¿Ayuda externa o estorbo externo?
Doug Bandow considera que "El gobierno debería salirse del negocio de la asistencia. Hay casos limitados en los que las transferencias financieras podrían complementar o incluso sustituir el gasto en defensa, pero la Guerra Fría ha terminado".
Por Doug Bandow
El déficit del presupuesto federal llegará a la cifra récord de $1,65 billones en 2011. Entonces, ¿por qué Washington continúa subsidiando a gobiernos extranjeros?
Los Republicanos en el Congreso parecen estar determinados a reducir el gasto y uno de sus objetivos es la “ayuda” externa. Este año el Departamento de Estado perdería 16% de su presupuesto; la ayuda humanitaria se reduciría en un 41%.
La Secretaria de Estado Hillary Clinton advierte de una catástrofe: “Cortes de esta magnitud serán devastadores para nuestra seguridad nacional, nos dejarán sin la capacidad para responder a desastres inesperados y perjudicará nuestro liderazgo en el mundo”.
Ella citó la reciente agitación política en Egipto: “Necesitamos recursos para hacer el trabajo; de otra manera pagaremos un precio más alto en crisis posteriores, a las cuales se les permitirá cocinarse a fuego lento hasta que hiervan y se conviertan en conflictos”. También indicó el trabajo en Afganistán e Irak para argumentar que las reducciones propuestas serían “perjudiciales para la seguridad de EE.UU.”.
Incluso algunos conservadores han estado del lado de la Secretaria Clinton en este asunto. Por ejemplo, Jennifer Rubin, la Blogger de derecha del Washington Post, denominó al Senador Rand Paul (Republicano por el Estado de Kentucky) “neo-aislacionista” por proponer cortar lo que equivale a una asistencia social a nivel internacional.
A pesar de las aseveraciones extravagantes de la Secretaria Clinton, hay poca evidencia de que la ayuda externa favorece los intereses de EE.UU. Después de todo, si EE.UU. escribiendo cheques —más de un billón de dólares desde que se acabó la Segunda Guerra Mundial— hizo del mundo un mejor lugar, este debería estar en paz, los pobres deberían estar alimentados y la Segunda Venida de Cristo debería ser cosa del pasado.
Consideren a Egipto. La Secretaria Clinton argumentó que los eventos en Egipto requieren que los estadounidenses subsidien a los nuevos gobernadores militares. ¿Con qué propósito? EE.UU. aportó alrededor de $30.000 millones a Egipto a lo largo de las últimas tres décadas pero el país sigue siendo pobre y anti-democrático. De hecho, subvencionar la corrupta dictadura de Mubarak ayudó a convertir a Egipto en un volcán popular.
La administración de Obama ha propuesto gastar $8.700 millones en Afganistán, Pakistán e Irak el próximo año. Pero los resultados de los programas de asistencia en estas tres naciones no son mejores que aquellos obtenidos en Egipto.
Pakistán ha sido subvencionado por EE.UU. durante décadas. Tom Wright del Wall Street Journal reportó el mes pasado: “El programa ambicioso de ayuda civil está dirigido, parcialmente, a reafirmar el respaldo a EE.UU. en esta nación volátil y estratégicamente importante. Pero una serie de problemas en la práctica están dificultando la iniciativa”.
Los problemas tienen raíces profundas. Alejandro Quiro Flores y Alastair Smith de la Universidad de Nueva York aseveraron que “La dinámica de la ayuda externa es similar a aquella de la guerra de Pakistán en contra de los insurgentes: mientras EE.UU. esté dispuesto a pagarle a Pakistán cada vez más para erradicar a los extremistas, Pakistán no los derrotará decisivamente; la corrupción que trae consigo la ayuda para combatir el terrorismo supera con creces el costo político de algo de violencia continua.
El desperdicio, la ineficiencia y la corrupción que rodean los proyectos humanitarios en Afganistán e Irak son legendarios. No importa si estos conflictos son percibidos como algo que está mejorando o empeorando. Los funcionarios de las agencias o programas de ayuda externa siempre estarán a favor de un aumento en el financiamiento porque la situación está mejorando o empeorando.
Por lo menos hay un argumento de seguridad detrás de intentar de reforzar a los gobiernos aliados durante una guerra. ¿Qué hay de los $27.000 millones para ayuda externa que se han pedido para el próximo año? Desde que la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin, EE.UU. y otras naciones ricas han gastado billones de dólares tratando de sacar de la pobreza a los países pobres. Estos desembolsos no han tenido algún impacto discernible sobre el crecimiento económico en el Tercer Mundo.
Sin duda algunos proyectos en algunos países han resultado en algunos beneficios. Pero los desperdicios de los proyectos de desarrollo fracasados plagan al mundo. Estudios detallados, que consideran varias naciones, no encuentran ni correlación ni causación entre la ayuda externa y el crecimiento. De hecho, las transferencias financieras generosas a dictadores corruptos muchas veces han impedido las reformas necesarias. Las elites políticas en países extranjeros no están de acuerdo en muchas cosas, pero todas quieren preservar su poder y su posición. Flores y Smith indican: “La indiferencia de los gobiernos autocráticos hacia el bienestar público es agravada con la ayuda externa”.
Después de décadas de fracaso los partidarios de la ayuda externa dicen que ahora lo están haciendo mejor. El presidente George W. Bush creó la Corporación Reto del Milenio (MCC, por sus siglas en inglés) para recompensar a los gobiernos con buenas políticas públicas. La MCC actualmente conduce programas multi-anuales con un valor de $7.200 millones en 20 países. Aún así, el Washington Times reportó en agosto del año pasado, que la agencia: “está dando miles de millones de dólares a naciones censuradas por el Departamento de Estado por la corrupción en el gobierno”.
J.P. Pham, del Comité Nacional sobre Política Exterior de EE.UU., dijo de Senegal lo siguiente: “Tenemos un gobierno que hacía todo bien, hasta que se pusieron en fila para obtener un subsidio de la MCC. Ellos saben las medidas [de corrupción] tienen un retardo de algunos años”. Senegal en algún momento fue considerado un “líder en África Occidental” en cuanto a democracia y economía, dijo el ex asistente del Secretario de Estado Todd Moss, pero “Lo que hemos visto es un declive muy marcado y preocupante en los últimos dos años”.
El Banco Mundial también ha enfatizado una mejor gobernabilidad. Pero, reportó Mary Anastasia O’Grady del Wall Street Journal: “En medio de un caos financiero que sacudió a los mercados internacionales de capitales… el Banco Mundial orgullosamente anunció un nuevo ‘paquete de asistencia’ de $250 millones para [El Salvador]. Pocos meses después, un escándalo estalló acerca de por qué una cantidad similar de dinero nunca fue explicada en las cuentas del gobierno”.
Los incentivos en la ayuda externa están mal. Tate Watkins del Mercatus Center dijo: “La ayuda externa sistemática crea oportunidades para la corrupción, las culturas de dependencia y para los desalientos al desarrollo. El flujo de asistencia desalinea los incentivos entre los donantes y los receptores, volviéndose extremadamente difícil detenerlo”.
Incluso el dinero enfocado en necesidades humanitarias tiene un récord decepcionante. Los desastres como el terremoto en Haití tradicionalmente abren los flujos de ayuda. ¿Con qué resultado? Seis meses después en Haití, reportó el Wall Street Journal, “el proceso de reconstrucción parece haberse estancado”.
Los grupos de asistencia reconocen que el progreso ha sido limitado en el mejor de los casos. El Washington Post reportó: “La eficacia de las ONGs ahora está siendo cuestionada por los mismos grupos y especialmente por los líderes haitianos, quienes se quejan de que las ONGs se han vuelto un gobierno paralelo que adolece de una coordinación deficiente, alta rotación y falta de transparencia”.
En algunas ocasiones, los programas de asistencia han sido perversamente perjudiciales. Los envíos mediante el programa “Alimentos por la paz” de EE.UU., utilizados para arrojar el exceso doméstico de los agricultores, se destacan por arruinar a los agricultores locales y socavar la producción local. Este problema continúa en Haití. Al regresar de una misión privada de asistencia, Don Slesnick, el alcalde de Coral Gables (Florida), se quejó: “Nos entristeció ver cómo bolsas de arroz viajaban no más de 20 yardas desde las puertas del sitio de distribución antes de acabar en la parte trasera de una camioneta que probablemente se dirigía al mercado negro. Para nuestra mayor consternación, regresamos a casa a leer reportajes de que esas mismas donaciones estaban rebajando el precio del arroz que vendían los agricultores haitianos, quienes necesitan un ingreso para mantener a sus propias familias”.
Etiopía es el mayor receptor de asistencia en África. Desafortunadamente, informó Tom Porteous, el director en Londres de Human Rights Watch: “los programas de varios miles de millones de dólares financiados por el Banco Mundial y otras organizaciones han sido politizados y manipulados por el gobierno de Etiopía, y son utilizados como una herramienta poderosa para mantener el control político y la represión”.
Peor aún es Somalia. Incluso las Naciones Unidas da a la asistencia en esta trágica nación una mala calificación. El New York Times reportó el año pasado: “Casi la mitad de los alimentos donados a Somalia son desplazados desde las personas necesitadas hacia una red de contratistas corruptos, militantes islamistas radicales y miembros del personal local de las Naciones Unidas, de acuerdo a un reporte del Consejo de Seguridad”.
Otro déjá vu, como dice Yogi Berra. Hace dos décadas el presidente George H. W. Bush intervino en Somalia para ayudar a entregar alimentos. Michael Maren trabajó con organizaciones privadas y luego concluyó: “De manera separada, llegamos a la conclusión de que el programa de asistencia probablemente estaba matando la misma cantidad de personas que las que estaba salvando, y el resultado neto era que los soldados somalíes estaban complementando su ingreso con la venta de alimentos, mientras que la [fuerza insurgente] —muchas veces indistinguible de las fuerzas armadas— estaba utilizando los alimentos como raciones para abastecer sus ataques en Etiopía”.
El gobierno debería salirse del negocio de la asistencia. Hay casos limitados en los que las transferencias financieras podrían complementar o incluso sustituir el gasto en defensa, pero la Guerra Fría ha terminado. EE.UU. es la única superpotencia y no tiene rivales a nivel mundial.
Gran parte de los aliados de EE.UU., incluyendo a los poderes regionales como Israel y Turquía, deberían haberse graduado de la asistencia de EE.UU. hace años. Casi todas las naciones del Tercer Mundo son tangenciales, en el mejor de los casos, para la seguridad de EE.UU. Los más de $5.000 millones al año para respaldar ventas de armas en el extranjero son, en gran medida, un subsidio para los productores de armas en EE.UU.
Aunque es difícil criticar la ayuda humanitaria correctamente entregada, el dinero privado invertido por las organizaciones privadas es la mejor manera de ayudar a los más necesitados alrededor del mundo. Cualquier asistencia de Washington debería enfocarse en desastres temporales en donde el gobierno de EE.UU. tiene particulares ventajas logísticas —como utilizar un cargador de aviones, que de otra manera estuviera sin uso, para asistir a las víctimas de un tsunami.
En cuanto a la asistencia para el desarrollo, los funcionarios estadounidenses deberían enfocarse en acelerar el crecimiento económico en EE.UU. y relajar el acceso de otras naciones al mercado internacional. Eso implica reducir las barreras al comercio.
Por ejemplo, EE.UU. limita las importaciones de azúcar del Caribe. Los paquistaníes se beneficiarían más de una reducción en los aranceles a los textiles que de subsidios adicionales a su gobierno ineficaz. Uno de los obstáculos más importantes a la liberalización comercial a nivel internacional son los subsidios agrícolas de EE.UU. y Europa.
A pesar de este récord abismal, la administración de Obama se niega a cortar el gasto en programas domésticos de “ayuda externa”, ha contribuido a aumentar los desembolsos para el Banco Mundial y se ha unido a otras naciones industrializadas en su llamado a más préstamos por parte del Fondo Monetario Internacional.
La Secretaria Clinton debería escuchar su propia retórica: “Es hora de un nuevo enfoque para un nuevo siglo. Es hora de jubilar los viejos debates y reemplazar las actitudes dogmáticas con un razonamiento claro y sentido común”.
Una de esas actitudes dogmáticas es suponer que la “ayuda” externa verdaderamente constituye una asistencia en lugar de un obstáculo. Desde hace mucho los partidarios de la ayuda externa han camuflado los fracasos de sus programas con perogrulladas: la ayuda es usada para “mantener el liderazgo estadounidense alrededor del mundo”, “invertir en el desarrollo global”, y demostrar que EE.UU. está “prestando atención” a otros países. Sin embargo, el liderazgo significa utilizar de manera eficiente los recursos, fijar las prioridades y reconocer las limitaciones. El desarrollo requiere de buenas políticas, no de subsidios internacionales. Vale la pena pagar por la atención solamente si esta produce resultados positivos.
Washington debería dejar de lanzar dinero bueno tras algo malo, incluso si estuviésemos viviendo en tiempos de bonanza económica. Con el país ahogándose en números rojos, Washington debe cortar todos los programas innecesarios. La mal llamada “ayuda” externa es un buen lugar para empezar.
Este artículo fue publicado originalmente en Forbes (EE.UU.) el 21 de febrero de 2011.