Argentina: El espectro de la hiperinflación

Por Lorenzo Bernaldo de Quirós

Los últimos acontecimientos de Argentina muestran un hecho relevante: un país no tiene fondo, su caída puede ser permanente. La negativa del Fondo Monetario Internacional a proporcionar asistencia financiera al Gobierno Duhalde es lógica y positiva. Lógica, porque no existe un programa económico capaz de sacar a la república austral de su dramática situación; positiva, porque una nueva inyección de liquidez del FMI equivaldría a suministrar un poco de oxígeno a un enfermo cuya asfixia es inevitable. Por otra parte, el papel de la institución internacional en Argentina ha sido muy negativo. Sus sucesivos apoyos a los gobiernos han sido un anestésico que ha retrasado el enfrentamiento del país con la realidad y ha retrasado la introducción de las medidas que necesita para superar la crisis.

Lejos de invertir su enloquecida deriva populista y su incompetencia técnica, Duhalde es contumaz en el error y avanza de manera decidida hacia el desastre. En unos pocos meses, ha desmantelado los modestos avances liberalizadores realizados en los años 90 del siglo pasado. El corralito y el corralón ha causado un daño irreparable al sistema bancario. El establecimiento de barreras arancelarias para determinados bienes, servicios y transacciones financieras junto a los impuestos cargados sobre las exportaciones de algunos productos suponen una vuelta al proteccionismo. Los ejemplos podrían multiplicarse. El gabinete peronista ha liquidado con una sorprendente rapidez las reformas introducidas en el primer mandato de Menem y ha reconstruido una economía de corte mercantilista con el pretexto de luchar contra la crisis.

Como era previsible, la flotación del peso en ausencia de un marco fiscal y monetario consistente se iba a traducir en una fuerte depreciación de esa divisa. Cualquier economista mínimamente informado lo sabe aunque, según parece, el gabinete peronista lo ignora. Ante un panorama de esta naturaleza, el movimiento siguiente de Duhalde era previsible: introducir controles de cambios para impedir la caída libre del peso. Sin embargo, esta iniciativa no resolverá ningún problema y creará otros. En concreto, permitirá el desarrollo de un lucrativo mercado negro de divisas, fomentará la corrupción y distorsionará aún más el funcionamiento de la economía. A las distorsiones creadas por el primer programa Duhalde en los mercados de bienes y servicios se unen ahora las generadas en el de cambios. Pero ahí no terminan las cosas.

Sin un banco central independiente con un objetivo de inflación preciso, la devaluación ha desencadenado un proceso inflacionario que puede desembocar en una hiperinflación. En ausencia de un marco monetario creíble, las expectativas inflacionarias de los agentes económico internos y externos se disparan, ya que no existe ningún freno institucional a la creación de dinero. Se produce así una intensa presión depreciatoria sobre la tasa de cambio de la moneda argentina, ya que ni los nacionales ni los extranjeros desean mantener unos pesos incapaces de mantener su valor. En consecuencia, quieren deshacerse de ellos y adquirir dólares u otras monedas fuertes para salvaguardar su riqueza y su poder de compra. Esto impulsa una dinámica bajista en el precio de la valuta austral.

La depreciación de la divisa es un voto de desconfianza de los mercados al Gobierno Duhalde. щste considera que la magnitud de la pérdida de valor del peso es excesiva e injustificada. De acuerdo con esta afirmación se habría producido una sobrerreacción bajista en la tasa de cambio del peso al estilo de las descritas por Dornbusch. Si esto fuese cierto, los controles cambiarios estarían en parte justificados. Sin embargo, este enfoque es erróneo. La intensidad de la caída del peso recoge las expectativas racionales de los agentes económicos, su convicción de que no existe ninguna restricción a su pérdida de valor. En este contexto, los controles de cambios serán insostenibles y la inflación reprimida por ellos se desbordará. Cuando se pone en marcha una tendencia de esta naturaleza, se llega a la hiperinflación a una velocidad de vértigo.

¿Es inevitable la hiperinflación? La respuesta es mixta. Sin un banco central consagrado a lograr la estabilidad de los precios, las expectativas inflacionarias desatadas por la política de Duhalde producirán una coyuntura hiperinflacionaria. En este caso, Argentina habría logrado otro récord: convertir en poco más de un año una coyuntura deflacionaria en una hiperinflación. En la práctica, esto es el resultado de la desagradable aritmética monetarista descrita por Sargent y Wallace a finales de los 70. Cuando un Gobierno se siente incapaz de reducir el binomio déficit/endeudamiento a través de medios ortodoxos, la tentación de imprimir billetes para financiar esos desequilibrioses muy alta. щsta es en buena medida la situación de Argentina y, por tanto, el espectro de la hiperinflación, vuelve a planear sobre la república austral.