Planificación para la libertad

Planificación para la libertad
Autor: 
Ludwig von Mises

Ludwig von Mises (1881 - 1973) es reconocido como uno de los líderes de la Escuela Austriaca de economía y fue un prolífico escritor. Su trabajo influyó a Leonard Read, Henry Hazlitt, Israel Kirzner, George Reisman, F.A. Hayek y Murray Rothbard, entre otros. Nació en Lenberg, entonces parte del imperio Austrohúngaro.

Las obras de Mises y sus seminarios trataban sobre teoría económica, historia, epistemología, el Estado y la filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones sobre la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo comercial, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica en general, y una demostración de que el socialismo inevitablemente fracasa porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer académico en reconocer que la economía es parte de la ciencia más amplia de la acción humana, una ciencia que Mises denominó "praxeología". Enseñó en la Universidad de Viena y luego en la Universidad de Nueva York. Su influyente trabajo acerca de las libertades económicas, sus causas y consecuencias, lo llevaron a resaltar las relaciones entre las libertades económicas y las demás libertades en una sociedad.

Edición utilizada:

Von Mises, Ludwig. Planificación Para La Libertad. Buenos Aires: Centro de Estudios Sobre la Libertad, 1986.

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Capítulo XV. La provisión del capital y la prosperidad en los Estados unidos

CAPÍTULO XV

LA PROVISIÓN DE CAPITAL Y LA PROSPERIDAD EN LOS ESTADOS UNIDOS[50]

I

Uno de los fenómenos más asombrosos de esta campaña electoral es el modo como autores y oradores se refieren al estado de los negocios públicos y a las condiciones económicas en que se encuentra la nación, elogiando al gobierno por la prosperidad y el elevado estándar de vida del ciudadano medio. "Usted nunca estuvo tan bien","No deje que le quiten lo que tiene", dicen. Esto implica que el aumento en la cantidad y el mejoramiento en la calidad de los productos de consumo son logros de un gobierno paternal. Los ingresos de los ciudadanos particulares aparecen como dádivas concedidas graciosamente por una burocracia benévola. Se considera al gobierno norteamericano mejor que el de Italia o el de la India porque proporciona a los ciudadanos más y mejores productos que los que aquéllos pueden suministrar.

Difícilmente podrían tergiversarse más los hechos fundamentales de la economía. El estándar de vida promedio es mayor en los Estados Unidos que en cualquier otro lugar del mundo no porque sus estadistas y políticos sean superiores a los de los demás países sino porque la cuota de capital invertido per cápita es más alta. El rendimiento por hombre-hora es mayor aquí que en otros países, sea en Inglaterra o en la India, porque nuestras fábricas están equipadas con herramientas y máquinas más eficientes. El capital es más abundante en los Estados Unidos que en los países extranjeros porque hasta ahora nuestras instituciones y nuestras leyes pusieron menos obstáculos a la acumulación de capital en gran escala de lo que lo hicieron las de otras naciones.

No es cierto que el atraso económico de los países extranjeros deba imputarse a su ignorancia en materia de tecnología moderna. Esta no es una doctrina esotérica. Se la enseña en muchas universidades tecnológicas, tanto en los Estados Unidos como en el extranjero, y es tema de gran número de excelentes libros de texto y artículos de revistas científicas. Cientos de extranjeros se gradúan cada año en institutos tecnológicos norteamericanos. Hay en todas partes del mundo muchísimos expertos versados en los descubrimientos más recientes de la técnica industrial. Lo que impide a los países extranjeros adoptar plenamente los modernos métodos de fabricación norteamericanos no es la falta de conocimientos sino la insuficiencia del capital disponible.

II

La opinión predominante gracias a la cual pudo prosperar el capitalismo se caracterizaba por aprobar moralmente el deseo del ciudadano de proveer a sus necesidades y asegurar el futuro de su familia. El ahorro se consideraba como una virtud no menos beneficiosa para el propio ahorrista que para todas las demás personas. Si la gente no gasta la totalidad de sus ingresos, el excedente no consumido puede invertirse, aumentando la cantidad de bienes de capital disponibles y permitiendo de este modo emprender proyectos que antes no era posible llevar a cabo. La acumulación progresiva de capital resulta en un mejoramiento económico permanente. La vida de cada ciudadano se ve afectada favorablemente en todos los aspectos. La tendencia continua a expandir las actividades comerciales abre a las nuevas generaciones un amplio campo de acción en el cual pueden desplegar sus energías. Al considerar retrospectivamente su propia juventud y las condiciones imperantes en su hogar paterno el hombre medio no puede evitar darse cuenta de que ha progresado hacia un estándar de vida más satisfactorio.

Tales eran las circunstancias en todos los países en vísperas de la primera guerra mundial, si bien las condiciones no eran las mismas en todas partes. Por un lado estaban los países del mundo capitalista occidental y por el otro las naciones económicamente atrasadas que sólo aceptaban con lentitud y renuencia las ideas y los métodos del moderno comercio progresista. Pero esas naciones se veían ampliamente beneficiadas por las inversiones de capital realizadas por empresarios de los países avanzados. El capital extranjero construyó sus ferrocarriles y sus fábricas y desarrolló sus recursos naturales.

Hoy en día el mundo ofrece un espectáculo muy diferente. También ahora, como hace cuarenta años, está dividido en dos campos. La órbita capitalista, considerablemente reducida con respecto al año 1914, incluye en la actualidad a los Estados Unidos, a Canadá y a algunas de las pequeñas naciones de Europa occidental. El grueso de la población del mundo vive en países que rechazan rigurosamente los métodos de propiedad, iniciativa y empresa privadas. Estos países, están estancados o enfrentan el deterioro progresivo de sus condiciones económicas.

III

Podemos ilustrar esta diferencia estableciendo un contraste entre las condiciones de los Estados Unidos y las de la India, por ser típicas de cada uno de los dos grupos. En los Estados Unidos las grandes empresas capitalistas brindan al público casi todos los años algunas novedades, ya se trate de productos perfeccionados en reemplazo de otros similares usados durante mucho tiempo, ya de artículos totalmente desconocidos hasta ese momento. Estos últimos —como por ejemplo los televisores o las medias de nilón— se denominan generalmente artículos de lujo, puesto que la gente vivía antes bastante satisfecha y feliz sin ellos. El hombre medio goza de un estándar de vida que sólo cincuenta años atrás sus padres y abuelos habrían considerado fabuloso. Hay en su casa artefactos y comodidades que las personas adineradas de antaño habrían envidiado. Su esposa y sus hijas se visten con elegancia y usan cosméticos. Sus hijos, bien alimentados y cuidados, reciben educación superior, y en muchos casos asisten a la universidad. Si se lo observa a él y a su familia durante sus paseos de fin de semana, su prosperidad resulta evidente.

Por supuesto, hay muchos norteamericanos cuyas condiciones de vida son insatisfactorias si se las compara con las de la gran mayoría de la nación. Algunos novelistas y dramaturgos tratan de hacernos creer, con sus sombrías descripciones, que esta minoría desafortunada representa el destino del hombre común bajo el capitalismo, pero se equivocan. La mala situación de estos norteamericanos pobres es, más bien, representativa de las circunstancias imperantes en todas partes en épocas precapitalistas, y que aún prevalecen en países donde no ha llegado el capitalismo, o que sólo lo han conocido superficialmente. Lo malo es que estas personas no han sido integradas todavía en el marco de la producción capitalista. Su penuria es un remanente del pasado; será erradicada mediante la acumulación progresiva de nuevos capitales y la expansión de la producción en gran escala, por los mismos métodos con los cuales se ha mejorado ya el estándar de vida de la inmensa mayoría, a saber, elevando la cuota de capital invertido per cápita y, de tal manera, la productividad marginal del trabajo.

Consideremos ahora el caso de la India. Su territorio posee valiosos recursos naturales y un suelo quizá más fértil que el de los Estados Unidos. Por otra parte, el clima permite al hombre subsistir con una dieta más ligera y prescindir de muchas cosas indispensables en los rigurosos inviernos que soporta la mayor parte del territorio de los Estados Unidos. No obstante, las masas de la India se encuentran al borde del hambre, vestidas con harapos, hacinadas en chozas primitivas, sucias, iletradas. Año a año las cosas empeoran, porque la población va en aumento pero no los montos totales de capital invertido; antes bien, disminuyen. Sea como fuere, se observa una caída progresiva en la cuota per cápita de capital invertido.

A mediados del siglo XVIII las condiciones de vida en Inglaterra eran apenas más propicias que las que existen hoy en la India. El sistema de producción tradicional no era adecuado para cubrir las necesidades de una población en aumento. El número de personas para las cuales no había lugar en el rígido sistema de paternalismo y control gubernamental de las actividades económicas crecía rápidamente. Aunque en esa época la población de Inglaterra no llegaba a mucho más del quince por ciento de la que hay en la actualidad, varios millones de habitantes se encontraban en la indigencia. Ni la aristocracia gobernante ni los propios necesitados tenían idea alguna acerca de lo que se debía hacer para mejorar las condiciones materiales de las masas.

El gran cambio que en pocas décadas convirtió a Inglaterra en la nación más rica y poderosa del mundo fue preparado por un pequeño grupo de filósofos y economistas, quienes demolieron la seudo filosofía que hasta ese momento había contribuido a conformar la política económica de las naciones. Estos hombres echaron por tierra las viejas fábulas: 1) que es desleal e injusto superar a un competidor produciendo artículos mejores y más baratos; 2) que es inicuo apartarse de los métodos tradicionales de producción; 3) que las máquinas que ahorran trabajo provocan desempleo y por lo tanto son malas; 4) que una de las tareas del gobierno civil consiste en impedir el enriquecimiento de los empresarios eficientes y en proteger a los menos eficientes de la competencia de aquéllos; y 5) que restringir la libertad y la iniciativa de los empresarios mediante compulsión gubernamental o coerción por parte de otros poderes es un medio apropiado para promover el bienestar de una nación. En resumen: estos autores expusieron la doctrina del comercio libre y del laissez faire. Allanaron el camino para una política que ya no opondría obstáculos a los esfuerzos de los empresarios para mejorar y ampliar sus operaciones.

Lo que produjo la industrialización moderna y la mejora sin precedentes en las condiciones materiales que aquélla trajo aparejada no fue el capital acumulado previamente ni los conocimientos tecnológicos reunidos hasta entonces. En Inglaterra, así como en otros países occidentales que siguieron sus pasos en el camino al capitalismo, los pioneros comenzaron con capital escaso y con experiencia tecnológica insuficiente. En el comienzo de la industrialización estaba la filosofía de la empresa y de la iniciativa privadas, y la aplicación práctica de esta ideología hizo crecer el capital y avanzar y madurar los conocimientos tecnológicos.

Es necesario hacer hincapié sobre este punto, porque el hecho de no prestarle la debida atención induce a error a los gobernantes de los países atrasados en sus planes para el desarrollo económico. Éstos suelen creer que la industrialización está representada por las máquinas y los textos de tecnología. Pero en realidad industrialización significa libertad económica, que crea el capital y los conocimientos tecnológicos.

Volvamos al ejemplo de la India. Este país carece de capitales porque no adoptó nunca la filosofía procapitalista de Occidente, y por lo tanto no eliminó los tradicionales obstáculos institucionales a la libre empresa y a la acumulación de capital en gran escala. El capitalismo llegó a la India como una ideología extraña, importada, que no logró arraigar en la mente del pueblo. El capital extranjero, en su mayoría procedente de Gran Bretaña, dotó al país de ferrocarriles y fábricas. Los nativos no sólo miraban con desconfianza las actividades de los capitalistas extranjeros, sino también las de aquellos de sus compatriotas que participaban en los riesgos de las empresas capitalistas. En la actualidad la situación es la siguiente: gracias a los nuevos métodos terapéuticos, desarrollados por las naciones capitalistas e introducidos en la India por los británicos, ha aumentado el término de vida promedio y la población crece rápidamente. Como los capitalistas extranjeros ya han sido virtualmente expropiados o lo serán en un futuro próximo no se puede siquiera pensar en nuevas inversiones de capital externo. Por otra parte, el aparato del estado y el partido gobernante son hostiles a la acumulación de capitales nativos.

El gobierno de la India habla de industrialización, pero lo que realmente tiene en mente es la nacionalización de empresas privadas ya establecidas. En nuestra argumentación no podemos dejar de referirnos al hecho de que esto probablemente resultará en una progresiva disminución de los capitales invertidos en esas industrias, como ya ha ocurrido en muchos de los países que hicieron la experiencia de la nacionalización. Sea como fuere, una nacionalización semejante no añade nada al grado de inversión ya existente. Mr. Nehru admite que su gobierno no posee el capital requerido para el establecimiento de nuevas industrias estatales o para la expansión de las ya instaladas. De este modo, declara solemnemente que su gobierno "estimulará en todo sentido" a la industria privada, y explica en qué consistirá ese estímulo: les prometemos, dice, "que no las tocaremos por lo menos durante diez años, quizá más". Y agrega: "No sabemos cuándo las nacionalizaremos".[51 ] Pero los empresarios saben muy bien que las nuevas inversiones serán nacionalizadas apenas comiencen a producir réditos.

IV

He tratado tan extensamente el caso de la India porque es representativo de lo que está ocurriendo en la actualidad en casi todos los países de Asia y África, en gran parte de América latina y aun en muchas naciones europeas. En todos estos países la población va en aumento; también en todos ellos las inversiones extranjeras son expropiadas, abierta o subrepticiamente, mediante el control de cambios externos o con impuestos discriminatorios. Al mismo tiempo sus políticas internas hacen lo posible para desalentar la formación de capitales nacionales. Hoy en día hay mucha pobreza en el mundo, y los gobiernos, que en este aspecto están plenamente de acuerdo con la opinión pública, perpetúan y agravan esta pobreza con sus políticas. Según este punto de vista, los países capitalistas de Occidente son responsables, de una manera no bien especificada, de los problemas económicos de estas naciones. Hasta hace pocos años esta opinión se hacía extensiva a las naciones avanzadas de Europa occidental, especialmente al Reino Unido. Los cambios económicos recientes han limitado cada vez más el número de países a los cuales se hace referencia; en la actualidad prácticamente sólo se alude a los Estados Unidos. Los habitantes de todos los países en los cuales el ingreso promedio es considerablemente inferior que en el nuestro experimentan hacia los Estados Unidos los mismos sentimientos de envidia y odio con los cuales, dentro de los países capitalistas, aquellos que votan a los partidos comunista, socialista o intervencionista, consideran a los empresarios de su propia nación. Las mismas consignas que se emplean en nuestros antagonismos internos —Wall Street, gran empresa, monopolios, mercaderes de la muerte— aparecen en discursos y artículos de políticos antinorteamericanos en sus ataques a lo que en América latina se denomina yankismo, y en el otro hemisferio, americanismo.En estos desahogos poco se diferencian entre sí los nacionalistas más chauvinistas y los adeptos más entusiastas del internacionalismo marxista, los autodenominados "conservadores", ansiosos de preservar la fe religiosa tradicional y las instituciones políticas, y los revolucionarios cuyo propósito es trastrocar violentamente todo el orden existente. La popularidad de estas ideas no es en modo alguno efecto de la propaganda soviética, sino precisamente lo contrario. La capacidad de persuasión que poseen las mentiras y calumnias comunistas, cualquiera que ésta sea, se debe al hecho de que coinciden con las doctrinas sociopolíticas enseñadas en la mayoría de las universidades y que sostienen los políticos y escritores más influyentes.

Las mismas ideas predominan en los Estados Unidos y determinan la actitud de los gobernantes en relación con los problemas que les atañen. La gente se avergüenza de que con capital norteamericano se desarrollen los recursos naturales en muchos países que carecen no sólo de capital sino también de especialistas capacitados. Cuando varios gobiernos extranjeros expropiaron inversiones estadounidenses o rechazaron empréstitos garantizados por los ahorristas norteamericanos el público permaneció indiferente o bien simpatizó con los expropiadores. No podía esperarse otra reacción si se tienen en cuenta las ideas que sustentan los programas de los grupos políticos más influyentes y que se enseñan en la mayoría de las instituciones educacionales.

Hace cuatro años se reunió en Ámsterdam el Consejo Mundial de Iglesias, una organización que agrupa a más de ciento cincuenta confesiones religiosas. Podemos leer en el informe redactado por este organismo ecuménico la siguiente declaración: "La justicia requiere que los habitantes de Asia y África, gocen de los beneficios de una mayor producción mecanizada". Esto implica que el atraso tecnológico de estas naciones ha sido causado por una injusticia cometida por algunos individuos, grupos de individuos o naciones. No se especifica quiénes son los culpables, pero es obvio que la acusación se refiere a los capitalistas y empresarios de los países capitalistas, cuyo número es cada vez menor ya que prácticamente se reduce ahora a los Estados Unidos y a Canadá. Tal es la opinión de sensatos eclesiásticos conservadores, que actúan con plena conciencia de sus responsabilidades. A la misma doctrina se deben también la ayuda exterior y las políticas del Punto Cuatro de los Estados Unidos. Esto quiere decir que los contribuyentes norteamericanos tienen la obligación moral de proporcionar capitales a naciones que han expropiado las inversiones externas y evitan mediante diversos planes la acumulación de capitales internos.

De nada sirven las expresiones de deseo. En el estado actual de la legislación internacional las inversiones extranjeras son inseguras y se encuentran a merced del gobierno de cada estado soberano. Generalmente se está de acuerdo en que cada gobierno tiene el derecho de decretar una paridad ficticia para su inflada moneda, sea con respecto al dólar o al oro, y de tratar de hacer valer por la fuerza esta paridad espuria y arbitrariamente fijada mediante el control de cambios externos, es decir, virtualmente expropiando a los inversores extranjeros. Si algunos gobiernos aún se abstienen de llevar a cabo tales confiscaciones lo hacen porque esperan inducir a los extranjeros a realizar mayores inversiones.

Entre los países que hacen todo lo posible para impedir a sus industrias la obtención urgente de capitales se encuentra en la actualidad también Gran Bretaña, otrora la cuna de la libre empresa y que hasta 1914 ocupaba el primer o el segundo lugar entre las naciones más ricas del mundo. Un profesor de Harvard, haciendo un excesivo e inmerecido elogio del extinto Lord Keynes, sólo encontró una debilidad en su héroe: Keynes, dijo, "siempre exaltó aquello que era en algún momento verdadero y sabio para Inglaterra por sobre lo que era verdadero y sabio en todo tiempo y lugar".[52 ] Estoy en total desacuerdo. Precisamente cuando debía ser más evidente para cualquier observador sensato que las dificultades económicas de Inglaterra se debían a un aporte insuficiente de capital, enunció Keynes su escandalosa doctrina de los supuestos peligros del ahorro y recomendó vehementemente más gasto. Keynes trató de proporcionar una tardía y espuria justificación para una política que Gran Bretaña había adoptado a despecho de las enseñanzas de todos sus grandes economistas. La esencia del keynesianismo es su completo fracaso en comprender el papel que desempeñan el ahorro y la acumulación de capital en el mejoramiento de las condiciones económicas.

V

El problema principal para los Estados Unidos es si se seguirá el curso de las políticas económicas adoptadas por casi todas las naciones extranjeras, aun por muchas de aquellas que ocuparon los primeros lugares en la evolución del capitalismo. Hasta ahora el ahorro y la formación de nuevos capitales son cuantitativamente mayores que el gasto y la dispersión de capital. ¿Seguirá siendo así?

Para responder a esta pregunta es preciso considerar las ideas que predominan en la opinión pública acerca de los asuntos económicos. El problema es: ¿Saben los votantes norteamericanos que el mejoramiento sin precedentes en su estándar de vida verificado en los últimos cien años fue el resultado de la firme elevación en la cuota per cápita de capital invertido? ¿Se dan cuenta de que cada medida que conduce a la disminución de capital pone en peligro su prosperidad? ¿Tienen conciencia de las condiciones que hacen que sus índices salariales se eleven por encima de los de otros países?

Si pasamos revista a los discursos de los líderes políticos, los editoriales de los diarios y los textos de economía y finanzas, no podemos menos que descubrir que se ha prestado muy poca atención, o ninguna, a los problemas de provisión de capital. La mayoría de las personas simplemente dan por sentada la existencia de algún factor misterioso que hace que la nación sea más rica cada año. Los economistas del gobierno han computado una tasa de aumento anual en el ingreso nacional durante los últimos cincuenta años y presuponen alegremente que la misma tasa prevalecerá en el futuro. Discuten problemas tributarios sin mencionar siquiera el hecho de que nuestro actual sistema impositivo recauda grandes cantidades que han sido ahorradas por el contribuyente, y las emplea para los gastos corrientes.

Debemos citar un ejemplo típico de este modo de tratar (o, más bien, de no tratar) el problema de la provisión de capitales en los Estados Unidos. Hace pocos días la Academia Norteamericana de Ciencias Políticas y Sociales publicó un nuevo volumen de sus Anales, íntegramente dedicado a la investigación de asuntos vitales para la nación. Su titulo es: Significado de la elección presidencial de 1952. El profesor Harold M. Groves, de la Universidad de Wisconsin, contribuyó a este simposio con un artículo titulado: ¿Son muy altos los impuestos? El autor da a la pregunta "una respuesta ampliamente negativa". Desde nuestro punto de vista, el rasgo más interesante del artículo es el hecho de que se llega a esa conclusión sin siquiera mencionar los efectos que los impuestos sobre la renta, las corporaciones, las ganancias y el patrimonio ejercen sobre el mantenimiento y la formación del capital. El autor desconoce o no considera digno de mención lo que los economistas han dicho acerca de estos problemas.

No tergiversamos las ideas económicas que determinan el curso de la política norteamericana cuando la censuramos por no tener conciencia del papel que desempeña la formación de nuevos capitales en el mejoramiento y expansión de la producción. El conflicto entre el gobierno y los empresarios con respecto a la suficiencia de las cuotas de amortización en condiciones inflacionarias constituye un ejemplo aleccionador. Durante los agitados debates sobre ganancias, impuestos y elevación de índices salariales apenas se habla de la provisión de capitales, o no se la menciona en absoluto. Al comparar los índices salariales y el estándar de vida en los Estados Unidos con los de los países extranjeros, la mayoría de los autores y de los políticos no hacen hincapié sobre las diferencias de las cuotas per cápita de capital invertido.

En los últimos cuarenta años el sistema impositivo norteamericano ha adoptado métodos que fueron demorando cada vez más el ritmo de la acumulación de capital. Si esto continúa algún día se habrá alcanzado el punto en el cual ya no será posible aumentar el capital de ninguna manera, y quizá se producirá su disminución. Sólo hay un modo de detener esta evolución y de ahorrar a los Estados Unidos la suerte de Inglaterra y de Francia. Se deben sustituir las fábulas y las ilusiones por ideas económicas sanas.

VI

Hasta ahora he empleado las expresiones falta de capital y escasez de capital sin explicarlas ni definirlas. Esto resultó suficiente en la medida en que me ocupé principalmente de las condiciones en aquellos países cuyo aporte de capital parece inadecuado cuando se lo compara con el de países más avanzados, en especial con el del más importante, los Estados Unidos. Pero cuando se examinan los problemas en este último es necesaria una interpretación más cabal de los términos.

Estrictamente hablando, el capital siempre ha sido escaso y siempre lo será. El aporte de bienes de capital nunca será tan abundante como para que sea posible emprender todos los proyectos cuya ejecución incrementará el bienestar material de la gente. De lo contrario, la humanidad viviría en el paraíso y no se preocuparía en absoluto por la producción. Cualquiera que pueda ser el estado de la provisión de capital, en nuestro mundo real habrá siempre proyectos empresariales que no será posible emprender porque el capital que requieren es empleado en otras empresas, cuyos productos reclaman con más urgencia los consumidores. En cada rama de la industria hay límites más allá do los cuales la inversión de capital adicional no es rentable. No lo es porque los bienes de capital empleados pueden invertirse en la producción de mercancías más valiosas, según la opinión de los compradores. Si la provisión de capital aumenta, manteniéndose constantes otros factores, los proyectos que hasta un cierto momento no podían emprenderse se hacen lucrativos y se ponen en marcha. Nunca faltan las oportunidades de inversión. Si no hay ocasión de realizar una inversión provechosa, ello se debe a que los bienes de capital disponibles han sido ya invertidos en proyectos más ventajosos.

Al hablar de la escasez de capitales en un país que es más pobre que otros no nos referimos a este fenómeno de la falta general y permanente de capital. Simplemente comparamos el estado de los negocios en este país en particular con el de otros países cuyo capital es más abundante. Considerando el caso de la India podemos decir: hay cierto número de artesanos que producen, con un capital total de diez mil dólares, productos cuyo valor de mercado es de, digamos, un millón de dólares. En una fábrica norteamericana que dispone de un capital de un millón de dólares, el mismo número de trabajadores producen bienes cuyo valor de mercado es de 500 veces esa cantidad invertida. Los empresarios de la India carecen, lamentablemente, del capital para hacer tales inversiones. Esto tiene como consecuencia que la productividad por cada obrero es menor en la India que en los Estados Unidos, que la cantidad total de bienes disponibles para el consumo es más pequeña y que el ciudadano promedio es más pobre si se lo compara con el norteamericano promedio.

No se dispone, en especial en condiciones inflacionarias, de un patrón fidedigno que pueda aplicarse para medir el grado de escasez de capital. Allí donde es imposible comparar las condiciones de un país con las de otros en los cuales el aporte de capital es más abundante, como en el caso de los Estados Unidos, sólo son posibles las comparaciones con una medida hipotética del aporte de capital (como habría sido de no haber ocurrido ciertas cosas). No hay, en un país semejante, un fenómeno que pueda aparecer como escasez de capital en forma tan clara y manifiesta como aparece hoy en día la escasez de capital ante el pueblo de la India. Todo cuanto puede decirse es que si el pueblo de esa nación hubiera ahorrado más en el pasado, habrían sido factibles algunos adelantos en los métodos tecnológicos (y la expansión lateral de la producción por duplicación de los equipos del tipo ya existente, para lo cual falta el capital necesario).

VII

No es fácil explicar este estado de cosas a un público inducido a conclusiones erróneas por la apasionada agitación anticapitalista. Tal como lo ven los autodenominados intelectuales, el sistema capitalista y la codicia de los empresarios son responsables de que la suma total de productos para el consumo no sea mayor de lo que en realidad es. El único modo de eliminar la pobreza que conocen es quitar todo lo posible —mediante impuestos cada vez mayores— a los que tienen más riquezas. En su opinión la riqueza de los ricos es la causa de la pobreza de los pobres. De acuerdo con esta idea las políticas fiscales de todas las naciones, y en especial la de los Estados Unidos, estuvieron dirigidas en las últimas décadas hacia la confiscación de cantidades cada vez mayores de la riqueza y de los ingresos de los sectores más acomodados. La parte más importante de los fondos así recolectados habría sido empleada por los contribuyentes en el ahorro y en la acumulación de capital adicional. Su inversión habría incrementado la productividad por hombre-hora y de este modo habría provisto más bienes para el consumo. Habría elevado el estándar de vida del hombre común. Si el gobierno los utiliza para los gastos corrientes se disipan y, concomitantemente, la acumulación de capital se retrasa.

Sea lo que fuere lo que se piense de esta política de exacción contra los ricos, es imposible negar que ya ha llegado al límite. En Inglaterra el canciller socialista del Tribunal de Hacienda tuvo que admitir, hace pocos años, que incluso la confiscación total de todo lo que aún se ha dejado a los ciudadanos que poseen más altos ingresos sólo agregaría una cantidad insignificante a las entradas del erario, y que ya no se podía pensar en mejorar la suerte de los más pobres quitando dinero a los ricos.

En este país una confiscación total de los ingresos superior a los veinticinco mil dólares rendiría a lo sumo mucho menos de mil millones de dólares, suma muy pequeña, en verdad, si se la compara con el monto de nuestro presupuesto actual y con el probable déficit. El principio más importante de las políticas financieras de los autodenominados progresistas se ha seguido hasta el punto en el cual se derrota a sí mismo y su falta de sentido se hace evidente. Los progresistas ya no saben qué hacer. En el futuro, si quieren expandir más aun el gasto público tendrán que imponer mayores contribuciones precisamente a aquellos votantes cuyo apoyo han tratado de captar hasta ahora poniendo la carga más pesada sobre los hombros de la minoría más acomodada. (Un dilema muy embarazoso, en realidad, para el próximo Congreso.)

Pero precisamente la perplejidad producida por esta situación es lo que brinda una oportunidad favorable para abandonar los perniciosos errores que han prevalecido en las últimas décadas y sustituirlos por firmes principios económicos. Ahora es el momento de explicar a los votantes las causas de la prosperidad norteamericana, por una parte, y las de la mala situación económica de los países atrasados, por otra. Deben comprender que lo que hace que los índices salariales en los Estados Unidos sean más altos que los de otros países es el monto del capital invertido y que cualquier mejoramiento ulterior de su estándar de vida depende de una acumulación suficiente de capital adicional. Hoy en día sólo los empresarios se preocupan acerca de la provisión de nuevos capitales para la expansión y desarrollo de sus fábricas. Las demás personas son indiferentes con respecto a este tema, sin saber que su bienestar y el de sus hijos están en peligro. Es necesario hacer que estos problemas sean comprendidos por la mayoría. Ninguna plataforma partidaria debe considerarse satisfactoria si no contiene el punto siguiente: como la prosperidad de la nación y la elevación de los índices salariales dependen de un continuo incremento del capital invertido en sus fábricas, minas y establecimientos agrícolas, una de las primeras tareas de una buena administración es eliminar todos los obstáculos que impiden la acumulación y la inversión de nuevos capitales.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[50]

Conferencia pronunciada en el University Club de Milwaukee (Wisconsin) el 13 de octubre de 1952.

Nota del editor de la versión en inglés: Esta conferencia, pronunciada en 1952, fue una alocución profética y aún lo es; para muchas personas será más significativa en este momento (1979) que hace 28 años. La profecía que lleva implícita es ésta: si los Estados Unidos continúan impidiendo la acumulación de capital mediante impuestos que lo erosionan y expropian, los gastos gubernamentales y los programas de bienestar social absorberán partes cada vez mayores de los ingresos de los individuos y corporaciones; como consecuencia de esto nuestro crecimiento se hará más lento, luego se estancará y por último nos hundiremos en la pobreza. Socialistas, comunistas, predicadores, ecologistas, dirigentes sindicales, maestros, demagogos, llenos de envidia y de ambición, nos conducirán hacia "la declinación y caída de los Estados Unidos", que puede llegar a ser mayor que la descripta por Gibbon en Declinación y caída del Imperio Romano. Nota de la Redacción: Afortunadamente, con la política de Reagan se percibe una saludable reacción.

En lugar de utilizar subtítulos como ayuda para el lector el editor ha preferido el uso de cursivas para destacar las ideas clave.


[51]

Cf. Jawaharlar Nehru, Independence and After. A Collection of Speeches, 1946-1949. New York, 1950, p. 192.


[52]

Cf. J. Schumpeter, Keynes, the Economist (en The New Economics, S. E. Harris [ed.], New York, 1947, p. 85).