Biden quiere volver a la política exterior “normal”

Emma Ashford considera que aunque la política exterior de Biden constituiría una mejora frente a aquella de la administración de Trump, esta probablemente perdería la oportunidad de reconstruir una política superior al anterior consenso intervencionista en Washington.

Por Emma Ashford

Cuando Joe Biden fue nominado a la candidatura a la presidencia por el Partido Demócrata en la reciente Convención del Partido Demócrata, se comprometió no solo a reconstruir EE.UU., sino también a “reconstruirlo mejor de lo que era”. Su campaña está vendiendo una promesa: pronto el presidente Trump se habrá ido y EE.UU. puede volver a la vida normal pre-Trump, aunque en una versión ligeramente mejorada. Esta es así de cierto respecto de la política exterior antes que de cualquier otra cosa.

Para cualquiera que ha vivido a través del caos de los últimos cuatro años, una reversión al status quo es tentador. ¿Quién no quisiera volver a los tiempos en que la política exterior no se hacía a través de un tweet? Y una presidencia de Biden sin duda se vería y sonaría mejor que la de Trump: el presidente Biden daría discursos acerca del liderazgo estadounidense, reiteraría el respaldo estadounidense a los aliados y criticaría los abusos de derechos humanos en el extranjero. 

Pero deberíamos ser cautelosos. El Sr. Biden parece que es menos probable que mejore la política exterior de EE.UU. y es más probable que nos devuelva al obtuso consenso de Washington que le ha fallado a nuestro país y al mundo. 

La retórica de la campaña sobre política exterior es, para ser justos, vaga. Está llena de invocaciones al liderazgo estadounidense y a los retos globales —los clichés que usted esperaría. Pero promete un extremadamente amplio rango de objetivos de política exterior, desde promover los derechos humanos hasta confrontar los autócratas y populistas para garantizar que las fuerzas armadas de EE.UU. sigan siendo las más fuerte del mundo. 

Estos no son solo lugares comunes. Estas propuestas señalan una reversión a la visión posterior a la Guerra Fría de que EE.UU. puede y debe estar en todas partes y resolver cada problema. Este es el tipo de enfoque que comprometería a EE.UU. con más años de alto gasto militar, e incluso una todavía más larga “guerra global contra el terrorismo” que actualmente se lucha en más de una docena de países, más intervenciones humanitarias que se convierten en aprietos y una estrategia de mayor confrontación con China y Rusia. En pocas palabras, la visión del Sr. Biden luce menos como un mejor enfoque de la política exterior y más como una repetición. Como Paul Musgrave, un científico político en la Universidad de Massachusetts Amherts señaló: “Sus posiciones son tan familiares como parecer más bien un recuento de la sabiduría convencional que una plataforma de política exterior”.

Pero este enfoque “familiar” nos ha llevado una y otra vez al fracaso en años recientes. Ya sea en Irak, Libia, Ucrania u otros lugares, EE.UU. se ha topado con problemas que no pueden ser resueltos con un “enfoque más muscular” o con “liderazgo estadounidense (para utilizar dos clichés favoritos del establishment de política exterior). El Sr. Biden está ignorando el único aspecto positivo de la presidencia del Sr. Trump: que ha presionado a los estadounidenses a cuestionar si el enfoque tradicional de la política exterior de hecho nos hace más seguros. 

Por supuesto, una administración de Biden no necesariamente replicaría los fracasos pasados. Los documentos de campaña y los discursos de campaña no siempre son una buen guía acerca de cómo actuará el presidente. El récord del Sr. Biden es decididamente mixto. Por cada fracaso importante en su juicio —como su respaldo a la invasión de Irak en 2003— hay veces en que ha sido una sorprendente voz a favor de la restricción, como cuando argumentó en contra del derrocamiento de Muammar el-Qaddafi en Libia en 2011.

Por ahora, la mejor manera de entender donde se ubica el Sr. Biden hoy es ver las personas que lo rodean. Si el personal es la política, hasta ahora parece que tendremos un poco más de una repetición del consenso de Washington. 

Jake Sullivan, el otrora consejero de seguridad nacional del vicepresidente, es ahora el asesor titular de su campaña. Escribiendo en The Atlantic este mes, el Sr. Sullivan argumentó que EE.UU. debe volver a adherirse al excepcionalismo estadounidense, volviendo a una política exterior de liderazgo global con “una creencia renovada en el poder de los valores estadounidenses en el mundo”. 

Muchos de los otros asesores del Sr. Biden también parecen querer volver al consenso intervencionista anterior a Trump. Nicholas Burns —otrora asesor de campaña— fue un partidario firme de la guerra en Irak en 2003. Antony J. Blinken, quien precedió al Sr. Sullivan como el asesor de seguridad nacional del vicepresidente Biden y es ahora un asesor de alto nivel en la campaña en lo que respecta la política exterior, co-escribió un ensayo en 2019 con el neo-conservador Robert Kagan condenando la voluntad del Sr. Trump de considerar retirar las tropas de Afganistán y criticando la decisión de Barack Obama de no intervenir en Siria (El Sr. Blinken también fue anteriormente un colaborador de opinión en The Times). Otros anteriores colaboradores de Obama están involucrados en papeles menos formales dentro de la campaña: Samantha Power es bien conocida por promover la intervención en Libia, Siria y otros países. Michèle Flournoy, ampliamente mencionada como una posible secretaria de defensa, argumentó hace tan solo unas pocas semanas que EE.UU. debe hacer “grandes apuestas” con el gasto militar para mantener nuestras capacidades militares. Las voces progresistas —incluyendo aquellas de la administración de Obama— parecen haberse quedado afuera de la campaña. Eso es una pena, sobre todo porque las primarias del Partido Demócrata este año fueron notable por sus debates acerca de la política exterior. Los senadores Bernie Sanders y Elizabeth Warren ayudaron a provocar importantes conversaciones sobre asuntos clave como el gasto militar y el uso de la fuerza, reflejando la demanda en la base demócrata de algo nuevo (y no es solo la base demócrata, la retórica anti-guerra del Sr. Trump fue popular con los electores Republicanos también). 

Al buscar restaurar el liderazgo estadounidense, el Sr. Biden también está probablemente perdiendo la oportunidad de construir una política más constructiva y menos militarizada que busque aliados como verdaderos socios, no solo como seguidores. Dicho enfoque presionaría para que se comparta la carga, algo que el Sr. Trump ha promovido, aunque lo haya hecho de manera poco elegante. Se enfocaría en la diplomacia multilateral —en lugar de simplemente empujar las demandas estadounidenses— donde sea posible. También buscaría reducir la tensión con China en lugar de intensificarla a través de una mayor presencia militar o más sanciones. 

Al final del día, hay pocas dudas de que la política exterior del Sr. Biden sería mejor que aquella del Sr. Trump. Desde sus asesinatos ilegales en Oriente Medio y su desprecio de la diplomacia hasta su incesante intento de aumentar la confrontación con China, el Sr. Trump ha sido una fuerza desestabilizadora en el mundo. 

Pero su presidencia inusual si creó una oportunidad para los estadounidenses. Les permitió cuestionar presunciones viejas—y defectuosas— acerca de la estrategia del país frente al mundo. Al devolvernos al pasado de la política exterior estadounidense, el Sr. Biden estaría haciendo lo contrario. Él puede que piense que nos está devolviendo a la normalidad. En cambio, estaría perdiendo su oportunidad de reconstruir la política exterior de EE.UU. para que sea mejor de lo que era antes.

Este artículo fue publicado originalmente en The New York Times (EE.UU.) el 25 de agosto de 2020.