Atrapados en la red

Alfredo Bullard explica que en la comunicación telefónica como en otras industrias de red, cuantas más personas tengan el mismo bien o servicio, más valor tiene y que por eso los reguladores de estas industrias terminan proponiendo medidas que le quiten a los usuarios lo que deseamos que ocurra.

Por Alfredo Bullard

¿Se imagina lo difícil que debe haber sido vender el primer teléfono? “Mire. Este es un aparato extraordinario. Le permite hablar con personas a la distancia sin necesidad de moverse de su casa”. El potencial cliente contesta: “Qué interesante. Y si lo compro, ¿con quién podría hablar?”. El vendedor replica: “Con nadie aún. Usted sería el primero que tendría uno. Pero con el tiempo habrá muchos más”. El cliente responde de inmediato: “Regrese cuando haya más personas. Ahora no me interesa”.

El problema del vendedor es que recibirá la misma respuesta de cada persona que visite para que compre el primer teléfono. Y mientras no venda teléfonos, nadie le comprará teléfonos.

La comunicación telefónica es lo que se conoce como una economía de red. En las industrias comunes, como la del calzado, el que muchos tengan los mismos zapatos no le da un mayor valor de uso al zapato que compró. Puedo usarlo igual así haya un millón de personas con zapatos parecidos o no haya ninguna.

Pero en las industrias de red, cuantas más personas tengan el mismo bien o servicio, más valor de uso tiene.

Usted está trabajando un documento importante en su computadora. ¿Es necesario preguntarle qué procesador de texto está usando? Le apuesto (y ganaré casi siempre esa apuesta) que es Word. ¿Cómo lo sé? Porque todo el mundo lo usa. 

Tenderemos a pensar que es un monopolio y que nos ha capturado usando prácticas anticompetitivas. Pero la razón principal por la que preferimos usar Word es porque todos los demás lo usan. Y queremos que sea así. Cuando abrimos una computadora en cualquier lugar del mundo o recibimos un archivo de texto de otra, nos disgustaría que el procesador no sea Word. Preferimos uno conocido que mejora la forma como interactuamos con los demás. Un procesador de textos, a diferencia de un zapato, vale más cuantas más personas lo usan.

Una plataforma de redes sociales usada por pocas personas no nos interesa. Usamos Instagram, Facebook o LinkedIn porque nos permiten contactar con más personas. Allí radica su valor. 

Conoce a una persona. Le pide su WhatsApp. Le contesta que no tiene. Pensará o que le está mintiendo (es lo más probable) o que es una persona que está literalmente fuera de este mundo. Queremos usar WhatsApp porque nos permite comunicarnos con cualquier persona. No es como comprar un zapato.

Hace unos días el Congreso de EE.UU. citó a los ejecutivos principales de Apple, Amazon, Google y Facebook. El tipo de preguntas que escuché y la concepción de la que parten reflejan que (como congresistas, funcionarios y “opinólogos” de redes sociales de todo el mundo) no pueden hacer la diferencia entre las industrias de red y la compra de un par de zapatos. 

Ello no significa que no pueda haber conductas cuestionables o ilegales, como en cualquier industria. Pero sí significa que no se puede entender la competencia en esos mercados como se produce la competencia en el mercado de zapatos. Esas industrias crecen y tienden a alcanzar altísimas cuotas de mercado porque los consumidores quieren que sea así, y en ejercicio de su opción escogen aquellos servicios con redes de mayor cobertura. Y los reguladores proponen medidas que nos quiten a los usuarios lo que deseamos que ocurra.

Este artículo fue publicado originalmente en Perú 21 (Perú) el 2 de agosto de 2020.