Planificación para la libertad

Planificación para la libertad
Autor: 
Ludwig von Mises

Ludwig von Mises (1881 - 1973) es reconocido como uno de los líderes de la Escuela Austriaca de economía y fue un prolífico escritor. Su trabajo influyó a Leonard Read, Henry Hazlitt, Israel Kirzner, George Reisman, F.A. Hayek y Murray Rothbard, entre otros. Nació en Lenberg, entonces parte del imperio Austrohúngaro.

Las obras de Mises y sus seminarios trataban sobre teoría económica, historia, epistemología, el Estado y la filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones sobre la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo comercial, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica en general, y una demostración de que el socialismo inevitablemente fracasa porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer académico en reconocer que la economía es parte de la ciencia más amplia de la acción humana, una ciencia que Mises denominó "praxeología". Enseñó en la Universidad de Viena y luego en la Universidad de Nueva York. Su influyente trabajo acerca de las libertades económicas, sus causas y consecuencias, lo llevaron a resaltar las relaciones entre las libertades económicas y las demás libertades en una sociedad.

Edición utilizada:

Von Mises, Ludwig. Planificación Para La Libertad. Buenos Aires: Centro de Estudios Sobre la Libertad, 1986.

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Capítulo II. Las políticas intermedias conducen al socialismo

CAPÍTULO II

LAS POLÍTICAS INTERMEDIAS CONDUCEN AL SOCIALISMO[4]

El dogma fundamental de todas las clases de socialismo y comunismo es que la economía de mercado libre, o capitalismo, es un sistema que perjudica los intereses de la inmensa mayoría de la gente, beneficiando solamente a una pequeña minoría de individualistas inescrupulosos. Condena a las masas a un empobrecimiento progresivo. Es la causa de la miseria, esclavitud, opresión, degradación y explotación de los trabajadores, mientras que enriquece a una clase de parásitos ociosos e inútiles.

Esta doctrina no fue obra de Karl Marx. Había sido desarrollada mucho antes de que Marx entrara en escena. Sus defensores más exitosos no fueron los autores marxistas, sino hombres como Carlyle y Ruskin, los fabianos británicos, los profesores alemanes y los institucionalistas norteamericanos. Resulta muy significativo que la veracidad de este dogma sólo haya sido discutida por unos pocos economistas que fueron prontamente silenciados, impidiéndoles el acceso; a las universidades, a la prensa, al liderazgo de los partidos políticos y, fundamentalmente, a las reparticiones públicas. La opinión pública aceptó la condena del capitalismo sin ninguna reserva.

1. El socialismo

Pero, obviamente, las conclusiones políticas prácticas que la gente extrajo de este dogma no fueron uniformes. Un grupo afirmó que no existía más que un camino para acabar con estos males: la literal y completa supresión del capitalismo. Defendían el traspaso del control de los medios de producción de manos privadas al estado. Aspiraban a establecer lo que llamaban socialismo, planificación o capitalismo de estado. Todos estos términos significan lo mismo. Los consumidores no deberían continuar determinando, a través de sus compras y abstenciones de comprar, qué debería ser producido, qué cantidad y de qué calidad. En el futuro, sólo una autoridad central debería dirigir todas las actividades productivas.

2. El intervencionismo pretende ser una política intermedia

Un segundo grupo parece ser menos radical. Rechazan el socialismo en igual medida que el capitalismo. Recomiendan un tercer sistema que, afirman, está tan lejos del capitalismo como del socialismo; este tercer sistema de organización económica de la sociedad, el intervencionismo, se encuentra a mitad de camino entre los otros dos; retendría las ventajas de ambos y evitaría las desventajas inherentes a cada uno. En la terminología de la política norteamericana, se lo conoce como política intermedia.

Lo que hace que este tercer sistema sea popular entre mucha gente es el modo particular de considerar los problemas en cuestión. Tal como ve las cosas, existen dos clases: los capitalistas y empresarios por un lado y los socialistas por el otro, discutiendo acerca de la distribución de la renta del capital y sobre las actividades empresarias. Ambas partes reclaman la torta entera para sí mismas. Ahora, sugieren estos mediadores: sembremos la paz dividiendo en partes iguales entre las dos clases el valor en disputa. El estado, como árbitro imparcial, debería interferir y poner un freno a la codicia de los capitalistas y asignar una parte de los beneficios a las clases trabajadoras. De este modo, será posible destronar a la deidad del capitalismo sin entronizar al dios del socialismo totalitario.

Sin embargo, este modo de tratar el asunto es completamente erróneo. El antagonismo entre capitalismo y socialismo no es una disputa sobre la distribución del botín. Se trata de una controversia sobre cuál de los dos modelos de organización de la sociedad, el capitalismo o el socialismo, conduce a la mejor realización de los fines que toda la gente considera como objetivos fundamentales de las actividades comúnmente llamadas económicas, a saber, el mejor abastecimiento posible de bienes y servicios útiles demandados por los consumidores. El capitalismo quiere lograr estos fines a través de la empresa y de la iniciativa privadas, que están sujetas a la supremacía de las compras y abstenciones de comprar del público en el mercado. Los socialistas desean reemplazar los planes de los diversos individuos por un plan único de una autoridad central. Quieren instaurar el monopolio exclusivo del gobierno, en lugar de lo que Marx llamó "anarquía de la producción". El antagonismo no se refiere al modo de distribuir una cantidad fija de productos sino al modo de producir todos aquellos bienes que la gente desea disfrutar.

El conflicto entre los dos principios es irreconciliable y no permite ningún arreglo. El control es indivisible. O la demanda de los consumidores en el mercado decide cómo y con qué objetivo deben emplearse los factores de la producción o el gobierno se encarga de ello. No hay nada que pueda mitigar la oposición entre estos dos principios contradictorios; son incompatibles.

El intervencionismo no es el término medio ideal entre el capitalismo y el socialismo. Es el diseño de un tercer sistema de organización económica de la sociedad y debe ser reconocido como tal.

3. Cómo funciona el intervencionismo

No es el objetivo de esta discusión suscitar la cuestión de los méritos del capitalismo o del socialismo. Hoy sólo me ocuparé del intervencionismo. No pretendo hacer una evaluación arbitraria del intervencionismo desde un punto de vista prejuicioso; sólo me concierne mostrar cómo funciona el intervencionismo y si puede o no ser considerado como modelo de un sistema permanente de organización de la sociedad.

Los intervencionistas destacan que planean conservar la propiedad privada de los medios de producción, el empresariado y el intercambio en el mercado. Pero agregan que es perentorio evitar que estas instituciones capitalistas se expandan, causando estragos y explotando injustamente a la mayoría de la gente.

Es deber del gobierno restringir mediante órdenes y prohibiciones la codicia de las clases propietarias para que su poder adquisitivo no dañe a las clases más pobres. El capitalismo sin traba alguna, también llamado del laissez faire, es un mal. Pero para eliminar sus efectos dañinos no hay necesidad de suprimir el capitalismo totalmente. Es posible mejorar el sistema capitalista a través de la interferencia gubernamental en las acciones de los capitalistas y empresarios. Dicha regulación y regimentación de los negocios por parte del gobierno es el único método para cerrar el paso al socialismo totalitario y para salvaguardar aquellos rasgos del capitalismo que vale la pena preservar. Basándose en esta filosofía, los intervencionistas defienden una constelación de diversas medidas. Elijamos una de ellas: el muy popular modelo de control de precios.

4. El control de precios conduce al socialismo

El gobierno piensa que el precio de un bien determinado, por ejemplo la leche, es demasiado alto; quiere que los pobres tengan la posibilidad de dar más leche a sus hijos. Así recurre a imponer un precio máximo y fija el precio de la leche en un nivel más bajo que el que prevalece en el mercado libre. El resultado es que los productores marginales de leche, aquellos que producen a mayor costo, incurren ahora en pérdidas. Como ningún granjero u hombre de negocios puede seguir produciendo a pérdida, estos productores marginales detienen la producción y venta de leche en el mercado. Usarán sus vacas y sus habilidades para otros propósitos más rentables. Producirán, por ejemplo, manteca, queso o carne. Habrá menos leche disponible para los consumidores, no más. Esto, desde luego, es contrario a las intenciones del gobierno que quería que la leche fuera más accesible para algunas personas. Pero, como resultado de esa interferencia, la oferta disponible cae. Esta medida demuestra ser inútil desde el punto de vista del mismo gobierno y de los grupos que procuraba favorecer. Trae aparejado un estado de cosas que es, nuevamente desde el punto de vista del gobierno, menos deseable que el estado de cosas previo que debía mejorar.

Ahora el gobierno se encuentra ante una alternativa. Puede revocar su decreto y abstenerse de cualquier intento futuro por controlar el precio de la leche. Pero si mantiene su intención de conservar su precio por debajo del nivel que el mercado libre habría determinado, evitando no obstante una caída en la oferta de leche, debe tratar de eliminar las causas que determinan que el negocio de los productores marginales no sea rentable. Debe agregar al primer decreto que se ocupaba del precio de la leche, un segundo decreto que fije los precios de los factores de producción necesarios para la producción de leche en un nivel lo suficientemente bajo como para evitar las pérdidas de los productores marginales de leche, de modo tal que la producción no se vea restringida. Pero la misma historia se repite en un plano más remoto. La oferta de los factores de producción de la leche cae, y el gobierno se encuentra nuevamente donde empezó. Si no quiere admitir su derrota, y abstenerse de cualquier entrometimiento en los precios, debe ir más lejos y fijar los precios de aquellos factores de producción necesarios para la producción de los factores necesarios para la producción de leche. De esta manera, el gobierno se verá obligado a ir cada vez más lejos, fijando paso a paso los precios de todos los bienes de consumo y de todos los factores de producción, tanto humanos, es decir, el trabajo, como materiales y ordenar a cada empresario y a cada trabajador que continúen trabajando a estos precios y salarios. Ninguna rama industrial puede ser omitida en esta fijación completa de precios y salarios, y ninguna puede evadir la obligación de producir aquellas cantidades que el gobierno desea ver producidas. Si algunas ramas fueran dejadas en libertad por el hecho de que producen bienes calificados como no esenciales, o incluso como de lujo, el capital y el trabajo tenderían a desplazarse hacia ellas provocando una caída en la oferta de aquellos bienes cuyos precios han sido fijados por el gobierno por considerarlos, justamente, indispensables para la satisfacción de las necesidades de las masas.

Pero una vez conseguido este control total de los negocios, nada subsistirá de la economía de mercado. Ya los ciudadanos no determinan qué y cómo debe producirse a través de sus compras y de sus abstenciones de comprar. El poder de decidir estas cuestiones recae en el gobierno. Esto ya no es capitalismo, es planificación gubernamental total, es socialismo.

5. El modelo Zwangswirtschaft de socialismo

Obviamente, es cierto que este modelo de socialismo conserva la apariencia exterior y algunos de los rótulos del capitalismo. Mantiene, sólo aparente y nominalmente, la propiedad privada de los medios de producción, y el manejo de los precios, salarios, tasas de interés y beneficios. Sin embargo, en los hechos, lo único que cuenta es la autocracia ilimitada del gobierno. El dice a los empresarios y capitalistas qué producir, qué cantidad y calidad, a qué precios y a quién comprarle, y a qué precios y a quién venderle. Decreta los salarios y el lugar de trabajo de los trabajadores. El intercambio de mercado no es más que una máscara. Todos los precios, los salarios y las tasas de interés son determinados por la autoridad. Son precios, salarios y tasas de interés sólo en apariencia; en los hechos, son meros términos cuantitativos de las órdenes del gobierno. El gobierno, y no los consumidores, dirige la producción y el consumo. Determina la ganancia de cada ciudadano, asigna a cada uno el lugar que debe ocupar en el trabajo. Esto es socialismo con la sola apariencia exterior de capitalismo. Es el Zwangswirtschaft del Reich alemán de Hitler y la economía planificada de Gran Bretaña.

6. Las experiencias alemana y británica

El modelo de transformación social que he descripto no es una mera construcción teórica. Es una descripción real de la serie de hechos que produjo el advenimiento del socialismo en Alemania, en Gran Bretaña y en algunos otros países.

Los alemanes, en la primera guerra mundial, comenzaron con precios máximos para un pequeño grupo de bienes de consumo considerados vitales. Fue el fracaso inevitable de estas medidas lo que los impulsó a ir cada vez más lejos hasta que, en la segunda parte de la guerra, diseñaron el Plan Hindenburg. En el contexto del Plan Hindenburg no quedaba ningún resquicio para la libre elección de los consumidores ni para iniciativa alguna de los hombres de empresa. Todas las actividades económicas estaban incondicionalmente subordinadas a la jurisdicción exclusiva de las autoridades. La derrota total del Kaiser dio por tierra con todo el aparato imperial de administración, incluyendo el grandioso plan. Pero cuando en 1931 el canciller Brüning se embarcó nuevamente en una política de control de precios y sus sucesores, especialmente Hitler, se aferraron obstinadamente a ella, la misma historia se repitió.

Gran Bretaña y todos los otros países que durante la primera guerra mundial adoptaron medidas de control de precios tuvieron que experimentar el mismo fracaso. También ellos fueron llevados cada vez más lejos en sus intentos por hacer funcionar los decretos iniciales. Pero estaban aún en un estado rudimentario en el desarrollo de este modelo, cuando la victoria y la oposición del público acabaron con todos los artificios para controlar los precios.

Fue distinto en la segunda guerra mundial. Entonces, Gran Bretaña recurrió nuevamente a los precios máximos para unos pocos bienes de primera necesidad, teniendo que aplicar toda la gama de procedimientos que llevaban los controles cada vez más lejos, hasta que tuvo que adoptar la planificación total de toda la economía del país. Cuando la guerra finalizó, Gran Bretaña era un estado socialista.

Vale la pena recordar que el socialismo británico no fue un logro del gobierno laborista del Sr. Attlee, sino del gabinete de guerra del Sr. Winston Churchill. Lo que el Partido Laborista hizo no fue establecer el socialismo en un país libre, sino mantener en el período de posguerra el socialismo tal como había sido desarrollado. Este hecho se vio disimulado por el gran impacto causado en su momento por la nacionalización del Banco de Inglaterra, de las minas de carbón y de otras ramas de la actividad económica. Sin embargo, la Gran Bretaña de entonces debe ser llamada socialista no porque ciertas empresas hayan sido formalmente expropiadas y nacionalizadas, sino porque todas las actividades económicas de todos los ciudadanos estaban sujetas al control total del gobierno y de sus órganos. Las autoridades dirigían la asignación de capital y mano de obra a las distintas ramas de los negocios. Determinaban qué se debía producir. El gobierno se invistió de supremacía exclusiva sobre todas las actividades. La gente se vio reducida al estado de menores tutelados, limitándose a obedecer órdenes incondicionalmente. Sólo funciones secundarias quedaban reservadas a los hombres de empresa, es decir, a los antiguos empresarios. Todo lo que podían hacer era llevar a cabo las decisiones de los departamentos del gobierno, dentro de un pequeño campo de acción perfectamente delimitado.[5]

Lo que tenemos que comprender es que los precios máximos que sólo afectan a unos pocos bienes no obtienen los fines deseados. Por el contrario, producen efectos que desde el punto de vista del gobierno son peores que el estado de cosas previo que el gobierno quería modificar. Si para eliminar estas inevitables pero indeseables consecuencias, el gobierno insiste en ir cada vez más lejos, termina por transformar el sistema capitalista y de libre empresa en socialismo de la clase Hindenburg.

7. Crisis y desarrollo

Lo mismo sucede con todos los otros tipos de interferencias en los fenómenos de mercado. Los salarios mínimos, ya sean decretados por el gobierno o por la presión y violencia de los sindicatos, traen como resultado el desempleo, que se prolonga año tras año tan pronto como se desea elevarlos por encima del nivel del mercado libre. Los intentos por bajar las tasas de interés mediante una expansión del crédito generan, a decir verdad, un período de auge en los negocios. Pero la prosperidad así creada es sólo artificial y conduce inexorablemente al fracaso y a la depresión. La gente debe pagar duramente por la orgía de dinero fácil de unos pocos años de expansión artificial del crédito.

La repetición de períodos de depresión y desempleo ha desacreditado al capitalismo en la opinión de la gente desinformada. Sin embargo, estos males no son resultado del funcionamiento del mercado libre. Por el contrario, son causados por interferencias gubernamentales en el mercado; interferencias bien intencionadas pero contraproducentes. No existe ningún medio para elevar los salarios y el nivel general de vida, como no sea el de incrementar rápidamente la acumulación de capital comparada con el aumento de la población. El único medio para elevar los salarios en forma permanente para todos aquellos que desean trabajar y ganar salarios, es aumentar la productividad a través de un incremento en la cuota de capital invertido per cápita. Lo que hace que los salarios en los EE.UU. superen ampliamente a los de los países europeos y asiáticos es precisamente el hecho de que el trabajador norteamericano se ve ayudado por más y mejores herramientas y maquinarias. Todo lo que un buen gobierno puede hacer para mejorar el bienestar material de la gente es establecer y preservar un orden institucional en el cual no haya obstáculos para la acumulación progresiva de nuevos capitales y para el mejoramiento de las técnicas de producción. Esto es lo que el capitalismo logró en el pasado y logrará en el futuro, si no es saboteado por una política errónea.

8. Dos caminos hacia el socialismo

El intervencionismo no puede ser considerado como un sistema económico destinado a perdurar. Es un método para transformar el capitalismo en socialismo, a través de una serie de pasos sucesivos. Es, como tal, diferente de los intentos de los comunistas para lograr el advenimiento del socialismo de un solo golpe. La diferencia no radica en el fin último del Movimiento político; se asienta principalmente en las tácticas a las que se recurre para la obtención del fin que ambos grupos pretenden alcanzar.

Karl Marx y Frederick Engels recomendaron respectivamente cada uno de estos dos caminos para la instauración del socialismo. En 1848, en el Manifiesto comunista, trazaron un plan para la transformación en etapas del capitalismo en socialismo. El proletariado debería ser elevado a la posición de clase gobernante y usar su supremacía política "para arrebatar gradualmente todo el capital a la burguesía". Esto, afirman, "no puede ser llevado a cabo sino a través de incursiones despóticas sobre los derechos de propiedad y sobre las condiciones de producción burguesas; es decir, por medio de medidas que parecen económicamente insuficientes e insostenibles, pero que en el curso de la evolución se dejan atrás a sí mismas y necesitan de incursiones adicionales sobre el viejo orden social, siendo inevitables como medio para revolucionar completamente el modo de producción". En esta obra enumeran diez medidas a modo de ejemplo.

Años más tarde, Marx y Engels cambiaron de opinión. En su tratado principal Das Kapital, publicado por primera vez en 1867, Marx vio las cosas de un modo diferente. El socialismo está destinado a imponerse "con la inexorabilidad de una ley natural". Pero no puede aparecer antes de que el capitalismo haya madurado plenamente. No existe más que un camino hacia el colapso del capitalismo, a saber, la evolución paulatina del mismo capitalismo. Sólo entonces, la gran sublevación final de la clase trabajadora dará el golpe final e inaugurará la época de abundancia eterna.

Desde el punto de vista de la doctrina posterior, Marx y la escuela del marxismo ortodoxo rechazan toda política que pretenda restringir, regular y mejorar el capitalismo. Afirman que tales políticas no sólo son inútiles, sino también absolutamente nocivas, ya que más bien retardan la llegada de la era del capitalismo, su maduración y, por lo tanto, también su caída. No son entonces progresistas, sino reaccionarias. Fue esta idea la que condujo al partido socialdemócrata alemán a votar contra la legislación de seguridad social de Bismarck y a frustrar el plan de éste para nacionalizar la industria tabacalera alemana. Desde el punto de vista de esta doctrina posterior, los comunistas difamaron al New Deal norteamericano, tildándolo de trama reaccionaria extremadamente perjudicial para los intereses de los trabajadores.

Lo que debemos comprender es que el antagonismo entre los intervencionistas y los comunistas es una manifestación del conflicto entre la temprana doctrina marxista y la del marxismo más reciente. Es el conflicto entre el Marx de 1848, autor del Manifiesto comunista, y el Marx de 1867, autor de Das Kapital. Y es verdaderamente paradójico que el documento en el cual Marx avaló las políticas de los autoproclamados anticomunistas del presente se llame Manifiesto comunista.

Existen dos métodos disponibles para transformar el capitalismo en socialismo. Uno es expropiar todos los establecimientos agropecuarios e industriales y manejarlos como departamentos del gobierno a través de un aparato burocrático. La sociedad entera, dice Lenin, se convierte en "una oficina y una fábrica, con igual trabajo pagado con igual remuneración".[6 ] Toda la economía será organizada "como el sistema postal".[7] El segundo método es el método del Plan Hindenburg, el original modelo alemán del Estado benefactor y de la planificación. Obliga a cada compañía y a cada individuo a obedecer estrictamente las órdenes dictadas por el órgano central de gobierno encargado de la dirección de la producción. Tal fue la intención de la National Industrial Recovery Act (Ley de Recuperación de la Industria Nacional) de 1933 en los EE.UU. que fue frustrada por la oposición de los hombres de empresa y declarada inconstitucional por la Corte Suprema. Tal es la idea implícita en los intentos de sustituir la empresa libre por la planificación.

9. El control del comercio exterior

El primer medio para la instauración de este segundo tipo de socialismo es, en países industriales como Alemania y Gran Bretaña, el control del comercio exterior. Estos países no pueden alimentar y vestir a sus pueblos con sus propios recursos. Deben importar grandes cantidades de alimentos y materias primas. Para pagar estas importaciones tan necesarias deben exportar productos manufacturados, producidos en su mayoría con las materias primas importadas. En tales países, casi toda transacción comercial está condicionada directa o indirectamente por importaciones o exportaciones, o por ambas a la vez. De aquí surge que el monopolio gubernamental sobre las importaciones y exportaciones provoca que toda actividad comercial esté supeditada a la discreción del órgano encargado del control del comercio exterior. En este país (EE.UU.) las cosas son diferentes. El volumen del comercio exterior es más bien pequeño cuando se lo compara con el volumen total del comercio de la nación. El control del comercio exterior sólo afectaría ligeramente a la mayor parte del comercio interno norteamericano. Ésta es la razón por la cual en los esquemas de nuestros planificadores casi no se plantean cuestiones sobre el control del comercio exterior. Sus esfuerzos están dirigidos al control de precios, salarios y tasas de interés, al control de la inversión y a la limitación de beneficios y ganancias.

10. Los impuestos progresivos

Haciendo una revisión retrospectiva de la evolución de las tasas de impuesto a las ganancias desde 1913 hasta el presente, deben tenerse pocas esperanzas de que la tasa no absorba en algún momento el 100 % de toda suma que exceda la ganancia del contribuyente promedio. Es esto lo que Marx y Engels tenían en mente cuando en el Manifiesto comunista recomendaron "un impuesto a las ganancias fuertemente progresivo y gradual".

Otra de las sugerencias del Manifiesto comunista fue la "abolición de todo derecho hereditario". Por ahora, ni en Gran Bretaña ni en este país (los EE.UU.) las leyes han llegado a este punto. Pero insisto, retrotrayéndonos al pasado en la historia de los impuestos sobre el patrimonio, en que debemos darnos cuenta de que éstos se han ido aproximando cada vez más a la meta fijada por Marx. Impuestos al patrimonio de tal magnitud como la ya alcanzada por los que gravan los niveles superiores no pueden seguir siendo calificados como impuestos. Son medidas de expropiación.

La filosofía que subyace en el sistema de impuestos progresivos es la de que las ganancias y la riqueza de las clases supuestamente privilegiadas pueden imponerse sin peligro alguno. Lo que los defensores de estos impuestos no ven es que la mayor parte de las ganancias confiscadas no habrían sido consumidas, sino ahorradas e invertidas En efecto, la funesta política fiscal no sólo coarta o impide la acumulación de nuevo capital. Trae aparejado el consumo de capital. Éste es, ciertamente, el estado de cosas que hoy reina en Gran Bretaña.[8]

11. La tendencia hacia el socialismo

El curso de los hechos en los últimos treinta años en los EE.UU. muestra un progreso continuo, aunque algunas veces interrumpido, hacia la instauración del socialismo de tipo alemán y británico. Los EE.UU. se embarcaron más tardíamente que los otros dos países en las políticas promotoras de la decadencia y se encuentran hoy en día más lejos del colapso. Pero si la tendencia de esta política no cambiara, el resultado final sólo sería diferente de lo que pasó en la Inglaterra de Attlee y en la Alemania de Hitler, en aspectos accidentales y despreciables. La política de la tercera posición no es un sistema económico que pueda perdurar. Es un método para instaurar el socialismo en pasos sucesivos.

12. Resquicios del capitalismo

Mucha gente no está de acuerdo. Aseveran que la mayoría de las leyes que apuntan a la planificación o a la expropiación por medio de impuestos progresivos, han dejado algunos resquicios que ofrecen a la empresa privada un margen suficiente para continuar. Que tales resquicios aún existen y que gracias a ellos este país es todavía un país libre, es realmente cierto. Pero este capitalismo así concebido no es un sistema perdurable. Es algo transitorio. Día tras día el campo en el cual la empresa privada puede operar libremente se ve reducido.[9]

13. El advenimiento del socialismo no es inevitable

Obviamente, este resultado no es inevitable. La tendencia, puede ser revertida tal como ocurrió con muchas otras tendencias en la historia. El dogma marxista según el cual el socialismo está destinado a imponerse "con la inexorabilidad de una ley natural" es sólo una conjetura carente de toda prueba. Pero el prestigio de que goza este pronóstico, no sólo entre los marxistas, sino también entre muchos autoproclamados antimarxistas, es el instrumento principal mediante el cual el socialismo avanza. Difunde el derrotismo entre aquellos que de otra manera lucharían valerosamente contra la amenaza socialista.

El aliado más poderoso de la Rusia Soviética es la doctrina según la cual "la ola del futuro" nos conduce al socialismo, y por lo tanto es "progresista" el simpatizar con todas las medidas que restrinjan cada vez más el funcionamiento libre de la economía de mercado.

Aun en este país, que le debe a un siglo de vigoroso individualismo el nivel de vida más alto jamás alcanzado por ninguna nación, gran parte de la opinión pública condena el laissez faire. En los últimos cincuenta años, miles de libros han sido publicados para atacar el capitalismo y para defender el intervencionismo radical, el Estado benefactor y el socialismo. Los pocos libros que trataron de explicar adecuadamente el funcionamiento de la economía de mercado libre fueron apenas considerados por el público. Sus autores permanecen ocultos mientras que autores como Veblen, Commons, John Dewey y Laski fueron elogiados. Es un hecho conocido que tanto los escenarios como la industria de Hollywood son críticos, no menos radicales que muchas novelas, de la empresa libre. Existen en los EE.UU. muchos periódicos que en cada número atacan furiosamente la libertad económica. Hay pocas revistas de opinión que defiendan el sistema que brindó a la inmensa mayoría del pueblo buena comida y abrigo, automóviles, heladeras, aparatos de radio y otras cosas que en otros países se consideran lujos.

La consecuencia de este estado de cosas es que en la práctica muy poco se hace para preservar el sistema de empresa privada. Sólo existen partidarios del método intermedio que creen haber tenido éxito cuando han retardado por algún tiempo una medida especialmente ruinosa. Están siempre un paso atrás. Hoy toleran medidas que apenas diez o veinte años atrás habrían juzgado intolerables. En unos pocos años consentirán otras medidas que hoy consideran simplemente fuera de cuestión.

Lo único que puede evitar el advenimiento del socialismo totalitario es un cambio completo de ideología. Lo que necesitamos no es antisocialismo ni anticomunismo, sino un voto de confianza a aquel sistema al que debemos toda la riqueza que distingue nuestra época de épocas pasadas más pobres.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[4]

Conferencia pronunciada en el University Club de New York el 18 de abril de 1950. Fue publicada por primera vez por el Commercial and Financial Chronicle el 4 de mayo de 1950. Hay una traducción al francés editada por Editions SEDIF, París. En enero de 1951 apareció en inglés en forma de opúsculo.


[5]

N. de la R.Con el advenimiento del conservadurismo actual en Gran Bretaña, esta situación se ha revertido. Aunque no se ha llegado aún a una completa libertad en la economía, se ha avanzado bastante por el buen camino y se han privatizado muchas empresas estatales.


[6]

Cf. Lenin, State and Revolution. Little Lenin Library N°14, New York, 1932, p. 84.


[7]

Ibidem, p. 44.


[8]

N. de le R.: El autor se refiere a la época en que analizó el tema.


[9]

N. de la R.: Después de la muerte del autor, afortunadamente se ha producido una saludable reacción en los EE.UU., especialmente con la política de Reagan.