seriedad”, “transparencia” y “alto liderazgo” de China, pese a las cada vez más inocultables denuncias de descontrol, dura represión y opacidad en los inicios de la crisis.
Y todavía peor: la importante declaración de pandemia por parte de la OMS no llegó hasta el 11 de marzo, cuando ya sumaba más de 120.000 contagios, más de 4.500 muertes, 114 países afectados, y el número de casos se multiplicaba ya por 13. A pesar de que la epidemia de coronavirus había cumplido los estándares de transmisión entre personas, altas tasas de mortalidad y propagación mundial, y de que muchos funcionarios de salud y gobiernos habían identificado el problema mucho antes, la OMS decidió esperar, antes de lanzar la alarma global, haciendo creer a otros países que la epidemia no era tan grave y que estaba siendo contenida exitosamente, sirviendo a la propaganda china.
En el inter, Adhanom se convirtió en un fuerte legitimador de la estrategia china de confinamiento total y por la fuerza, recomendando lo mismo a otros países, y aceptando sin ninguna crítica sus informes y cifras, incluyendo, como ya se dijo, el ocultamiento de la epidemia. De esa manera, la OMS ayudó a China a minimizar la gravedad, la prevalencia y el alcance del brote de COVID-19, actuando así como portavoz del aparato propagandístico del PCCh.
En contraste, la OMS ignoró y silenció a una de las pocas democracias que han podido enfrentar al virus de forma efectiva —con 379 casos confirmados y solo cinco víctimas, hasta la fecha—, desafiando la narrativa china de la necesaria mano super dura en tiempos de pandemia. Al respecto, Taiwán utilizó la previsión, la tecnología y la transparencia para frenar los casos, con medidas como la cuarentena selectiva, test masivos de detección y la cancelación temprana de los vuelos procedentes de zonas afectadas en China, mientras Adhanom abogaba por no limitar viajes en el inicio de la epidemia y reprendía a los países que lo hacían. De haber aprendido tempranamente de la experiencia de Taiwán, como aprendieron países y regiones como Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y el Véneto de Italia, probablemente la pandemia no habría llegado a las proporciones de inmensa catástrofe que es hoy.
Hoy, ambos actores, China y Adhanom, buscan desmarcarse de la tragedia que causaron. La dictadura a cargo de Xi Jinping hace envíos de ayuda a los países afectados (con insumos muchas veces inservibles), en forma similar a lo que hacía la Unión Soviética para demostrar la superioridad de su sistema. Y la OMS le aplaude. En tanto, Adhanom se victimiza frente a las críticas, atribuyéndolas a una persecución racista, sin reconocer uno solo de sus errores. Pero si no se juzga (hoy o mañana) la responsabilidad de ambos actores en la tragedia que vivimos, esa inacción impactará en la capacidad de proveer una respuesta efectiva ante una próxima (y segura) crisis sanitaria global.
¿Hasta dónde llegará la pandemia, cuáles serán sus resultados finales? Nadie lo sabe con certeza: Los pronósticos de cada día son superados por los duros hechos del día siguiente. Lo cierto únicamente es que vendrán días muy, muy difíciles: Serán el costo visible de las mentiras de la dictadura china y que Tedros Adhanom y la OMS ayudaron a disfrazar.