Certidumbre
Óscar del Brutto reseña el filme Cónclave, recientemente nominada al Óscar para mejor película, y cómo esta retrata el peligro de la demanda de certidumbre.

Por Oscar del Brutto
La certidumbre es el pecado que me da más miedo, confiesa el cardenal Lawrence en el discurso que hace al cónclave poco antes de que empiecen las deliberaciones. Las certezas son enemigas de la unidad y de la tolerancia, dice. Incluso Cristo no tenía certidumbre al final de su vida. El cardenal Lawrence sostiene que la fe es algo viviente porque camina de la mano de la duda y que si solo hubieran certezas, la fe no sería necesaria. Por eso termina su discurso pidiendo por un papa que tenga dudas.
La película Cónclave, dirigida por Edward Berger –fue una de las favoritas en días pasados para llevarse el Óscar a mejor filme (al final lo obtuvo la cinta Anora) y mejor actor para Ralph Fiennes como Lawrence (al final fue para Adrien Brody)– y basada en la novela de Robert Harris, cuenta la historia ficticia de unos cardenales católicos que se reúnen para elegir a un nuevo papa. Los cardenales llegan de todas partes del mundo hasta el Vaticano y comienzan el proceso de elección del sucesor del santo padre recientemente fallecido.
El decano del colegio cardenalicio, el cardenal Lawrence, dirige a sus colegas mientras se recluyen en la Capilla Sixtina y comienzan el proceso de elección del nuevo papa.
Durante toda la película destaca, especialmente, la fotografía. Un plano es mejor que el otro. Vemos la belleza de los edificios y de los monumentos del Vaticano, que se encuadran junto con las imágenes de los cardenales. Por momentos la cámara se enfoca en las manos de los personajes, que nos demuestran su deseo de control, pero luego se abre para que podamos ver los pilares de 40 metros de altura y las estatuas renacentistas, y para que apreciemos los contrastes entre la tradición y lo presente, y entre lo divino y lo humano.
En medio del suspenso por la elección del nuevo papa y de la política para nombrar a alguien de ideas tradicionales o progresistas, nos llega el sentimiento de duda.
El propio Lawrence que había decidido poner su ambición personal de lado se ve tentado por la vanidad: “Que me llamen Juan”, dice.
Y en medio de las dudas de Lawrence no podemos dejar de pensar en Pedro, el primer papa, que, a pesar de poder ver en vivo y en directo a Cristo, se hunde en medio del mar; o en Miguel Ángel, el pintor de la Capilla Sixtina, que después de dedicar sus mejores años a su obra, decide personificarse en el pellejo del martirizado San Bartolomé, dudando del valor de su esfuerzo; o, por qué no, como dice el propio Lawrence, en Cristo preguntando en la cruz “Dios, mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Es una paradoja que nuestro mundo necesite tantas certezas. A pesar del desarrollo del método científico y de los avances en las comunicaciones que ha permitido la tecnología, a pesar del descubrimiento de los derechos individuales y de la democracia liberal, nuestra generación es una generación estupidizada por las redes sociales que pide certezas a gritos.
Y son esas certezas las que producen ideologías que explican todo y que terminan produciendo el genocidio judío, la Segunda Guerra Mundial y la Rusia comunista. Pidamos dudas y no certidumbre.
Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 5 de marzo de 2025.