Bombardear por la paz
Cristina López G. considera que "aumentar la violencia en una situación tan incierta y ya de por sí violenta puede traer consecuencias imprevistas que pondrían en riesgo a países y ciudadanos que nada tienen que ver con la guerra civil de Siria".
Incluso a pesar de recientes reportajes de que el estadounidense promedio no sabría ubicar a Siria en un mapa, el Nobel de la Paz y presidente de EE.UU. considera que lanzando un ataque hacia dicho país estaría representando los deseos no solo de sus electores, sino de la humanidad que quiere la paz del mundo. Por lo menos, eso ha dejado inferir su administración en diferentes ocasiones: a través de la conferencia de prensa del mismo presidente y de la audiencia frente al poder legislativo en la que el Secretario de Estado, John Kerry, buscaba cumplir con éxito su papel de hacerle marketing a una intervención bélica que podría resultarle muy costosa a Obama.
No se pone en duda que lo que ocurre en Siria es gravísimo. Las revueltas empezaron en sintonía con los levantamientos producidos durante la primavera árabe en Egipto y Túnez, con la diferencia de que en Siria el gobierno del dictador Assad respondió a las protestas y revoluciones de manera desproporcionada, inhumana y monstruosa. La situación ha escalado hasta convertirse en una guerra civil en la que la oposición está compuesta por múltiples y diversas facciones (incluyendo aliados de Al-Qaeda) y en la que se rumora que el régimen de Assad está ocupando armas químicas que han terminado con miles de ciudadanos, entre ellos niños.
Lo anterior sin duda, pone los pelos de punta a cualquiera. Sin embargo, aumentar la violencia en una situación tan incierta y ya de por sí violenta puede traer consecuencias imprevistas que pondrían en riesgo a países y ciudadanos que nada tienen que ver con la guerra civil de Siria. Aunque el presidente Obama hizo lo correcto en recordar su obligación de respetar la Constitución estadounidense y dar un paso atrás para esperar los votos del Congreso antes de intervenir bélicamente para castigar el presunto uso de armas químicas, el ahínco con el que su administración busca los votos es preocupante. Un triste indicador de que a pesar de los galardones recibidos y la retórica de paz, el derecho internacional y los tratados firmados, el complejo con rasgos megalómanos de sentirse policía del mundo sigue siendo más grande.
Durante el lobbying a favor de la intervención se ha pretendido llamar al acto que ejecutarían las fuerzas militares en Siria no un acto de guerra, sino una intervención humanitaria. Matt Welch, editor en jefe de la revista Reason, hizo bien en calificar esta retórica eufemística de “uso orwelliano del lenguaje”, pues cualquier acción que ejecute EE.UU. en terreno sirio calificaría como acto de guerra bajo el Convenio de Ginebra de 1949, del que EE.UU. es signatario.
No cabe duda de que hay que hacer algo por los miles de civiles en Siria que se encuentran en peligro de muerte ante el choque de fuerzas que buscan ya sea mantener el poder, conquistarlo, o liberarse. Sin embargo, una medida mucho más humanitaria e inmediata podría ser garantizar más asilos y facilitar aún más el exilio de quienes quieran salir del fuego cruzado. De lo que no queda duda, en base al nivel de desaprobación que ha levantado la intervención, es que cada vez para los políticos se va a volver más difícil convencer a esta generación, harta de las guerras, que la única salida a cualquier problema donde la vida está amenazada, son las intervenciones bélicas que también cobran vidas.