CAPÍTULO X SALARIOS, DESOCUPACIÓN E INFLACIÓN[43]
Nuestro sistema económico —economía de mercado o capitalismo— es un sistema donde reina el consumidor. El consumidor es soberano; él "siempre tiene razón", según reza un dicho popular. Los empresarios están obligados a producir y vender lo que los consumidores demandan, y deben hacerlo a los precios que los mismos consumidores puedan afrontar y estén dispuestos a pagar. Una operación mercantil fracasa rotundamente si los ingresos provenientes de las ventas no alcanzan para reembolsar al empresario todos los gastos en que ha incurrido para producir el artículo. Así es como los consumidores, al comprar a cierto precio, determinan el nivel de salarios pagados a todas las personas vinculadas a una industria.
1. En última instancia, los salarios son pagados por los consumidores
En consecuencia, un empleador no puede pagar a un empleado más que el equivalente del valor de su trabajo agregado a la mercadería de acuerdo con el juicio del público comprador. (Ésta es la razón por la cual una estrella cinematográfica gana mucho más que una doble cualquiera.) Si el empleador pagara más, no recuperaría sus desembolsos con los pagos efectuados por los compradores, incurriría en pérdidas y, finalmente, quebraría. Al pagar salarios, el empleador actúa como mandatario de los consumidores. La incidencia de los pagos salariales recae sobre los consumidores. Como la inmensa mayoría de los bienes producidos son comprados y consumidos por gente que recibe sueldos y salarios, resulta obvio que, al gastar sus ingresos, son fundamentalmente los mismos asalariados y empleados quienes determinan el monto de las compensaciones que ellos y sus compañeros reciben por su trabajo.
2. Las causas del crecimiento de los salarios
Los compradores no pagan por el esfuerzo y el cansancio del trabajador al realizar su tarea, ni por el tiempo que dedica a su trabajo. Pagan por los productos. Cuanto mejores sean las herramientas usadas por el trabajador en su trabajo, mayor será su producción horaria y, consecuentemente, más alta será su remuneración. Lo que aumenta los salarios y procura a los asalariados condiciones más satisfactorias es la mejora del equipo tecnológico.
Los salarios norteamericanos son más altos que los ganados por los trabajadores en otros países debido a que el capital invertido per cápita es mayor y, consecuentemente, las fábricas están en condiciones de utilizar las más eficientes herramientas y maquinarias. El llamado modo de vida norteamericano es el resultado del hecho de que los EE.UU. han puesto menos obstáculos que otras naciones a la formación del ahorro y a la acumulación de capital.
El atraso económico de países como la India consiste, precisamente, en el hecho de que sus políticas obstruyen tanto la acumulación de capital en dicho país como las inversiones extranjeras. Al faltar el capital requerido, las empresas indias no pueden emplear suficiente cantidad de equipos modernos; en consecuencia, producen mucho menos por hora-hombre y sólo pueden pagar salarios que, comparados con los de los EE.UU., parecen extremadamente bajos.
Existe un solo camino conducente al mejoramiento del nivel de vida de las masas asalariadas: el incremento del monto del capital invertido. Los métodos restantes, por muy populares que sean, no sólo son inútiles sino realmente perjudiciales para el bienestar de aquellos a quienes supuestamente se quiere beneficiar.
3. Las causas de la desocupación
La cuestión fundamental es: ¿es posible aumentar los salarios de todos los que desean encontrar trabajo por encima del nivel que habrían alcanzado en un mercado laboral no intervenido?
La opinión pública, en general, cree que el mejoramiento de las condiciones de los asalariados es el fruto de la acción sindical y de distintas medidas legislativas. Atribuye a los sindicatos y a la legislación el aumento de los salarios, la reducción de la jornada de trabajo, la eliminación del trabajo de menores y muchos otros cambios. El predominio de esta creencia hizo populares a los sindicatos y es responsable por la legislación laboral de las últimas décadas. Como la gente piensa que debe su alto nivel de vida a los sindicatos, tolera la violencia, la coerción y la intimidación practicadas por éstos y permanece indiferente ante el menoscabo sufrido por la libertad personal; menoscabo éste que es inherente a muchas cláusulas de los actuales contratos de trabajo, celebrados sobre bases compulsivas. Mientras estas falencias predominan en las mentes de los votantes, es inútil esperar un abandono resuelto de las políticas erróneamente denominadas progresistas.
Esta doctrina popular interpreta equivocadamente todos los aspectos de la realidad económica. El nivel de salarios en el que encuentran empleo todas las personas que desean hacerlo depende de la productividad marginal del trabajo. Permaneciendo invariables los demás factores, cuanto más capital se invierte, más crecerán los salarios en el mercado libre de trabajo, es decir, en el mercado de trabajo no manipulado por el gobierno ni por los sindicatos. A estos niveles de salarios, en el mercado libre, todos los que desean contratar trabajadores pueden tomar tantos como quieran y a esos mismos niveles salariales, todos los trabajadores que quieran emplearse encuentran trabajo. En un mercado laboral libre prevalece la tendencia hacia el pleno empleo. En realidad, la política de permitir que el mercado libre determine el nivel de salarios es la única política de pleno empleo razonable y destinada a tener éxito. Si los salarios son incrementados por encima de ese nivel, ya sea por la presión o compulsión sindical o por decreto gubernamental, sobreviene una desocupación duradera de una parte de la fuerza laboral potencial.
4. La expansión del crédito no sustituye al capital
Estas opiniones son apasionadamente rechazadas por los dirigentes sindicales y por sus seguidores entre los políticos, así como también por ciertos intelectuales sui generis. La panacea que recomiendan para combatir la desocupación es la expansión del crédito y la inflación, llamada eufemísticamente "una política de dinero fácil".
Como ha sido señalado con anterioridad, la incorporación de capital previamente acumulado al stock disponible impulsa nuevos progresos en las posibilidades del equipo tecnológico de las industrias, aumentando así la productividad marginal del trabajo y, consecuentemente, también los salarios. Pero la expansión del crédito, ya sea producida mediante la emisión adicional de billetes, o por el aumento de préstamos bancarios que crean nuevos depósitos en las cuentas corrientes de los clientes, no agrega nada a la riqueza de la nación en bienes de capital. Sólo crea la ilusión de un incremento de los fondos disponibles para una expansión de la producción. Al poder obtener crédito barato, la gente cree, erróneamente, que la riqueza de la nación se ha incrementado, y que, por lo tanto, ciertos proyectos que antes no podían ejecutarse son ahora factibles. La puesta en marcha de estos proyectos intensifica la demanda de trabajo y de materias primas, elevando así los salarios y los precios de los bienes. Se produce un auge artificial.
Bajo las condiciones de este auge, los salarios nominales, que antes de la expansión del crédito eran demasiado elevados para la situación del mercado y, por lo tanto, provocaron la desocupación de una parte de la fuerza laboral potencial, ya no resultan demasiado elevados y los desocupados pueden encontrar trabajo nuevamente. Sin embargo, esto ocurre sólo porque en condiciones crediticias y monetarias distintas, los precios están subiendo o, lo que es lo mismo dicho de otra manera, está cayendo el poder adquisitivo de la unidad monetaria. "Entonces, el mismo monto de salarios nominales, i.e., salarios expresados en términos de dinero, significa menos en términos de salarios reales, i.e., expresados en términos de bienes que pueden adquirirse con la unidad monetaria. La inflación puede reducir la desocupación sólo reduciendo los salarios reales. Pero entonces los sindicatos piden nuevos incrementos de salarios, para mantenerlos a tono con el alza del costo de la vida, volviendo a estar donde estábamos antes, es decir, en una situación en la cual el desempleo en gran escala sólo puede evitarse con nuevas expansiones de crédito.
Esto es lo que ocurrió en los Estados Unidos, como también en muchos otros países, durante los últimos años. Los sindicatos, apoyados por el gobierno, han venido forzando a las empresas a que acepten salarios más altos que los potenciales del mercado, es decir, aquellos que el público estaba dispuesto a reembolsar a los empleadores, al comprarles sus productos. Esto habría arrojado la consecuencia inevitable de un incremento de la desocupación. Pero las políticas gubernamentales intentaron impedir la aparición de una seria desocupación mediante la expansión del crédito, es decir, la inflación. El resultado fue un aumento de los precios, renovados pedidos de aumentos salariales y la reiteración de la expansión del crédito; en resumen, la prolongación de la inflación.
5. La inflación no puede continuar indefinidamente
Pero, finalmente, las autoridades se asustaron. Ellas saben que la inflación no puede continuar indefinidamente. Si no se detiene a tiempo la perniciosa política de aumentar la cantidad de moneda y los medios fiduciarios el sistema monetario de la nación sufrirá un completo colapso. El poder adquisitivo de la unidad monetaria caerá hasta un punto tan bajo que, para todo propósito práctico, no será mejor que cero. Esto ocurrió una y otra vez, en los Estados Unidos con la moneda continental en 1781, en Francia en 1796, en Alemania en 1923. Nunca es demasiado pronto para que una nación comprenda claramente que la inflación no puede considerarse como si fuera un modo de vida, y que es imperativo retornar a políticas de moneda sana. Reconociendo estos hechos, hace algún tiempo la administración y las autoridades de la Reserva Federal detuvieron la política de expandir progresivamente el crédito.
No es tarea de este corto artículo ocuparse de todas las consecuencias que las medidas para terminar con la inflación traen aparejadas. Sólo deseamos consignar el hecho de que el retorno a la estabilidad monetaria no generauna crisis. Únicamente saca a relucir las malas inversiones y otras equivocaciones realizadas bajo la alucinación de la ilusoria prosperidad creada por la moneda fácil. La gente se da cuenta de las faltas cometidas, y liberada del fantasma del crédito barato que la había enceguecido comienza a reajustar sus actividades, para adaptarlas al estado real del suministro de factores materiales de producción. Este reajuste —ciertamente doloroso pero inevitable— es lo que constituye la depresión.
6. La política de los sindicatos
Una de las desagradables características de este proceso, consistente en descartar quimeras y retornar a una sobria estimación de la realidad, concierne al nivel de los salarios. Bajo el impacto de la política de inflación progresiva, la burocracia sindical adquirió el hábito de pedir, a intervalos regulares, aumentos de salarios, y los empresarios, después de una resistencia simulada, cedieron. Estos salarios, demasiado elevados en ese momento para la situación del mercado, hubieran producido una cantidad notable de desocupación. Pero la incesante inflación progresiva muy pronto los neutralizó. Entonces, los sindicatos pidieron nuevos aumentos, y así sucesivamente.
7. El argumento del poder adquisitivo
No importa qué clase de justificaciones invoquen los sindicatos y sus voceros en favor de esos reclamos. Los efectos inevitables de forzar a los empleadores a que remuneren el trabajo realizado a precios más altos que los que los consumidores están dispuestos a reembolsarles al comprar sus productos son siempre los mismos: tasas de desempleo cada vez mayores.
En la presente coyuntura, los sindicatos tratan de hurgar nuevamente en la cien veces refútada fábula del poder adquisitivo. Declaran que poniendo más dinero en manos de los asalariados, mediante el incremento de los salarios, aumentando los beneficios a los desocupados y emprendiendo nuevas obras públicas, los trabajadores podrán gastar más, y así estimular la economía, para sacarla de la recesión y llevarla a la prosperidad. Éste es el espurio argumento a favor de la inflación, para hacer felices a todos imprimiendo billetes. Por cierto que, si se incrementa la cantidad de la circulación monetaria, aquellos cuyos bolsillos reciben la riqueza ficticia —ya sean trabajadores industriales, agricultores o cualquier otra clase de gente— aumentarán sus gastos. Pero, precisamente, este aumento de gastos, inevitablemente, conduce a la tendencia general al aumento de todos los precios o, lo que es lo mismo dicho con otras palabras, a una disminución en el poder adquisitivo de la unidad monetaria. De este modo, la ayuda que la acción inflacionaria pueda procurar a los asalariados tendrá sólo breve duración. Para perpetuarla habría que recurrir reiteradamente a nuevas medidas inflacionarias. Como es obvio, esto conduce al desastre.
8. Los aumentos salariales no son inflacionarios por sí mismos
Se dicen muchas tonterías en torno a estas cosas. Algunos sostienen que los aumentos de salarios son "inflacionarios". Pero no son inflacionarios en sí mismos. No hay nada inflacionario excepto la inflación misma, vale decir, un incremento de la circulación monetaria y de los créditos con depósitos bancarios movidos por cheques. Y, en las condiciones actuales, nadie, excepto el gobierno, puede provocar inflación. Lo que los sindicatos pueden generar, forzando a los empleadores a aceptar salarios más altos que los potenciales del mercado, no es inflación ni precios más elevados, sino desempleo de una parte de la población deseosa de encontrar trabajo. La inflación es una política a la cual recurre el gobierno para evitar la desocupación en gran escala, que de otro modo se habría producido por la acción sindical que forzó los salarios hacia arriba.
9. El dilema de las políticas actuales
El dilema que este país y muchos otros deben afrontar es muy serio. El muy popular método de aumentar los salarios por encima del nivel que hubiera establecido un mercado no intervenido provocaría una desocupación masiva catastrófica, si la expansión del crédito inflacionario no la hubiera neutralizado. Pero la inflación no sólo tiene efectos perniciosos de carácter social. No puede continuar indefinidamente sin producir una quiebra completa de todo el sistema monetario.
La opinión pública, enteramente dominada por las falaces doctrinas sindicales en materia laboral, generalmente simpatiza con las demandas de los dirigentes sindicales para lograr considerables aumentos de salarios. Tal como son las condiciones hoy en día, los sindicatos tienen el poder de someter a los empresarios a sus dictados. Pueden declarar huelgas y, sin ninguna restricción por parte de los gobiernos, recurrir impunemente a la violencia contra quienes desean trabajar. En realidad, son conscientes del hecho de que el encarecimiento de la mano de obra aumentara el número de trabajadores sin empleo. El único remedio que sugieren es el de ampliar los fondos de seguros para los desocupados y ampliar también el suministro de créditos, es decir, la inflación. El gobierno, rindiéndose dócilmente a una opinión pública descarriada, preocupado por el resultado de la próxima contienda electoral, desafortunadamente, ya comenzó a revertir sus intentos de retorno a una política de moneda sana. Estamos así, nuevamente, empeñados en el pernicioso método de interponemos para influir en el suministro de la moneda. Seguimos con una inflación que aceleradamente deprime el poder adquisitivo del dólar. ¿En qué terminaremos? Éste es el interrogante que el señor Reuther y los demás dirigentes sindicales nunca formulan.
Sólo una estupenda ignorancia puede denominar pro-laborales a las políticas adoptadas por los que se autoproclaman progresistas. El asalariado, como cualquier otro ciudadano, está firmemente interesado en la preservación del poder adquisitivo del dólar. Si, gracias a su sindicato, el asalariado ve aumentar su paga semanal por encima de la tasa del mercado, muy pronto descubre que el movimiento alcista de los precios no sólo lo priva de las ventajas que esperaba sino que deteriora el valor de sus ahorros, de su póliza de seguro y de sus derechos adquiridos a una jubilación; peor aun, puede incluso perder su trabajo y no encontrar otro.
10. La falta de sinceridad en la lucha contra la inflación
Todos los partidos políticos y grupos de presión pregonan que ellos son contrarios a la inflación. Pero lo que realmente quieren decir es que no les gustan las inevitables consecuencias de la inflación, es decir, el aumento del costo de vida. En realidad, favorecen todas las políticas que necesariamente traen aparejado un incremento del medio circulante. No sólo abogan por una política de moneda fácil que haga posible el alza continua de los salarios impulsada por los sindicatos, sino que también apoyan mayores gastos públicos y, al mismo tiempo, la disminución de los impuestos mediante el incremento de las exenciones.
Engañada por el espurio concepto marxista del irreconciliable conflicto entre los intereses de las distintas clases sociales, la gente supone que únicamente los intereses de las clases propietarias son opuestos a las demandas de los sindicatos por mayores salarios. Pero, en verdad, los asalariados no están menos interesados que cualquier otro grupo o clase en el retorno a una moneda sana. Mucho se ha dicho en los últimos meses sobre los daños causados por fraudulentos burócratas sindicales a los miembros de los sindicatos. Pero la ruina ocasionada a los trabajadores por los excesivos salarios exigidos por los sindicatos es mucho mayor.
Sería una exageración decir que las tácticas sindicales constituyen la única amenaza a la estabilidad monetaria y a una política económica responsable. Los trabajadores organizados no son el único grupo de presión cuyos reclamos amenazan hoy la estabilidad monetaria, pero sí el grupo de presión más poderoso e influyente y les corresponde la mayor parte de la responsabilidad.
11. La importancia de las políticas monetarias sanas
El capitalismo ha mejorado el nivel de vida de los trabajadores en una medida sin precedentes. La familia tipo norteamericana goza hoy de bienes y servicios que sólo un siglo atrás ni siquiera los personajes más ricos y encumbrados podían soñar. Todo este bienestar es el fruto de los incrementos de los ahorros y de la acumulación de capital. Sin estos recursos, que permiten la utilización práctica de los progresos científicos y tecnológicos, el trabajador norteamericano no podría producir más ni mejores cosas por hora de trabajo que los peones asiáticos, no ganaría más que ellos y, como ellos, viviría miserablemente, al borde de la inanición. Todas las medidas que —como ocurre con el impuesto a los réditos— tienden a obstaculizar nueva acumulación de capital e incluso a favorecer la descapitalización, son, en consecuencia, medidas virtualmente antiobreras y antisociales.
Una observación más debe todavía hacerse, con respecto al tema del ahorro y la formación de capital. El mejoramiento y el bienestar que el capitalismo ha producido, hicieron posible al hombre común ahorrar, y así convertirse él mismo en un capitalista, aunque sea en pequeña escala. Una parte considerable del capital que opera en la economía norteamericana tiene su origen en los ahorros de las masas. Millones de asalariados poseen depósitos de ahorros, títulos públicos y pólizas de seguros, todos pagaderos en dólares, y su valor depende de la salud de la moneda nacional. Desde este punto de vista, es fundamental para el interés vital de las masas preservar el poder adquisitivo del dólar. Para ese fin, no basta imprimir en los billetes la máxima "Confiamos en Dios". Debemos adoptar una política apropiada.
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[43] Christian Economics, 4 de marzo de 1958.