70 años de comunismo chino
Ian Vásquez dice que el conflicto entre los chinos libres de Hong Kong y la creciente tiranía de Beijing es lo que mejor representa la contradicción en el corazón del sistema chino.
Por Ian Vásquez
Un día como hoy, hace 70 años, Mao Zedong anunció el nacimiento de la China comunista. Sus políticas fracasaron terriblemente. Pero las que vinieron luego de su muerte en los setenta modernizaron el país, convirtiéndolo en una potencia emergente mundial. Aún así, China no ha podido deshacerse del legado socialista que dejó Mao, por lo que sigue sufriendo bajo una dictadura cada vez más peligrosa y un rumbo incierto.
Al fundar el nuevo país, Mao prohibió la propiedad privada, colectivizó el campo y centralizó el poder en el Partido Comunista que impulsó la planificación central. El Gran Salto Adelante (1958-62), cuyo propósito era modernizar el país de manera forzosa, fue catastrófico. Murieron unos 45 millones de chinos, la mayoría por hambruna. La Revolución Cultural que inició Mao unos años más tarde para eliminar a sus enemigos políticos mató a millones de chinos más.
Mao no logró el desarrollo. Cuando murió en 1976, China era uno de los países más pobres y reprimidos del mundo. El partido comunista, luego liderado por Deng Xiaoping, reconoció el fracaso e inició una serie de reformas de mercado. Permitió la agricultura privada, las empresas privadas en el campo, la iniciativa privada en las zonas urbanas y el desarrollo de zonas económicas especiales donde primaba el mercado libre.
En realidad, Deng legalizó las actividades exitosas que los chinos ya estaban practicando. A raíz del fracaso de la colectivización, por ejemplo, la privatización espontánea estaba ocurriendo en el campo. Los granjeros chinos acordaron en secreto producir en forma de iniciativa privada una vez sobrepasadas las cuotas estatales de producción. Así, la producción agrícola se disparó y las autoridades legales recibieron su parte.
Las zonas económicas especiales, que fueron inspiradas en el éxito de Hong Kong, también tuvieron éxito, y a su vez inspiraron reformas en el resto del país. Con las reformas de finales de los setenta y principios de los ochenta, vinieron décadas de crecimiento de un promedio del 9% anual, algo inédito en la historia mundial.
La liberalización económica, sin embargo, significó menos control político sobre los ciudadanos, pues obtuvieron más autonomía y riqueza. Esa mayor autonomía y deseo por mayor libertad inspiraron las protestas en la plaza de Tiananmen en 1989, que terminó con la masacre de los manifestantes.
Otra consecuencia de ese episodio fue la remoción y arresto del reformista Zhao Ziyang como líder del partido comunista. Zhao reconoció que el mercado y el socialismo eran incompatibles. En sus memorias secretas dijo: “Si un país desea modernizarse, no solo debe implementar una economía de mercado, también debe adoptar una democracia parlamentaria como sistema político. De lo contrario, el país no podrá tener una economía de mercado saludable ni moderna, ni tampoco llegar a ser una sociedad moderna con Estado de derecho”.
Y aunque por muchos años China siguió haciendo reformas –como, por ejemplo, abrir su mercado a la economía global–, esa contradicción de sistemas en el “socialismo de mercado” continúa. Con la crisis financiera global del 2008, China dejó atrás las reformas de mercado y el Estado volvió a tener un papel más protagónico. Con la llegada de Xi Xinping en el 2012, el poder se ha centralizado todavía más. Xi ha agrandado el papel del Estado en la economía y en la vida de los chinos, reprimiendo a quienes critican al partido, imponiendo controles sociales y una censura más completa, fortaleciendo las empresas estatales, y condenando a millones de ciudadanos a campos de concentración.
La batalla de los chinos libres de Hong Kong contra la creciente tiranía de Beijing hoy es lo que mejor representa la contradicción en el corazón del sistema comunista chino.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 1 de octubre de 2019.