América Latina surge: ¿Hacia dónde va la Doctrina Monroe?

Doug Bandow sostiene que no hay soluciones rápidas y que Washington debería alentar ganancias modestas y constantes, mientras que busca crear instituciones locales y regionales que sean capaces de implementar proyectos de interés mutuo.

Por Doug Bandow

Latinoamérica es el barrio de Washington. Con vastos océanos al este y al oeste y vecinos del Pacífico al norte y al sur, EE.UU. han estado protegidos casi de manera única de las amenazas militares extranjeras. Eso ha dejado a EE.UU. libre para vagar por el mundo, llevando la muerte y la destrucción a otros estados por todo tipo de ofensas, reales o imaginarias. 

Sin embargo, el barrio se está poniendo feo políticamente. Durante años, Cuba, Venezuela y Nicaragua han planteado una trifecta problemática y no han mostrado ninguna probabilidad de cambio. Recientemente, México dio un giro brusco a la izquierda, socavando la política de Washington en la región. 

Una ola a babor también está inundando América del Sur. La izquierda ahora gobierna Argentina, Perú y Bolivia. Más inquietante para Washington fue el reciente movimiento hacia la izquierda de Chile, a pesar de lo que había sido una historia de éxito generalmente orientada al mercado. Aunque Ecuador y Uruguay conservan gobiernos de centro-derecha, se espera que Brasil regrese a la izquierda en las elecciones presidenciales de octubre. 

La última preocupación en Washington es Colombia, tradicionalmente un estado de tendencia derechista, que se inclinó dramáticamente hacia la izquierda. Bogotá ha sido durante mucho tiempo un cliente de la seguridad de EE.UU., acosado por una virulenta insurgencia comunista, grupos paramilitares de derecha y violentos cárteles de droga. Como vecino de Venezuela, Colombia, también se ha visto envuelto en la confrontación Washington-Caracas. Con el ascenso del ex-guerrillero comunista Gustavo Petro a la presidencia de Colombia, EE.UU. ya no puede contar con Bogotá para respaldar la intervención estadounidense. 

Washington experimentó un anticipo de lo que presagia la creciente influencia de la izquierda. La administración Biden organizó una Cumbre de las Américas, pero se negó a invitar a la problemática trifecta. No se permiten dictadores, explicó el presidente Joe Biden, mientras se preparaba para hacer una peregrinación a Riyadh y arrodillarse ante el príncipe heredero saudita Mohammed "Slice 'n Dice" bin Salman. El último ejemplo de la arrogancia insoportable de Washington y el boicot resultante por parte del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y otros líderes regionales eclipsaron el contenido de la reunión. 

Algunos analistas ven un futuro mucho más oscuro. Frank Gaffney, del Center for Security Policy, advirtió: “La elección de un antiguo líder narcoterrorista para ser el próximo presidente de Colombia lleva a América Latina al borde de ser totalmente gobernada por los enemigos de este país”. Peor aún, continuó, “los comunistas chinos y sus aliados rusos e iraníes están expandiendo agresivamente las operaciones de influencia, la construcción de infraestructura y los arreglos de bases que fortalecerán sus puntos de apoyo en el hemisferio occidental”. 

¿Qué significa esto? “Nada bueno puede salir de todo esto para los intereses comerciales o estratégicos de EE.UU. —o el flujo de aún más inmigrantes ilegales que huyen de las depredaciones izquierdistas”, dijo Gaffney. De hecho, unos meses antes, su advertencia fue aún más ominosa: “el Partido Comunista Chino, Rusia e Irán están trabajando con impunidad para transformar toda América Latina en una zona prohibida para EE.UU. y para la libertad”.

¿Una “zona prohibida para América” en “toda América Latina”? ¿En serio?

¿La solución de Gaffney? “Llamen al presidente Monroe”.

Sin duda, desde la perspectiva del imperio estadounidense, el futuro parece oscuro. Los días de las repúblicas bananeras, las guarniciones estadounidenses y las dependencias de Washington han quedado atrás. Los embajadores de EE.UU. ya no funcionan como virreyes extranjeros. Para muchos países latinoamericanos, cuando la pregunta es a quién vas a llamar, no es “América”, un nombre que muchos creen que el coloso norteamericano se ha apropiado indebidamente. 

Sin embargo, James Monroe podría no tener ninguna respuesta si su fantasma respondiera al llamado de Gaffney.

La política, que instruía a los europeos a permanecer fuera de América Latina, era fría y desvergonzadamente egoísta. Monroe declaró: “Debemos, por lo tanto, a la franqueza y a las relaciones amistosas existentes entre EE.UU. y esas potencias declarar que debemos considerar cualquier intento de su parte de extender su sistema a cualquier parte de este hemisferio como peligroso para nuestra paz y seguridad”. Monroe no desperdició palabras en mantener la “paz y seguridad” para otras personas en la región

Cuando se emitió, la llamada Doctrina Monroe no era más que una retórica florida. Washington no tenía una marina capaz de excluir a nadie ni un ejército capaz de derrotar a nadie. La seguridad de EE.UU. estaba garantizada principalmente por la armada británica, que controlaba los mares. Aunque Londres no se había encariñado mucho con sus colonias errantes, no quería que ninguno de sus rivales creara un imperio sudamericano. 

Para los 1900s, EE.UU. tenía el poder de invadir y ocupar a sus vecinos a voluntad, y en ocasiones lo hizo. Por desgracia, eso no trajo democracia y estabilidad a las víctimas, pero al menos los forasteros europeos generalmente mantuvieron sus ejércitos en casa. A lo largo de la Guerra Fría, los presidentes estadounidenses se preocuparon más por resistir al comunismo que por promover los derechos humanos, lo que los llevó a apoyar regímenes militares brutales y otras dictaduras. La mayoría de los autócratas eventualmente cayeron, junto con la reputación de Washington. 

Con el fin de la Guerra Fría, promover la subversión, la insurgencia y/o la represión, y especialmente emprender una intervención militar directa, pasó de moda en Washington. Los funcionarios se vieron obligados a fingir al menos que se respetaban las elecciones latinoamericanas. 

Aún así, los viejos recursos se mantuvieron. La política presidencial estadounidense aseguró que continuaría el intento interminable e infructuoso de derrocar a los Castro. Jugar la carta de las sanciones podría haber elegido a uno o dos presidentes republicanos, pero no hizo nada para liberar al pueblo cubano. Una historia similar se desarrolló para Venezuela, ya que varias estratagemas estadounidenses solo lograron intensificar las dificultades sufridas por el pueblo venezolano. Nicaragua eligió al viejo dictador, pero más con la ayuda de supuestos opositores que de subversivos externos. 

Durante la administración Trump, el Secretario de Estado Rex Tillerson y el Asesor de Seguridad Nacional John Bolton hablaron sobre la Doctrina Monroe. Por desgracia, no les ofreció mayor ayuda que a sus predecesores. El fantasma de James Monroe no apareció. O si lo hizo, no tenía ningún consejo que ofrecer. Nuevamente se endurecieron las sanciones contra Cuba. Nuevamente se hicieron promesas de liberación a Venezuela. Y se manifestó la frustración respecto a Nicaragua, nuevamente. Todos sin resultado positivo. La política de EE.UU. hacia las Américas era un desastre incluso antes de las elecciones de Colombia. 

Entonces, ¿qué haría Gaffney?

La izquierda avanza por América Latina a través de las urnas. Cierto, en la trifecta problemática, los malos han mantenido el poder a la antigua, haciendo trampa. Sin embargo, AMLO y Petro triunfaron no solo contra oponentes más conservadores, sino también en sistemas más conservadores. Los otros líderes de izquierda también ganaron en elecciones ampliamente consideradas justas. 

Intentar derrocar a estos líderes es un callejón sin salida. Durante la Guerra Fría, Washington insistió en que la interferencia con la política de otras naciones era vital para evitar el avance mortal del comunismo. Ese reclamo no funcionará hoy. Nadie lo creería. Se mofarían de los futuros presidentes en los foros internacionales si hablaran de promoción de la democracia después de defenestrar a varios líderes debidamente elegidos. Especialmente dada la reciente cascada de retórica que denuncia el deseo de Rusia de tener una esfera de influencia –precisamente lo que EE.UU. ha impuesto en el hemisferio occidental durante décadas. 

La respuesta al desafío de hoy es la calma, la diplomacia, la libertad y la paciencia. 

Primero, el pánico es la reacción equivocada. A pesar de las preocupaciones de EE.UU. sobre la cosecha actual de gobiernos de izquierda, la “amenaza” ha cambiado drásticamente desde la Guerra Fría. Samantha Schmidt, del Washington Post, observó: “Los líderes de izquierda de hoy se ven y suenan muy diferentes a los del pasado, al menos en el caso de Petro y [Gabriel de Chile] Boric”. 

La nueva izquierda exhibe poca animosidad obvia hacia EE.UU. Boric asistió a la Cumbre de las Américas a pesar de criticar la exclusión de la problemática trifecta. AMLO estableció una relación sorprendentemente buena con el presidente Donald Trump. Petro dijo que quería trabajar con EE.UU., especialmente en el cambio climático, e incluso declaró “Desarrollaremos el capitalismo en Colombia”, con la esperanza de usarlo para abordar la pobreza y la desigualdad. Su oponente populista se unió a él prometiendo normalizar las relaciones con Venezuela y criticando la guerra contra las drogas de Colombia respaldada por EE.UU.

Incluso los países latinoamericanos con malas intenciones pueden hacer poco para dañar a EE.UU. Su gente tiende a ser pobre, sus gobiernos tienden a ser débiles y su política tiende a ser conflictiva. Los líderes a menudo tienen mandatos limitados. Por ejemplo, Petro obtuvo una estrecha victoria y su partido constituyente solo el 15% de la legislatura. Muchos países oscilan entre izquierda y derecha. 

A pesar del movimiento hacia la izquierda de la región, esta no parece ser la Guerra Fría 2.0. Parece haber poco interés en establecer bases militares de China o Rusia, lo que representaría el desafío más directo para Washington. Hacerlo ofrecería pocos beneficios y convertiría a las naciones anfitrionas en objetivos del Pentágono. Cualquier instalación militar de este tipo sería difícil de mantener en cualquier conflicto dada la superioridad local de Washington (El hecho de que los estadounidenses se preocupen por tales posibilidades sugiere que deberían dar más crédito a las quejas de China y Rusia sobre el cerco de las bases estadounidenses).

En cuanto a la inversión económica china, esta fluye por todas partes. La República Popular China es la nación comercial más grande del mundo con un alcance global extraordinario. Esa realidad no se puede desaparecer con el mero deseo. La mejor política de Washington sería implementar mejores políticas en casa y enfatizar sus fortalezas en el exterior. Perseguir a Beijing con subsidios sería perjudicial para todos los interesados, especialmente para los contribuyentes estadounidenses. Lo que la mayoría de los países de la región quieren son acuerdos de acceso comercial, que hagan crecer el comercio. Desafortunadamente, Biden ha abandonado el libre comercio, dejándolo con poco que ofrecer económicamente a la región. 

En segundo lugar, la diplomacia sigue siendo la herramienta regional más importante de Washington. Jugar al matón santurrón no hace que EE.UU. gane puntos. Este enfoque dejó en su mayoría frutos amargos durante la Guerra Fría, cuando EE.UU. respaldaba abiertamente el gobierno uniformado. Incluso las amenazas militares menos extremas, las sanciones económicas y las confrontaciones políticas produjeron pocas ganancias a largo plazo para Washington. 

De hecho, es hora de resucitar la idea rápidamente descartada de George W. Bush de una política exterior “humilde”. Por ejemplo, al vincular la asistencia a la Cumbre de las Américas a las prioridades políticas impopulares de Washington, la administración Biden desperdició la oportunidad de ganarse la buena voluntad. Para avanzar en sus objetivos, EE.UU. debe al menos respetar las prioridades de los estados latinoamericanos, cooperando cuando sea posible y resistiendo –pacíficamente– cuando no. 

En tercer lugar, el mejor personal de ventas para EE.UU. son los estadounidenses. Washington debería alentar los contactos oficiales y privados en todo el continente americano. Esto no es una panacea, obviamente. Sin embargo, el poder del ejemplo de EE.UU. sigue siendo una de sus herramientas internacionales más poderosas. EE.UU. surgió de circunstancias igualmente difíciles que las colonias de América Central y del Sur. El enorme éxito económico y político de EE.UU. refleja sus políticas y su cultura, que continúan atrayendo a otros. Hoy el bien está manchado por una historia de intromisión extranjera equivocada. Washington necesita limitar lo malo y resaltar lo bueno.

Finalmente, la paciencia es necesaria. Un EE.UU. mucho más débil sobrevivió y prosperó a medida que surgían nuevas naciones en la región. Cuando pudo, Washington impuso sin vacilar su voluntad sobre muchas naciones. El supuesto liberal Woodrow Wilson no fue más complaciente que sus homólogos más conservadores. Franklin Delano Roosevelt inauguró ostentosamente la llamada política del Buen Vecino, que enfatizaba la no interferencia. Sin embargo, Washington intervino activamente durante la Guerra Fría. Al igual que la administración Trump, que citó ostentosamente la Doctrina Monroe. Ninguna de estas políticas entregó a Washington la dominación estable que anhelaba. 

Es mejor que EE.UU. modere sus expectativas y se dé cuenta de que las mejoras llevarán tiempo. No hay correcciones rápidas. Washington debe alentar ganancias modestas y constantes, mientras busca crear instituciones locales y regionales capaces de implementar proyectos de interés mutuo. Lo más importante sería tratar de bajar la temperatura política y dejar a los países libres para tomar la iniciativa en el tratamiento de sus problemas. EE.UU. demostró repetidamente que no tiene respuesta para Cuba y Venezuela, el desarrollo y la deuda soberana, o la migración y las drogas. Repensar las premisas en lugar de reforzar el fracaso sería un mejor enfoque. 

Los halcones estadounidenses están preocupados. Los gobiernos extranjeros se están abriendo paso en el hemisferio occidental. ¡Alguien debería hacer algo! ¿Dónde está James Monroe cuando lo necesitamos?

Sin embargo, otras naciones descubrieron a lo largo de los años que es poco lo que pueden hacer para evitar que EE.UU. se meta en sus asuntos. Irónicamente, Washington está aprendiendo una lección similar, enfrentando crecientes dificultades para mantener a otros fuera de las Américas. En cuyo caso, EE.UU. necesitará aprender un nuevo enfoque para administrar mejor su vecindario.

Este artículo fue publicado originalmente en Antiwar.com (EE.UU.) el 29 de junio de 2022.