Anschluss
Pedro Schwartz cree que Putin no dará marcha atrás "en la anexión de Crimea pero hay que evitar que cometa otras fechorías del mismo estilo. Los intercambios comerciales y financieros sirven para unir los pueblos, excepto cuando algún gobierno los utiliza como método de presión. La imbricación de los intereses económicos complica la reacción de Occidente".
Por Pedro Schwartz
Karl Marx, al comentar el golpe de Estado perpetrado por Napoleón III para acceder a la dignidad imperial en 1852 y pensando en el golpe del 18 Brumario de su tío Napoleón I, escribió esta frase memorable: cuando la historia se repite, si la primera vez fue una tragedia, la segunda es una farsa. Putin no es Hitler ni Stalin.
Lo ocurrido en Crimea, ni trae consigo los peligros planteados por el Anschluss (la anexión) de Austria y Alemania, ni tiene los tintes de crueldad exterminadora que sufrieron los cosacos del Don y los kulaks de Ucrania. Sin embargo, la farsa de Putin tiene peligro. El éxito provisional de la anexión de Crimea por Rusia puede tentarle a correr nuevas aventuras. Los pequeños autócratas se crecen cuando sospechan debilidad en las democracias. Europa no debe seguir los pasos de Chamberlain en Munich en 1938, ni los de Roosevelt y Churchill en Yalta en 1945.
En las últimas elecciones antes de que Hitler se convirtiera en führer y canciller de Alemania, el partido nazi había perdido escaños en las elecciones de 1932. Sólo tras provocar el incendio del Reichstag pudo Hitler suspender unas elecciones prometidas para 1933, prescindir del parlamento y gobernar por decreto. Sus pasos inmediatos en política exterior fueron la anexión de los Sudetes, la parte de habla alemana de la hoy República Checa, y la absorción de Austria por el Reich. Chamberlain y Daladier cedieron en lo primero y no reaccionaron frente a lo segundo. ¿Pasos siguientes? El protectorado alemán sobre Bohemia y Moravia, hoy Chequia; y la invasión de Polonia.
Nótese que en el plebiscito que siguió al Anschluss, obtuvo el 99% de los votos de los austriacos. Un plebiscito es cosa diferente de un referéndum. En los referendos suizos, los ciudadanos contestan a una pregunta concreta sobre salarios, los horarios comerciales o la financiación del servicio postal. Los plebiscitos, por el contrario, los plantean políticos ambiciosos de poder, con preguntas que apelan a la reivindicación nacional, los sentimientos lingüísticos o las pasiones religiosas. Hitler los usó para ratificar la vuelta del Sarre a la soberanía alemana en el inicio de su carrera, para exigir la anexión de los Sudetes o para consolidar el Anschluss. La Constitución alemana actual prohíbe, no sólo los plebiscitos, sino todos los referendos.
Todo empieza por la deformación de la historia: Putin ha pronunciado un discurso en una manifestación en Moscú denunciando que Rusia lleva siglos oprimida o despreciada por las demás naciones. Parece haber olvidado tres siglos de creciente poderío ruso y cincuenta años de Unión Soviética, pero considera que la disolución de la URSS fue una catástrofe histórica. Sobre esto las opiniones divergen, incluso en Rusia. Las regiones del Cáucaso ya habían sufrido las consecuencias de su ánimo doliente. Ahora, otras regiones de Ucrania de habla rusa piden referendos de adhesión al estilo.
Las Constituciones, como bien dice Guy Sorman, tienen como fin primordial proteger las minorías de los abusos de gobiernos mayoritarios. La reclamación de la lengua, como en Ucrania o Cataluña, la invocación a la raza como en Bolivia o el País Vasco, convierten las apelaciones a la voluntad popular en armas de opresión. Aunque nuestra Constitución proclame que España es una nación, no sé si deberíamos tomar esa declaración como centro de la vida política. Preferiría decir que los españoles hemos firmado un contrato constitucional, que vale la pena defender, incluso con la fuerza, porque es un ámbito en el que florecen las libertades individuales. Me dirán que esa actitud exangüe ante la política (y el fútbol) es poco operativa en un mundo lleno de conflictos tribales pero creo que no hay que perder de vista el fin último de las cosas, que es la posibilidad de gobernar la propia vida.
¿Cómo detener a Putin en su carrera expansionista? No creo que Putin dé marcha atrás en la anexión de Crimea pero hay que evitar que cometa otras fechorías del mismo estilo. Los intercambios comerciales y financieros sirven para unir los pueblos, excepto cuando algún gobierno los utiliza como método de presión. La imbricación de los intereses económicos complica la reacción de Occidente. Europa depende del gas ruso en un 30% de sus necesidades. Las inversiones de europeos y americanos en Rusia son cuantiosas. Los mercados financieros europeos están inundados de capital ruso (de diversa procedencia, por decirlos suavemente). Las medidas correctivas y precautorias habrán de tomarse con la debida prudencia pero sin quedar paralizados. Margaret Thatcher se enfrentó con los sindicatos mineros sólo en su segunda legislatura, cuando había acumulado suficiente carbón en sus almacenes para durarle un año de huelga.
Quizá Frau Merkel debería reconsiderar el cierre de sus nucleares y Europa mirar la obtención de gas por fracking con menos hostilidad. Lo ha dicho despachadamente el consejero delegado de la petrolera italiana ENI, compañera de Gazprom en inversiones para obtener y transportar gas natural y de otras partes de la Federación Rusa: “Los rusos no son suizos, son rusos”. Sin prisa pero sin pausa.
Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 27 de marzo de 2014.