Para entender a Podemos
Mauricio Rojas explora las raíces intelectuales de Podemos y su estrategia política para ir acarreando un mayor éxito electoral.
Por Mauricio Rojas
Mis amigos latinoamericanos me preguntan a menudo sobre Podemos, desconcertados ante un contagio populista que hoy no parece conocer límites. Estas líneas tal vez ayuden a entender el surgimiento y desarrollo del fenómeno Podemos, no menos en relación a los recientes debates públicos entre sus principales líderes en vistas al segundo congreso de la formación (conocido como Vistalegre II) a celebrarse del 10 al 12 de febrero.
Desarrollo e ideas fundacionales
Podemos es la más reciente estrella del firmamento populista europeo y sus éxitos han sido notables en los tres años transcurridos desde el lanzamiento de su manifiesto fundacional Mover ficha: convertir la indignación en cambio político. Ya en mayo de 2014 la formación morada, como se la denomina por su color distintivo, rozó el 8% del voto en la elección para el parlamento europeo. En diciembre de 2015 su caudal electoral subió al 20,7% y en las elecciones de junio de 2016 quedó en el 21,1 por ciento, lo que representó un retroceso por haber hecho causa común con Izquierda Unida bajo el lema Unidos Podemos. Además, junto a diversas fuerzas afines ha conquistado el poder en los ayuntamientos de ciudades tan importantes como Madrid, Barcelona, Valencia, La Coruña, Zaragoza y Cádiz.
En su manifiesto inaugural de enero de 2014 se diseña, con claridad, el escenario populista en el que Podemos se moverá a continuación. Su punto de partida es una contraposición maniquea entre buenos y malos o ciudadanos y casta, como Podemos rebautizará la pareja eterna (pueblo-élite) del imaginario populista: “La casta nos conduce al abismo por su propio beneficio egoísta. Sólo de la ciudadanía puede venir la solución”. El enemigo son “unas poderosas minorías, sin otro criterio que su propia supervivencia”, para las que “el enriquecimiento es su bandera y la impunidad su horizonte”. El escenario es apocalíptico: el abismo espera y “estamos ante un golpe de Estado financiero contra los pueblos del sur de la Eurozona. Los que mandan están vendiendo el país y nuestro futuro a trozos". Los ciudadanos, por su parte, están desconcertados y abatidos, “sin embargo, les bastará una chispa de ilusión para salir de esa trampa de la desesperanza”. Es el toque mesiánico, la salvación que surge justo en el momento en que todo parecía perdido. Para ello se requiere “la movilización popular, la desobediencia civil y la confianza en nuestras propias fuerzas” para “hacer llegar a las instituciones la voz y las demandas de esa mayoría social que ya no se reconoce en esta Unión Europea (UE) ni en un régimen corrupto sin regeneración posible”. En fin, “no es tiempo de renuncias sino de mover ficha y sumar, ofreciendo herramientas a la indignación y el deseo de cambio. En las calles se repite insistentemente ‘Sí se puede’. Nosotras y nosotros decimos: ‘Podemos’".
Como se ve, todo lo esencial del discurso populista está allí. Se recogía de esa manera la herencia de los indignados del 15M y se buscaba darle una canalización al descontento provocado por la crisis económica de 2008 y las medidas de austeridad que le siguieron. Quienes asumieron el liderato de Podemos provenían de la izquierda radical y se inspiraban en el chavismo venezolano, con el cual algunos de ellos, como Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, habían colaborado directamente. Un elemento clave de su éxito fue el uso intensivo de la televisión, donde su líder, Pablo Iglesias, tuvo una singular relevancia.
Estructura orgánica, electorado y programa
Contradiciendo su retórica “abajista” (la política se hace “desde abajo”) y pro democracia directa su desarrollo se ha caracterizado por una extrema concentración del poder en el vértice y, en especial, en la figura del Secretario General, es decir, Pablo Iglesias. Esta verticalidad ha sido combinada, de manera típicamente populista, con momentos plebiscitarios para zanjar las disputas cupulares. Este centralismo personalista, tan contradictorio con la retórica del partido, ha sido justificado por la necesidad de enfrentar un calendario electoral extenuante y, para ello, transformar a Podemos en una “máquina de guerra electoral”. Así lo describe el número dos del partido, Íñigo Errejón, en su documento ante el congreso Vistalegre II: “una situación excepcional requería instrumentos, poderes y orientaciones excepcionales. Por ello, construimos una organización fuertemente centralizada y con una enorme concentración en la figura del Secretario General y, de forma derivada, en su gabinete".
En cuanto al electorado de Podemos tenemos una buena aproximación en los resultados del Barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) de abril de 2016, basados en el recuerdo de voto de las elecciones de diciembre de 2015. Según esta fuente, Podemos aparece considerablemente sobrerrepresentado entre los hombres y las personas de 18 a 34 años, así como entre aquellas con niveles medios de estudios, las que se autodefinen como de “clase alta o media alta” y los no creyentes y ateos. Sus puntos débiles más notorios son los pensionados y los mayores de 65 años, las mujeres, las personas con menor nivel educativo y quienes se definen como católicos.
Lo que vemos reflejado en estas cifras es un movimiento cuya realidad sociológica se aleja bastante de su retórica abajista y feminista, así como de su aspiración de representar a los más desfavorecidos y vulnerables de la sociedad. La dicotomía pueblo-élite del imaginario de populista poco tiene que ver con los votantes reales de Podemos, ni tampoco con sus capas dirigentes cuyo sesgo “elitista” es evidente. En cuanto a la composición social, su votante prototípico se encuentra ya sea en las antípodas de aquel del Partido Socialista (votación femenina, extracción social, nivel educativo) o del elector del Partido Popular (edad, religiosidad y también nivel educativo).
Por su parte, el desarrollo programático ha sido altamente inestable, yendo desde un discurso maximalista de clara inspiración chavista-marxista a intentos de imponer cierta sobriedad a sus propuestas y acercarse a la socialdemocracia nórdica. En todo caso, sus ejes constantes han sido la anti austeridad despreocupada por la estabilidad macroeconómica, un Estado ampliamente interventor y garantista (donde “cada carencia se convierta en un derecho”, como dice Iglesias), “el control democrático y la protección de nuestros sectores económicos estratégicos”, el feminismo y las propuestas valóricas de corte modernista, una afirmación del “derecho a decidir” (es decir, a separarse de España) y la transformación de España en un “Estado plurinacional”, y una actitud pro inmigración, incluyendo la irregular. En suma, populismo de izquierdas puro y duro.
La polémica Iglesias-Errejón
Los últimos tiempos han estado marcados por la polémica entre los dos dirigentes máximos de Podemos, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, sobre la orientación que Vistalegre II debe darle al partido. Más allá de los temas de estrategia política, estructuras internas y configuración de la dirección nacional se trata de una aproximación distinta al proyecto político de Podemos como tal.
Errejón, que tal vez sea el intelectual más sofisticado de la formación morada, propone sin ambages asumir “un populismo abierto y democrático”, que contrapone a lo que llama “un populismo reaccionario”. A su juicio, entre ambos existe una gran cercanía, tanto respecto del espacio político que transitan como de su público, pero también fines antagónicos: “son discursos que transitan lugares parecidos para llegar al lugar contrario”, nos dice en una extensa entrevista publicada el 23 de diciembre de 2016 en lamarea.com (de donde provienen las citas de este párrafo). Lo que para él está en juego es nada menos que el sentido de la patria y el pueblo. El que se apropie de esos conceptos vitales y les dé un cierto contenido ganará la partida por el futuro de Europa: “la batalla política fundamental en Europa va a ser quién construye el pueblo (…) Lo podemos construir nosotros, los sectores transformadores, o los reaccionarios, pero creo que esa será la batalla fundamental". Lo mismo respecto de la patria, concepto clave que engloba el elemento de comunidad nacional, que es el punto ciego y el talón de Aquiles de la visión tradicional de la izquierda: “de la pertenencia nacional nosotros nos hemos apartado porque nos parecía un arcaicismo o porque nos parecía esencialmente reaccionaria. Claro, eso le ha dejado todo el campo libre a fuerzas reaccionarias". Por ello hay que reivindicar la patria y ganarla para un proyecto popular de izquierda: “Hay quienes reivindicamos la patria para reivindicarla contra los banqueros y no contra los negros”, dice Errejón “muy a lo bruto”, como él mismo reconoce.
Esta visión ha quedado plasmada en el documento de Errejón ante Vistalegre II (Desplegar la velas), especialmente en dos puntos clave de su estrategia para hacer de Podemos un partido capaz de “hacer patria” con voluntad mayoritaria y de gobierno. Para ello se debe:
“recuperar un discurso transversal que deje atrás las etiquetas izquierda/ derecha no por renuncia alguna, sino porque asume que la unidad del pueblo es más ambiciosa, radical y transformadora que la unidad de las izquierdas: por supuesto cabe la izquierda tradicional, pero va más allá;” y
“recuperar la capacidad de interpelar y seducir a los sectores más diversos: no podemos ser de facto una fuerza política que atraviesa pertenencias sociales, geográficas y de edad, que voluntariamente se encierre sólo en hablarle a los sectores más golpeados sino que necesitamos recuperar la línea propia de una fuerza patriótica popular, que le hable a la gente sin preguntarle de dónde viene".
Es decir, como él mismo especifica, “a la fuerza de los de arriba no se le puede oponer la izquierda, sino la mayoría heterogénea y mestiza de los de abajo” y para ello los sectores medios son decisivos ya que su “incorporación al campo del cambio político es condición sine qua non para su triunfo”.
Esta visión, altamente heterodoxa dentro del pensamiento de la izquierdista radical, es la que sustenta las propuestas “errejonistas” de construir un Podemos más amplio y más suave por así decirlo, que abandone “la lógica del ‘golpe de efecto’” y deje de jugar a ser “los enfants terribles de la política española” para abocarse a proponer las seguridades y certidumbres de un nuevo orden posible.
Frente a esta visión, está la de Iglesias y los Anticapitalistas (liderados por el eurodiputado Miguel Urbán), de corte más tradicional, de izquierda dura, que sigue la estrategia del outsider confrontacional. Tal como dijo el mismo Iglesias al cerrar la Universidad de Podemos celebrada en septiembre de 2016: “Lo que funciona en Europa son los discursos beligerantes y destituyentes. Los que suenan hard, duros".
Esta perspectiva se plasma en el documento de Iglesias ante Vistalegre II (Plan 2020) que no es más que una suma, sin originalidad alguna, de los lugares comunes de la retórica populista-podemista. Su ánimo es no moverse de la zona de confort, consolidando posiciones a la espera de tiempos mejores frente a un gobierno fuerte y a un reflujo de las movilizaciones que alentaron el nacimiento y la expansión de Podemos. La suya es una estrategia que recuerda la de Mao en China: consolidar las zonas liberadas (“los ayuntamientos del cambio”, donde gobierna Podemos o sus afines) e ir creando, a partir de ellas, un institucionalidad paralela mediante “una red de contrapoderes”, basada en la cual poder resistir el embate restaurador hasta que pase el invierno de la reacción. Esta sería la forma de mantener con vida el “impulso constituyente”, es decir, refundacional, que viene del 15M. Podemos aspiraría, en esta perspectiva defensiva, a ser una especie de fantasma que invita a no resignarse ante el “cementerio social” que impondría “el bloque de la restauración”. Este sería, en el lenguaje de serie televisiva de Iglesias, “el efecto poltergeist”, la resistencia fantasmal que no dejaría en paz al “bloque del miedo” hasta que, es de imaginar, los muertos se levanten de sus tumban y exclamen “¡Podemos!”.
Palabras finales
Este es el estado actual de la saga de Podemos. Hay que reconocerle el gran mérito de un debate público de principios que brilla por su ausencia en el resto de los partidos españoles. Probablemente, en Vistalegre II se impondrán las tesis pablistas-anticapitalistas. Errejón tendrá en su contra la propia novedad y heterodoxia de unos planteamientos demasiado blasfemos para ser asumidos por la mayoría de los cuadros y la feligresía de Podemos. El infantilismo guerrero de Iglesias les removerá con fuerza sus instintos “beligerantes y destituyentes”, que son el componente esencial del ADN de Podemos y su espíritu contestatario, que vive más de ser anti algo que pro algo.
Además, el proyecto de Errejón no por ser innovador y audaz deja de ser absolutamente incoherente. Sus propuestas concretas, en especial aquellas de carácter económico y social, son las de siempre, es decir, las propias de aquel imaginario populista que nada entiende del cómo se genera la riqueza y que parece asumir la existencia de un cuerno de la abundancia del cual sacarán, como magos de su chistera, los recursos prácticamente infinitos que su demagogia presupone.
En este sentido, Íñigo Errejón no ha sacado la conclusión más elemental de su propuesta: que sin un cambio profundo de su programa, que lo acerque a un mundo donde todavía la gran mayoría de la gente vive con los pies sobre la tierra, jamás podrá conquistar esa mayoría nacional con la que sueña. Por su parte, Pablo Iglesias es mucho menos visionario pero mucho más coherente con lo que Podemos es y, con toda seguridad, seguirá siendo: el partido de la protesta y de los sueños que cree, parafraseando a Calderón, que la vida es un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción y no entiende que los sueños, sueños son.