Bandeja de plata: Cómo Duque le regaló la presidencia a Petro
Daniel Raisbeck dice que si bien Duque logró ser elegido con una agenda fiscalmente conservadora, gobernó como un socialdemócrata tradicional, aislando así a su base de votantes.
Por Daniel Raisbeck
Según el comentarista político David Frum, el actual presidente de Colombia, Iván Duque, es un estadista subestimado. Los ingratos votantes, argumenta Frum en la revisa The Atlantic, son incapaces de reconocer la brillante gestión del mandatario, a quien le asignan “un nivel de aprobación poco superior al 20%”.
Frum se refiere a la política de vacunación de Duque, al permiso de trabajo por 10 años que les extendió a los refugiados venezolanos y al actual crecimiento económico del país. Estos, escribe, son ejemplos de “un historial de políticas exitosas sin paralelos en la historia reciente de Suramérica”. Por su parte, Duque le dijo a Frum que está “tan desconcertado como cualquier otro” a raíz de su inmensa impopularidad.
Seguramente, los argumentos de Duque serán muy persuasivos en un tête-à-tête durante una de sus muy frecuentes visitas a Washington. No obstante, si Frum le hubiera prestado algo más de atención a Colombia durante los últimos cuatro años, caería en la cuenta de que el relato de Duque acerca de su propia presidencia resulta incompleto, para decir lo menos.
Tomemos el ejemplo de su política frente a la pandemia. Sí, es cierto que el plan de vacunación fue un éxito, pero éste sólo se introdujo después de algunas de las cuarentenas más largas, draconianas y destructivas del planeta. De hecho, los desmesurados encierros de Duque contuvieron elementos impensables dentro del marco constitucional de los mismos Estados Unidos. Por ejemplo, a los ciudadanos se nos prohibió transitar entre municipios durante meses, a menos de que contáramos con permisos oficiales, o demostráramos cumplir con una serie de muy arbitrarias excepciones.
Inevitablemente, las cuarentenas de Duque causaron un daño económico mucho más devastador de lo que era necesario, pues ayudaron a destruir más de medio millón de microempresas en el 2020, cuando el PIB del país se contrajo en un 6,8%, una cifra levemente mayor que la del promedio latinoamericano según el Banco Mundial.
La mezcla letal entre el COVID-19 y la respuesta torpe y autoritaria del gobierno disparó el desempleo, el cual alcanzó un astronómico nivel del 15,9% en el 2020 (comparado a un 10,5 % el año anterior), mientras que la informalidad laboral llegó al 49%. Duque hubiera podido mitigar estos problemas al relajar las normas laborales colombianas, las cuales son notoriamente rígidas y onerosas. Pero no lo hizo. Es más, contribuyó a mantener un nivel de desempleo de dos dígitos cuando decretó un estrafalario aumento del 10% al salario mínimo para el 2022, agregando además bastante combustible a la hoguera inflacionaria. No satisfecho con ello, impulsó aún más la inflación al incrementar los aranceles sobre los textiles importados, beneficiando así a sus amigotes gremiales a costa de los consumidores más pobres del país.
El gobierno de Duque diría, quizás, que la inflación es un fenómeno global. Y lo es, como también es el caso del auge de los precios de las materias primas. Razón por la cual Duque no puede atribuirle a su gestión el actual crecimiento económico, el cual jalona el petróleo, el principal producto de exportación de Colombia, al igual que los sectores del carbón y del café.
Durante su campaña presidencial del 2018, Duque prometió que reduciría los impuestos y acabaría el derroche estatal. Pero, en vez de recortar el monstruo burocrático que heredó, lo expandió al crear dos ministerios del todo innecesarios: el del Deporte y el de la Ciencia. También mantuvo un impuesto al patrimonio que estaba a punto de claudicar y debió retroceder ante la propuesta de aumentar el IVA para ciertos comestibles (con un enrevesado esquema de devolución para los más pobres). Sus alzas de impuestos le brindaron a la izquierda dura la excusa perfecta para lanzar las violentas protestas que paralizaron al país entre mayo y junio del 2021. La respuesta débil de Duque, quien fue incapaz de garantizar el imperio de la ley durante el paro, condujo a un caos que afligió al país entero.
¿Causó la pandemia los infortunios de Duque? No si se tiene en cuenta cómo el presidente desperdició el primer año y medio de su mandato. Tras su posesión, no actuó para disminuir el déficit fiscal o los altos niveles de endeudamiento del país, los cuales ya habían superado el peligroso umbral del 40% del PIB. Cuando la deuda gubernamental bruta se aproximaba al 60% del PIB, la agencia Fitch redujo la calificación crediticia del país, quitándole el grado de inversión y asignándole el nivel de bonos basura. Y, mientras la deuda se disparaba, se hundía el peso colombiano, el cual perdió más de un tercio de su valor frente al dólar desde que Duque llegó a la presidencia. Las monedas de otros mercados emergentes se han comportado de una manera similar, pero Duque fue incapaz de tomar medidas para proteger la capacidad de compra de los colombianos de la devaluación, tal como permitir la apertura de cuentas bancarias denominadas en dólares.
En el 2018, Duque sucumbió ante unas protestas estudiantiles violentas y, bajo presión callejera, incrementó el presupuesto de educación, que ya concentraba una mayor cantidad de fondos que las demás carteras, pese a sus funestos resultados. Similarmente, creó un esquema de “renta básica” y, hasta el día de hoy, se jacta de todos los subsidios que ha repartido.
Duque se hizo elegir porque presentó una agenda fiscalmente conservadora. Sin embargo, gobernó como un típico socialdemócrata, convencido de que había que gastar más y más e imponer siempre más recaudo en vez de recortar el gasto estatal. Así, aisló a su base de votantes inclusive antes de que empezara la pandemia. Desde el inicio, quiso complacer a la intelectualidad izquierdista, la cual lo despreció aún más por su capitulación ideológica.
Más allá de los pocos aciertos de Duque— los días sin IVA y un tratado de libre comercio con Israel— el único éxito que lo redimía era su victoria contra el chavista Gustavo Petro en las elecciones del 2018. Ahora, sin embargo, Petro se prepara para posesionarse como presidente el próximo 7 de agosto; en buena medida, Petro le debe su triunfo electoral a los fracasos de Duque, quien entrega un país peligrosamente endeudado, sumido en el desempleo y con una moneda devastada. Tristemente, Duque logró que su mayor logro perdiera su lustre.