No culpen al patrón oro por la Gran Depresión
George A. Selgin afirma que: "El patrón oro que fracasó tan catastróficamente en los treinta no fue el patrón oro que algunos republicanos admiran: Fue el patrón oro disminuido que Gran Bretaña logró improvisar en los veinte".
Por George A. Selgin
Dos de los candidatos republicanos —Newt Gingrich y Ron Paul— se han atrevido a plantear la idea de reinstaurar el patrón oro. Sus declaraciones han desatado una avalancha de críticas cuyo denominador común es que no hay forma de que una persona pueda ser apta para ser presidente de EE.UU. si tiene algo bueno que decir sobre el oro.
De todas las razones usualmente utilizadas para condenar el patrón oro, tal vez la más común es la afirmación de que fue el culpable de la Gran Depresión. ¿Qué político responsable, preguntan retóricamente los críticos del oro, quiere revivir la década de 1930?
Dichos ataques no tienen sentido. Los que apoyan el patrón oro no están más ansiosos de repetir la década de 1930 que sus críticos. Lo que sí añoran es, en cambio, la excepcional estabilidad monetaria internacional que prevaleció desde mediados de la década de 1870 hasta la Primera Guerra Mundial. Esa fue la era del patrón oro clásico —un estándar que era vigilado por los ciudadanos de los países participantes, quienes tenían la capacidad de convertir sus billetes de papel en oro.
Este patrón oro clásico no pudo haber desempeñado papel alguno en la Gran Depresión por el simple hecho de que desapareció durante la Primera Guerra Mundial, cuando la mayoría de los bancos centrales participantes suspendieron los pagos en oro. (EE.UU., que entró tarde a la guerra, estableció un embargo temporal en las exportaciones de oro). Luego de cortar sus anclas de oro, los bancos centrales de las naciones beligerantes comenzaron a inflar sus monedas, por lo que al final de la guerra las masas monetarias y los niveles de inflación aumentaron sustancialmente en toda la zona que utilizaba el patrón oro.
En la posguerra los sentimientos a favor de la restauración de los pagos en oro se esparcieron con fuerza. Los países en que aumentó la inflación se enfrentaron por lo tanto a una difícil elección. Para hacer que sus reservas de oro alcanzaran para dicho propósito, podían devaluar de forma permanente sus monedas en relación al oro y comenzar con un nuevo patrón oro sobre esa base, o podían intentar restaurar sus monedas al valor del oro previo a la guerra, a pesar de que para ello fuese necesaria una severa deflación. Francia y otros países decidieron devaluar. EE.UU. y Gran Bretaña eligieron el segundo camino.
La decisión tomada por Winston Churchill, el entonces ministro de Hacienda británico, de restablecer inmediatamente la libra a su valor preguerra, llevó a John Maynard Keynes a preguntarse: "¿Porqué hizo semejante tontería?" La respuesta tenía dos caras: En primer lugar, los asesores de Churchill consideraban que una libra revaluada sería la mejor oportunidad para que Londres recuperara su estatus como la capital financiera del mundo —que ya había sido perdido ante Nueva York.
En segundo lugar, Gran Bretaña tenía otras cartas que jugar, dirigidas a hacer que sus limitadas tenencias de oro tuvieran un poco más de valor. En primer lugar, sería convencer a otros países a formar parte de un patrón de intercambio de oro, mediante el cual, en lugar de oro, se usaran reivindicaciones contra el Banco de Inglaterra o la Reserva Federal en lugar en los acuerdos internacionales. También consistía en pedirle a la Reserva Federal que contribuyera a mejorar la balanza comercial de Gran Bretaña por medio de una política monetaria flexible.
El problema era que el tipo de cambio en el patrón de intercambio de oro era extremadamente frágil: Si alguno de los participantes mayoritarios se retiraba, la casa de naipes construida por los británicos se desplomaría, llevando a la ruina al sistema financiero.
Ante dicho escenario, el problema vino en ese momento, como ha sucedido varias veces desde entonces, desde Francia, que decidió en 1927 hacer efectiva su gran reserva de libras esterlinas. La Reserva Federal, en cambio, decidió que tomar las riendas de una bolsa de valores fuera de control era más importante que fortalecer la libra. Pronto los demás bancos centrales se unieron en lo que se convirtió en una cacería por oro, en la que Gran Bretaña era el principal perdedor. Por fin, en septiembre de 1931, la libra se devaluó. Pero para entonces ya era muy tarde: La Gran Depresión, con su propia dosis de fracaso y pánico, estaba en marcha.
De tal forma que el patrón oro que fracasó tan catastróficamente en los treinta no fue el patrón oro que algunos republicanos admiran: Fue el patrón oro disminuido que Gran Bretaña logró improvisar en los veinte — un patrón oro diseñado no para seguir las reglas del patrón clásico sino para permitirle a Gran Bretaña romper las reglas de antaño y salirse con la suya.
¿Quiere decir esto que los candidatos republicanos están en lo correcto al afirmar que la esperanza de EE.UU. reside en el regresar al patrón oro? Desafortunadamente no es así: El colapso del tipo de cambio del patrón oro minó permanentemente la confianza pública en las promesas monetarias de los gobiernos, y ante la ausencia de dicha confianza no hay margen para un patrón oro creíble que sea impulsado por el gobierno. A veces con los sistemas monetarios, como en la vida, no se puede echar para atrás.
Este artículo fue publicado originalmente en City A.M. (Londres) el 28 de febrero, 2012