Uruguay, Chile y Argentina: la falsa historia marxista
Hana Fischer dice que el Instituto Nacional de Derechos Humanos y la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente de la Presidencia de la República son organismos cuyos cuantiosos presupuestos han servido para manipular la historia para imponer una ideología.
Por Hana Fischer
Marco Tulio Cicerón fue gran defensor de la república. Debido a su profundo conocimiento de la historia romana, comprendió que ese sistema de gobierno impide la concentración del poder, fuente de tantos abusos e injusticias. Gran orador y excelso escritor, puso sus talentos al servicio de esa causa, convirtiéndose en símbolo de la lucha por la libertad. Cicerón advirtió que “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”.
El problema surge cuando existe una estrecha conexión entre los gobernantes y los historiadores. Las autoridades manejan los dineros públicos y muchas veces lo utilizan para “lavar” su pasado y perpetuarse en el poder, porque como señala George Orwell, “quien controla el presente controla el pasado. Y quien controla el pasado controlará el futuro”.
La manipulación de la historia es una herramienta muy eficaz para lograr ese objetivo. Es una de las mayores amenazas para la república porque si la “historia” está distorsionada, se aprenderán las “lecciones” equivocadas.
Según la Real Academia Española, “manipular” significa “intervenir con medios hábiles y, a veces arteros en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares”.
Una actitud que predomina en el Cono Sur (Chile, Argentina y Uruguay), con respecto a la “historia” del pasado reciente (décadas 1960- 1970) que “cuenta” la izquierda. Esos “intereses particulares” son de dos tipos interconectados: Obtener y retener el poder para lucrar mediante los cuantiosos recursos que maneja el Estado (altos sueldos, innumerables privilegios y prebendas, favorecer arbitrariamente a los correligionarios); e imponer su ideología liberticida mediante mecanismos democráticos.
Para conocer “la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad” sobre aquellos terribles años, nada mejor que escuchar voces independientes del relato “oficial”.
Por ejemplo, a los chilenos Roberto Ampuero y Mauricio Rojas en Diálogo de conversos. Ambos eran marxistas en las décadas 1960-1970. Ampuero militó en las Juventudes Comunistas de Chile y Rojas fue miembro activo del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Ellos lamentan que los adultos hayan olvidado y que los jóvenes “nunca hayan recibido una información verídica de lo que fue ese Chile camino al precipicio”.
Rememorando esos violentos años previos a la dictadura, Ampuero narra el uso que la Unidad Popular —que llevó a Salvador Allende a la presidencia— le daba a las universidades públicas. Los dirigentes reunían a los estudiantes adherentes en un centro del Pedagógico:
“Los instructores se subían al escenario vestidos de negro y bandana, y lanzaban arengas revolucionarias para motivarnos a liquidar al ‘enemigo fascista’. Y hacíamos los ejercicios (mezcla de karate y uso de linchacos) gritando al unísono consignas llenas de odio […] Pensar que pude haber matado a otro compatriota, o pude haber sido asesinado por otro chileno… En eso terminó la vía chilena al socialismo”.
Por su parte Rojas describe las marchas por las calles de Santiago, al grito de: “¡Pueblo, conciencia, fusil, MIR, MIR!”
“En ese momento miré hacia un segundo piso y vi que una cortina se movía. Imaginé entonces que alguien nos escudriñaba y pensé en el terror que a esa persona debía darle esta visión de quienes sin lugar a dudas, querían destruir todo su mundo, y sentí un terrible placer morboso en ese miedo que inspirábamos a los opresores del pueblo”.
En un momento dado, Rojas se preguntó qué pasaría si el otro bando ganaba la partida. Reconoce que nadie era inocente en aquella época porque se había impuesto una visión autoritaria, militarista, “cabeza de pistola”:
“Nosotros terminamos creando el monstruo que luego nos devoraría y esa es la gran responsabilidad que la izquierda chilena, con pocas excepciones, nunca ha tenido el coraje de asumir plenamente. Sí, nosotros estuvimos en primera línea en la obra de destrucción de la democracia chilena y luego vinieron los tanques y los generales para concluir, de manera bárbara, lo que nosotros había iniciado.”
Ampuero recalca que se han propagado mentiras y mitos sobre lo que realmente pasó, incluso, desde instituciones que son financiadas con fondos públicos. Por ejemplo, el Museo de la Memoria. Hay “muchos interesados en presentar la historia reciente en blanco y negro, algo que irrita, avergüenza y que es tremendamente dañino para Chile”.
Lo que más le indigna a Ampuero, es que se adultere el hecho de que “toda esa locura violentista se haya desencadenado en plena democracia. Esto es clave recordarlo, porque hoy se mistifica a estos supuestos ‘luchadores por la democracia’ y hasta se los pinta como inocentes palomas”.
Las denuncias de Ampuero y Rojas se ajustan perfectamente al Uruguay. También aquí se pretende imponer un “relato” parecido. Tergiversando fechas históricas se quiere hacer creer que los tupamaros (MLN) lucharon contra la dictadura.
Pero lo cierto es que sus acciones comenzaron en 1963, cuando los uruguayos gozaban de la más plena democracia y para 1973, momento del golpe militar, estaban vencidos. Además, cuando la dictadura recién comenzaba, algunos de sus comunicados hicieron pensar que sería de corte “peruanista”, recibiendo el entusiasta apoyo de la izquierda.
Por otra parte, “la tregua” de 1972 ha sido uno de los secretos mejor guardados. Lo ocurrido es relatado por Leonardo Haberkon en su libro Milicos y tupas. En base a los testimonios de un militar de la época y dos tupamaros apresados, confirmados por otros testigos claves, cuenta lo siguiente:
En la década de 1970, “miembros del MLN actuaron en allanamientos y operaciones conjuntamente con fuerzas militares, y luego, en los cuarteles, participaron en actos de tortura junto a los oficiales en perjuicio de empresarios a los que acusaban de haber incurrido en ilícitos económicos. En algunas ocasiones, los tupamaros torturaban directamente, haciéndoles el submarino a otros detenidos, y otras veces colaboraban con la tortura psicológica, fingiendo gritos en los calabozos cercanos para que estos empresarios declararan ante los militares que los interrogaba”.
Por tanto, ni los tupamaros ni la izquierda eran “inocentes” palomitas, ni estaban en contra de la dictadura si era compañera ideológica.
Con respecto a ese tema, Tabaré Vázquez y José Mujica crearon dos organismos: el Instituto Nacional de Derechos Humanos y la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente de la Presidencia de la República. Las remuneraciones de sus directivos son muy elevadas.
En su balance de 2016, expresa que han realizado “actividades de promoción y educación para la memoria” y un anteproyecto de ley que “promueva una institucionalidad para desarrollar políticas públicas sobre verdad, memoria y justicia” y para “aportar en el desarrollo de una democracia fuerte”.
Pero esa “memoria” y “verdad”, omite señalar las violaciones de los derechos humanos por parte de los tupamaros: sus secuestros y que asesinaron a 66 personas. Además, han resarcido económicamente y de mil formas a las víctimas o familiares de la dictadura; pero no a las de los tupamaros. O sea, una “justicia” tuerta.
Dichos organismos “devoran” unos $ 2,5 millones de dólares anuales. Un editorial de El País expone que, “cuando se ventilan las verdaderas tareas sobre DDHH de tantos funcionarios públicos acomodados con excelentes salarios, cualquiera se da cuenta de que ellas son simplemente discretos curros que benefician a amigos del gobierno”.
En conclusión, vemos que esta manipulación de la historia tiene objetivos bien concretos: lucrar con el tema e imponer “democráticamente” una ideología, que ha demostrado ser nefasta dondequiera que fue impuesta.
Este artículo fue publicado originalmente en Panam Post (EE.UU.) el 24 de enero de 2018.