100 años de comunismo = 100 millones de muertos
Javier Fernández-Lasquetty señala que la única forma de vencer al comunismo, que ha causado decenas de millones de muertes, es negando su idealismo.
Por Javier Fernández-Lasquetty
El comunismo le ha costado a la humanidad 100 millones de muertos, como recopilaron concienzudamente Stéphane Courtois y un equipo de historiadores en ese libro imprescindible que es El libro negro del comunismo, que la izquierda se ha cuidado de convertir hoy en imposible de encontrar incluso en Amazon.
El comunismo fue una ideología dedicada al crimen desde el primer minuto de su existencia, como han recordado en días recientes autores tan relevantes como Richard Pipes o Stanley Payne, y que ya muy pronto fue denunciado por quienes —como describe Ayn Rand en Los que vivimos— vivieron en carne propia lo que significaba la dictadura del proletariado.
En estos días se cumplen 100 años de la revolución bolchevique, y abundarán los balances y valoraciones. Verán ustedes como habrá unas cuantas, desde la izquierda autodenominada “progresista”, que condenarán los crímenes de Stalin, tal vez incluso los de Lenin… pero salvarán al comunismo, alegando que era un ideal digno de encomio.
No es así. No es que Stalin, Lenin o Mao falsearan o desviaran el ideal comunista. No se puede condenar a estos megacriminales sin condenar al comunismo en sí, como idea y como concepción del poder. El problema no fue que los líderes soviéticos se equivocaran o exageraran en su aplicación del dogma comunista. El problema fue que hicieron exactamente lo que el comunismo es en sí mismo.
El comunismo es en sí mismo una idea criminal, que elimina de raíz la libertad humana, sometiendo minuciosamente la vida de cada persona a los designios y las decisiones de otros. Por eso toda expresión de individualismo o de libertad de pensamiento y de expresión fueron cuidadosamente prohibidos, como George Orwell ilustra en 1984.
El comunismo es criminal porque aniquila la igualdad de los seres humanos, estableciendo quiénes tienen derecho a vivir y quiénes no. Por eso a Mao, a Stalin, o a Lenin, les tuvo sin cuidado que millones de personas murieran de hambre, como describe magistralmente Martin Amis en Koba el Temible.
El comunismo es criminal porque es en su esencia opuesto a la condición humana y a la propia dignidad, a la que reduce a una despreciable insignificancia que no merece mayor atención. Vasili Grossman, que lo conoció bien y en días de guerra, lo describe perfectamente en todos sus libros, y especialmente en el estremecedor Todo fluye.
Por eso en estos 100 años la ideología comunista ha sido culpable de la muerte de 100 millones de personas. El régimen maoísta en China se llevó por delante a más de 60 millones de seres humanos, entre asesinatos, saltos hacia adelante, revoluciones culturales, y hambrunas deliberadamente provocadas. Otros 20 millones cayeron en la Unión Soviética, muchos en el gulag y en las purgas, pero otros muchos —ucranianos, especialmente— en sus casas, hambrientos, requisado por el soviet todo lo que pudiera ser comido. Sin duda el comunismo es la ideología política que ha causado mayor dolor a la humanidad por un período de tiempo más largo, que ni siquiera ha terminado aún.
Por eso es necesario recordar el centenario de la revolución bolchevique, como ha hecho en estos días la Universidad Francisco Marroquín, o como va a hacer Victims of Communism, una fundación que cada vez programa actividades más interesantes. Escuchar el testimonio de las víctimas directas del comunismo, como Armando Valladares en Cuba, o Natan Sharansky en la URSS, ayuda a no olvidar de lo que es capaz el comunismo cuando llega al poder.
El comunismo demostró una capacidad innegable de extender la agitación a través del mundo y a lo largo del tiempo. Mucho sufrieron Europa y Asia, pero también Latinoamérica y África. Aún hoy hay tres estados —Cuba, Corea del Norte y Venezuela— que ponen en jaque la libertad y la tranquilidad de continentes enteros. Movimientos recientes como Podemos son una forma renacida de comunismo, que disfraza su leninismo entre círculos y coletas.
La única forma de vencer al comunismo es la que aplicaron Reagan, Thatcher y, a su manera, el Papa Juan Pablo II: negando de raíz que esa doctrina tuviera nada de idealista, ni parte positiva alguna. No puede tenerla quien en 100 años de poder omnímodo no ha traído otra cosa que tiranía, empobrecimiento y muerte.
Este artículo fue publicado originalmente en Libertad Digital (España) el 6 de noviembre de 2017.