Centros de Progreso, Parte 18: Edimburgo (la Ilustración Escocesa)
Chelsea Follett resalta la importancia de Edimburgo, ciudad que fue el corazón de la Ilustración Escocesa.
Por Chelsea Follett
Hoy presentamos la edición No. 15 de una serie de artículos publicados por HumanProgress.org llamada Centros de Progreso. ¿Dónde sucede el progreso? La historia de la civilización es de muchas maneras la historia de la ciudad. Es la ciudad la que ha ayudado a crear y definir el mundo moderno. Nuestra columna proveerá una breve introducción a los centros urbanos que fueron los sitios de importantes avances en la cultura, la economía, la política, la tecnología, etc.
Nuestro Centro de Progreso No. 18 es Edimburgo. La ciudad estuvo en el corazón de la Ilustración Escocesa —un periodo vital en la historia intelectual que va desde el siglo 18 hasta principios del siglo 19. Los pensadores de la Ilustración Escocesa realizaron grandes avances en economía, matemáticas, arquitectura, medicina, poesía, química, teatro, ingeniería, arte de retrato y geología.
Hoy, Edimburgo sigue siendo el centro intelectual y cultural de Escocia, así como también su capital. El nombre de la ciudad proviene de una vieja palabra celta, Eidyn, que es el nombre del área y burgh, que significa fortaleza. Una ciudad montañosa en la costa este de Escocia, Edimburgo es el lugar de un famoso castillo que data desde al menos el siglo 12. El castillo de Edimburgo es la atracción turística más visitada de Escocia, recibiendo más de 2 millones de visitantes solo en 2019. En la ciudad también se encuentra la Universidad de Edimburgo, una de las universidades más prestigiosas de Escocia. Los apodos de Edimburgo incluyen Auld Reekie (Vieja Humeante) por las chimeneas humeantes del barrio viejo. La ciudad también es llamada algunas veces Auld Greekie, o la “Atenas del Norte”, por el papel de la ciudad como un centro para la filosofía. El barrio viejo medieval de Edimburgo y el barrio nuevo neoclásico en conjunto conforman un solo sitio Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO.
La evidencia arqueológica sugiere que el área donde Edimburgo se encuentra ahora ha sido habitada desde al menos 8.500 AEC. Las personas de las tribus celtas fueron los principales habitantes. A lo largo de los siglos, el área fue gobernada por varios pueblos, incluyendo los celtas bretones que hablaban galés. Edimburgo cayó bajo el dominio escocés alrededor de 960 EC, cuando el Rey Indulf el Agresor tomó control del asentamiento. Edimburgo se convirtió la capital escocesa en 1437, reemplazando a Scone.
Escocia en el siglo 18 acababa de atravesar décadas de turbulencia política y económica. La disrupción fue provocada por el derrocamiento de la Casa de los Stuart por parte de la Casa de los Orange, las rebeliones jacobitas, el fracasado y costoso esquema de Darien, la hambruna, y la Unión de Escocia e Inglaterra en 1707. Aún así Escocia, particularmente Edimburgo, se embarcarían en un emocionante viaje nuevo.
Si podría visitar Edimburgo durante la Ilustración Escocesa, encontraría una ciudad fría, compacta y amurallada de grandes calles de piedra.
El autor escocés James Buchan ha descrito la ciudad de esa época como “Inconveniente, sucia, anticuada, alcohólica, combativa y pobre”. Pero a través de la neblina, se podía ver la luz cálida en las ventanas de los edificios de las universidades, los hogares que recibían a las sociedades y clubes de lectura, y en las tabernas que servían morcilla escocesa y whisky a clientes que discutían filosofía. La ciudad estaba viva con la energía de nuevas ideas y el espíritu de la exploración científica. Mientras que Edimburgo era entonces una ciudad de apenas 40.000 residentes, estaba llena de mentes grandiosas abordando grandes preguntas.
Ayudó que la cultura religiosa de la ciudad le diera la bienvenida a las nuevas ideas. La Iglesia Presbiteriana dominante acababa de realizar una exitosa campaña de alfabetización. Escocia, entonces uno de los países más pobres de Europa, gozaba tal vez de la tasa de alfabetización más alta del mundo. La facción gobernante dentro de la Iglesia Presbiteriana estaba constituida de clérigos moderados y con mente abierta. Esos moderados forjaron lazos cercanos con muchas de las figuras clave de la Ilustración y alentaron su trabajo. También había una facción más conservadora dentro de la Iglesia Presbiteriana que despreció el trabajo de los académicos de la Ilustración e incluso trató de excomulgar al filósofo David Hume (1711-1776) por hereje. La mejor conectada facción moderada dentro de la Iglesia protegió a Hume de la excomulgación. El Reverendo Presbítero moderado William Robertson (1721-1793) se convirtió en el rector de la Universidad de Edimburgo y fundó una de las sociedades intelectuales más destacadas de la Ilustración Escocesa en 1750. La Sociedad Selecta de Edimburgo de Robertson contaba entre sus miembros a luminarias como Hume, el filósofo e historiador Adam Ferguson (1723-1816) y el economista Adam Smith (1723-1790).
De manera muy similar a los salones parisinos de la Ilustración Francesa, las numerosas sociedades de lectura y los clubes intelectuales de hombres que surgieron alrededor de Edimburgo hicieron posible el éxito de la sociedad. A diferencia de París, donde las mujeres muchas veces hacían de anfitrionas en los salones, las normas sexistas culturales excluían a las mujeres de las reuniones intelectuales en Edimburgo, con excepciones raras como aquella de la poetiza y miembro de la alta sociedad Alison Cockburn (1712-1794). Una mujer moderna no desearía vivir en la Edimburgo del siglo 18, pero los hombres de esa época encontraron a estos clubes como algo sin precio. El escritor francés Voltaire dijo en 1762 que “hoy es de Escocia que nosotros [los europeos] obtenemos las normas de gustos en todas las artes, desde la poesía épica hasta la jardinería”.
Escocia dejó su marca en el mundo literario, produciendo figuras como el inigualable poeta Robert Burns (1759-1796) y el novelista Sir Walter Scott (1771-1832). Escocia también fue pionera fue pionera en los nuevos gustos de paisajismo, arquitectura y diseño interior. Eso fue gracias en gran medida al arquitecto Robert Adam (1728-1792), criado y educado en Edimburgo. Junto con su hermano James (1730-94), desarrolló un nuevo acercamiento a la arquitectura conocido como el “estilo Adam”, el cual influyó muchas residencias durante el siglo 18 en Inglaterra, Escocia, Rusia y EE.UU. después de su independencia, donde evolucionó hasta convertirse en el llamado “estilo federal”. Escocia también lideró el camino hacia el arte de retratos, gracias a los pintores que marcaron tendencia como Allan Ramsay (1713-1784) y Sir Henry Raeburn (1756-1823).
Mientras que la Ilustración Escocesa produjo muchas contribuciones a las artes y humanidades, también dio paso a trabajos pioneros en las ciencias. Thomas Jefferson, en 1789, escribió, “Hasta donde concierne la ciencia, ningún lugar en el mundo puede pretender competir con Edimburgo”. El geólogo de Edimburgo James Hutton (1726-1797) replanteó su campo desarrollando muchos de los principios fundamentales de su disciplina. El químico y físico Joseph Black (1728-1799), quien estudió en la Universidad de Edimburgo, descubrió el dióxido de carbono, el magnesio, y los importantes conceptos termodinámicas del calor latente y específico.
El médico William Cullen (1710-1790) ayudó a hacer de la Escuela de Medicina de Edimburgo el principal centro de educación médica para el mundo angloparlante. Allí ayudó a entrenar muchos científicos notables, incluyendo a Black y al anatomista Alexander Monro Secondus (1733-1817). Este último fue la primera persona en detallar el sistema linfático del ser humano. Sir James Young Simpson (1811-1870), admitido a la Universidad de Edimburgo con tan solo 14 años, llegó a desarrollar la anestesia de cloroformo. Esa invención mejoró significativamente la experiencia de la cirugía para los pacientes. También salvó a la Reina Victoria y muchas otras mujeres del sufrimiento innecesario durante el parto.
La Ilustración Escocesa también avanzó la matemática y la ingeniería. El matemático y profesor de la Universidad de Edimburgo Colin Maclaurin (1698-1746), un niño prodigio que entró a la universidad a los 11 años, hizo contribuciones notables a los campos de geometría y álgebra. El ingeniero civil Thomas Telford (1757-1834), quién trabajó por un tiempo en Edimburgo, fue tan prolífico que se ganó el apodo del Coloso de los Caminos (en alusión a una de las Siete Maravillas del mundo antiguo, el Coloso de Rhodes). El ingeniero e inventor escocés James Watt (1736-1819) mejoró de manera importante el diseño del motor a vapor y ayudó así a suscitar la Revolución Industrial.
El autor estadounidense Eric Weiner ha argumentado que la clave del éxito súbito e inesperado de Edimburgo fue la funcionalidad escocesa. La Enciclopedia Británica, que fue fundada en Edimburgo en 1768 y por lo tanto era un invención de la Ilustración Escocesa, también afirma que detrás de los diversos logros de la ciudad estaban notables desarrollo en la filosofía escocesa, todos tenían una inclinación práctica. Esos desarrollos fueron el escepticismo hacia la llamada escuela racionalista de pensamiento (la que sostenía que todas las verdades podían ser deducidas mediante el uso de la razón por sí sola), un enfoque en los métodos empíricos de exploración científica, el surgimiento de una filosofía de “sentido común” e intentos de desarrollar una ciencia de la naturaleza humana.
La popularización del empirismo estaba entre las mayores contribuciones de la Ilustración Escocesa al progreso humano. Relacionado con esto, “el realismo de sentido común”, avanzado por pensadores como Ferguson, enfatizó las observaciones del mundo real en lugar de las teorías abstractas y sostenía que el hombre no preparado y común era igual a un intelectual en cuestiones de sentido común básico. El realismo del sentido común influyó en el pensamiento de los Padres Fundadores de EE.UU. Thomas Jefferson y John Adams, entre otros. El Tratado sobre la naturaleza humana de Hume (1739), uno de los trabajos filosóficos más influyentes en la historia, estuvo entre los textos fundacionales de la ciencia cognitiva.
El deseo de comprender el comportamiento humano dio paso no solo a la ciencia cognitiva, sino también a la economía. Adam Smith es ampliamente considerado como el fundador de la economía moderna. Su La riqueza de las naciones (1776) estuvo entre los primeros trabajos que se inmiscuyó en cuestiones como la división del trabajo y los beneficios de las economías de libre comercio (en oposición al mercantilismo y el proteccionismo). El trabajo no solo influyó la política económica poco después de su publicación, sino que también ayudó a definir los términos del debate económico durante siglos. Cada pensador económico importante desde Smith, incluyendo aquellos que están firmemente en desacuerdo con él, como Karl Marx, no obstante citan al escocés y lucharon con sus ideas.
Al crear el campo de la economía, Smith ayudó a la humanidad a pensar acerca de las políticas que promueven la prosperidad. Esas políticas, incluyendo la libertad económica que Smith promovía, desde ese entonces han ayudado a mejorar la calidad de vida hasta llevarla a niveles que serían inconcebibles para Smith y sus contemporáneos (explore la evidencia usted mismo).
Edimburgo fue un Centro de Progreso improbable. Una zona pequeña, mal mantenida y poco amigable floreció luego de un siglo de inestabilidad para tomar al mundo por sorpresa. La amplia alfabetización, la mente abierta, los debates intensos en las reuniones intelectuales, y una inclinación práctica contribuyeron a los éxitos de la ciudad. Edimburgo era esencialmente una pequeña ciudad universitaria que apuntó mucho más allá de su peso en los logros humanos. El Padre Fundador estadounidense Benjamin Franklin notó que “la Universidad de Edimburgo poseía de una serie de hombres realmente grandiosos…más que cualquier otro grupo de hombres que alguna vez haya aparecido en cualquier época o país”. Por sus innumerables logros, y particularmente por darle a la humanidad el empirismo y la economía, la Edimburgo en la era de la Ilustración Escocesa es con justa razón nuestro decimoséptimo Centro de Progreso.
Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 17 de diciembre de 2020.