China: ¿fin del soft power?
Silvia Mercado dice que luego de una estrategia de poder blanco mediante la Iniciativa Belt and Road (BRI) y la red internacional de Institutos Confucio, el régimen chino ahora emplea una estrategia de poder duro.
Por Silvia Mercado
En los últimos meses, las noticias relacionadas con China tienen que ver con tensión, invasión y hasta guerra. Es su peor momento en cuanto a imagen global en décadas. La estrategia de soft power, que durante años pretendió generar confianza y lograr apoyo a los objetivos chinos, podría no ser suficiente si se considera sus fuertes vínculos con Rusia y su potencial (y quizás inminente) ataque a la isla de Taiwán.
China dio un giro en sus relaciones con el mundo sobre todo después de la muerte de Mao Zedong (1976) y del fin de la Guerra Fría (1976-1978). Hizo importantes esfuerzos en materia de desarrollo económico y perfiló su misión alrededor del concepto de “Ascenso Pacífico”, la política oficial del gobierno de China cuyo discurso buscó persuadir en torno a que su poder político, económico y militar no significaba una amenaza a la paz y la seguridad internacional. Pero sobre todo puso en marcha su estrategia diplomática de carácter blando, es decir, soft power: trabajar sobre la percepción del otro; a propósito, es interesante la metáfora que utiliza Joseph S. Nye, en su artículo “Soft power: the evolution of a concept” (2021), parafraseando: mientras el poder duro (hard power) es empujar, el poder suave (soft power) es atraer. Esta estrategia buscó colocar a China en la agenda multilateral, crear vínculos bilaterales (visitas diplomáticas de Estado y visitas directas al extranjero), presentar al gigante asiático como un espléndido oferente de proyectos de infraestructura –hablamos de la Iniciativa Belt and Road (BRI) o conocida como la Nueva Ruta de la Seda, el megaproyecto chino que ya involucra a más de 70 países–, y con particular cuidado y esmero propiciar acercamientos culturales como la red de Institutos Confucio.
¿Quién podría cuestionar la imagen del sabio pensador chino, o por qué se pondría en duda el desinterés y generosidad de que China ofrezca programas que den a conocer su cultura y su idioma? En principio, por supuesto, es una oferta para celebrar, además ¿cuál sería la diferencia con la Alianza Francesa, el Instituto Goethe, o el British Council? Esencialmente que los Institutos Confucio –en actividad desde 2004 y ya desplegados en al menos 162 países con más de 500 filiales– se insertan dentro de las universidades como “centros de extensión”, lo que les permite ofrecer salarios de planta, fondos para becas de investigación, gastos de viaje de los profesores y viajes de estudios a China. Todo esto suena a maravilla, pero lo que no debe pasar desapercibido es quién está detrás y con qué intenciones. El patrocinio oficial de este programa viene de parte del Ministerio de Educación del Partido Comunista Chino (PCCh) por lo que sería ingenuo negar la agenda política de fondo en aras de mejorar la imagen pública de China. Es oportuno recordar lo que Xi Jinping anunció en sus primeros discursos: “Deberíamos profundizar y dilucidar mejor las excelentes características de China. [Destacar] la cultura tradicional, y hacer mayores esfuerzos para transformar y desarrollar creativamente las virtudes tradicionales chinas, promoviendo un espíritu cultural que trascienda el tiempo y las fronteras…” (Sesión Plenaria del XVIII Comité Central del PCCh, 2014). Una vez más, ¿por qué desconfiar de esta motivación de carácter cultural si no espiritual?
Evidentemente, no se trata de cuestionar las creencias, las tradiciones, las costumbres y las expresiones artísticas, sino aquello que China –y sobre todo Xi Jinping– quiere ocultar a toda costa: por ejemplo los crímenes de lesa humanidad contra uigures y otras minorías musulmanas, como ya denunció Human Rights Watch en un reporte que da cuenta de una serie de delitos que van desde detenciones arbitrarias masivas, desapariciones forzadas, vigilancia permanente, separación de familias, hasta violencia sexual entre otras atrocidades; o el tráfico de órganos que son extraídos de los presos de conciencia que el régimen mata en la más cómoda impunidad… Hay muchos temas pesados de actualidad que Pekín quisiera tapar. De allí la sospecha de que la red de Institutos Confucio pueda no solo atentar contra la libertad académica sino llevar propaganda directa a las universidades. Una nueva generación –de la que dependerá el futuro y el poder global– se está formando en medio del sesgo y la desinformación además de la censura. Si los próximos académicos, profesionales e intelectuales reciben becas, favores y financiamientos de parte del régimen chino, habrá menos posibilidad de crítica y por supuesto de libertad de pensamiento.
Ayer (2 de agosto) con la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU., Nancy Pelosi, a Taiwań, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China informó que se realizarían operaciones militares en torno a la isla y, concretamente, amenazó: “Los que juegan con fuego se quemarán". Parece que la China de Xi Jinping mostrará sus verdaderos colores y su hard power.