Brasil y los malos remedios del FMI
por L. Jacobo Rodríguez
L. Jacobo Rodríguez fue director asistente del Proyecto de Libertad Económica Global del Cato Institute.
El mes pasado, el gobierno brasileño anunció una reforma fiscal basada en aumentos de impuestos y recortes presupuestarios por 23.500 millones de dólares para controlar el déficit. Aunque el Congreso se opondrá firmemente al plan, su mero anuncio es suficiente para que el Fondo Monetario Internacional conceda al Brasil 42 mil millones de dólares. Los objetivos son la recuperación de la confianza de los inversionistas, evitar una devaluación del real y evitar también una nueva debacle financiera. Aunque las medidas pueden dar cierta estabilidad a corto plazo, con certeza van a impedir una reforma exitosa y duradera.
El mes pasado, el gobierno brasileño anunció una reforma fiscal basada en aumentos de impuestos y recortes presupuestarios por 23.500 millones de dólares para controlar el déficit. Aunque el Congreso se opondrá firmemente al plan, su mero anuncio es suficiente para que el Fondo Monetario Internacional conceda al Brasil 42 mil millones de dólares. Los objetivos son la recuperación de la confianza de los inversionistas, evitar una devaluación del real y evitar también una nueva debacle financiera. Aunque las medidas pueden dar cierta estabilidad a corto plazo, con certeza van a impedir una reforma exitosa y duradera.
La turbulencia financiera se ha esparcido por los mercados emergentes desde el rescate de México en 1995 y ello se debe en gran parte al "riesgo moral" que conllevan los rescates del FMI. Brasil, según las autoridades del Fondo, es un país comprometido en reformar su economía, instrumentando políticas sanas y, por lo tanto, no se merece la devastación financiera sufrida en Asia y Rusia. Pero, la verdad es otra. Con un tipo de cambio ajustable, una mezcla explosiva de política monetaria estricta y política fiscal expansionista y, sobre todo, falta de credibilidad auguran un desastre para Brasil.
Después de la devaluación mexicana de 1994, economistas e inversionistas comenzaron a especular si Brasil sería la próxima víctima. El gobierno de Fernando Cardoso tuvo casi tres años para reducir el déficit presupuestario antes que los inversionistas comenzaran a perder confianza en el real hace un año. Sólo entonces, cuando se dispararon las presiones contra el real fue cuando el gobierno de Cardoso tomó medidas para tratar de controlar el déficit, anunciando un plan de austeridad basado en aumento de impuestos y recortes presupuestarios de 20 mil millones de dólares. Mientras que los aumentos de impuestos de unos 9 mil millones de dólares se aplicaron con prontitud, la mayoría de los recortes jamás se realizaron.
Y esto no es un incidente aislado. Mayores gastos y más impuestos han sido la norma durante la presidencia de Cardoso. Según el economista Paulo Rabello de Castro, el gasto brasileño ha aumentado del 30% al 40% del PIB desde 1994, mientras que la carga impositiva se incrementó del 26% al 31% del PIB, en el mismo período.
El nuevo plan de austeridad es más de lo mismo. Lo mismo que en 1997, alrededor de la mitad de la reducción del déficit fiscal previsto, 11 mil millones de dólares, proviene de aumentos impositivos, mientras que los recortes presupuestarios sugeridos apenas representan 6,3% del presupuesto de 1999. Eso explica el escepticismo de inversionistas y observadores. Por el contrario, el FMI está convencido que esta vez los brasileños van a tomar las cosas en serio.
Igual a lo sucedido en México en 1995, el dinero del FMI permitirá a los brasileños posponer las reformas estructurales necesarias. La más importante es la del sistema de pensiones del Seguro Social, especialmente generoso con los trabajadores del sector público y que representa dos terceras partes del déficit presupuestario. Propuestas de reforma están bajo consideración desde 1995, pero muy poco se ha avanzado. Es más, sólo la transformación a un sistema de capitalización individual a la chilena, lo cual el Congreso ni siquiera está considerando, convencería a la comunidad financiera que el problema tiene una solución definitiva.
Como lo han sugerido los economistas de Harvard Jeffrey Sachs y Steve Radelet, Brasil debería negociar la extensión de la deuda a corto plazo con sus acreedores, para lo cual no se requiere la intervención del FMI. Por el contrario, sin el FMI, Brasil y sus acreedores tendrían un interés común en negociar la extensión. Y, según Sachs y Radelet, tal extensión "proporcionaría mayor seguridad contra un pánico, sin rescatar a los inversionistas" a costa de los contribuyentes. Eso sí sería una solución duradera.
Brasil también podría emitir bonos dando como garantía los ingresos por futuras ventas de activos estatales. Algunos banqueros han expresado interés en esos bonos colaterizados y Brasil podría así reponer sus reservas. De nuevo, la intervención del FMI no es necesaria.
Ni el FMI ni el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos podrán resolver los problemas de credibilidad del Brasil porque estos son esencialmente políticos. Por ello, el rescate por parte del FMI no aporta el ingrediente esencial: disciplina fiscal. Por el contrario, el rescate anunciado tenderá a perpetuar un sistema financiero generador de crisis, bajo el cual ni los gobiernos ni los inversionistas pagan el costo total de sus imprudencias. ¿Quién quiere ser la próxima víctima del FMI?