La globalización del bienestar humano

Por Indur M. Goklany

La controversia sobre la globalización se ha centrado en si ésta exacerba la desigualdad del ingreso entre ricos y pobres, pero como bien señalan los que se oponen a la misma, el bienestar humano no es sinónimo de riqueza. Por lo tanto, el tema central no es si la disparidad del ingreso está aumentando, sino si la globalización incrementa el bienestar; y en caso de que las desigualdades en el bienestar se hayan expandido, debe determinarse si esto se debe a que los ricos han avanzado a costa de los pobres.

Tomemos en consideración las tendencias en la expectativa de vida, quizá el indicador individual más importante en cuanto al bienestar humano. Antes de la Revolución Industrial, la expectativa de vida al nacer era de alrededor de 30 años. Sin embargo, debido a que fueron los países desarrollados los primeros en descubrir, desarrollar y adaptar las tecnologías sanitarias y médicas modernas, se abrieron brechas grandes en la expectativa de vida entre ricos y pobres en la mitad del siglo XX. Pero estas diferencias se han encogido desde entonces gracias a la difusión de dichas tecnologías a través del comercio y a la transferencia de ideas, bienes y servicios del acaudalado al pobre. Entre 1960 y 1990, la diferencia entre los países miembros de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico con altos ingresos (Alto-OCDE) y los países con ingresos medios disminuyó de 24.5 a 8.1 años, mientras que la diferencia entre los Alto-OCDE y la África sub-Sahariana declinó de 29.4 a 26.4 años.

El mismo patrón de conducta puede ser visto en las tendencias relacionadas con otros indicadores de bienestar humano tomados entre 1960 hasta finales de los noventa en áreas como el combate a la hambruna, la mortalidad infantil y el trabajo infantil. En cada una de éstas, los indicadores mejoraron conforme aumentaba la riqueza y pasaba el tiempo, dándose el mayor incremento en los países con ingresos medios, mientras que el África sub-Sahariana experimentó avances menores.

Sin embargo, de 1990 a 1999 la brecha en la expectativa de vida se ensanchó. La diferencia entre los Alto-OCDE y los países de ingresos medios se incrementó ligeramente de 8.1 a 8.6 años. Esto se debe principalmente a que la expectativa de vida en los países de Europa del Este y de la antigua Unión Soviética disminuyó al igual que sus economías. Entre tanto, la brecha entre los Alto-OCDE y la África sub-Sahariana aumentó de 26.4 a 31.2 años, sobre todo debido a las pestes del SIDA, malaria y tuberculosis, agravadas por las crisis económicas producto de las guerras civiles y los conflictos fronterizos.

Dichos ensanchamientos en la brecha de la expectativa de vida ocurrieron debido a que, cuando los países pobres se ven enfrentados a una nueva enfermedad (Por ejemplo, el SIDA) o al resurgimiento de viejas epidemias (Por ejemplo, la malaria y tuberculosis), éstos carecen de los recursos humanos y económicos para desarrollar tratamientos efectivos, o para importar y adaptar curas ya inventadas y perfeccionadas en los países ricos.

Veamos el caso del SIDA. Inicialmente su contagio implicaba una sentencia de muerte, tanto en los países desarrollados como subdesarrollados. No obstante los primeros, en particular los Estados Unidos, al poseer los recursos económicos y humanos necesarios, lanzaron un ataque masivo contra la enfermedad. A raíz de esto, entre 1995 y 1999, las muertes por SIDA en los Estados Unidos disminuyeron dos tercios a pesar de que los casos aumentaron la mitad. Y el SIDA, quien fuera la octava principal causa de muerte, desapareció de lista de las primeras quince.

Aunque la tecnología existe y se encuentra en teoría disponible a escala mundial, mejoras similares no han ocurrido en el África sub-Sahariana, ya que los ciudadanos en estos países no pueden costear los medicamentos y demás avances. Esta precaria situación se presenta no solo por la existencia de enfermedades caras de tratar, como el SIDA, sino también por la presencia de males cuyos tratamientos son baratos, como la tuberculosis y la malaria. Una África más próspera y globalizada estaría mejor capacitada para mejorar su bienestar mediante el combate de ambos tipos de enfermedades. No es de sorprender de que el Fondo Global de las Naciones Unidas para combatir el SIDA, la tuberculosis y la malaria sea subsidiado principalmente por los gobiernos, las organizaciones caritativas y contribuyentes privados de los países ricos.

Aunque ni la globalización ni la riqueza son fines en sí mismos, la primera incrementa la segunda. Esto, en consecuencia, incrementa directamente los indicadores de bienestar humano mediante la previsión de recursos para mejorar dichas medidas. A pesar de la discusión sobre si la globalización ha aumentado o no la desigualdad de ingresos, la realidad señala que la brecha entre ricos y pobres en indicadores más críticos se ha reducido substancialmente a partir de la mitad del siglo XX. Cabe destacar que en los lugares donde estas disparidades se han reducido menos, o quizás incluso han crecido, el problema no ha sido demasiada globalización, sino muy poca.

Los ricos no están mejor porque le hayan quitado algo a los pobres; al contrario, los pobres están ahora mejor gracias a la tecnología que han desarrollado los ricos, y su situación mejoraría aún más si hubiesen estado mejor preparados para capturar los beneficios de la globalización. Si se puede culpar de algo a los países ricos es por implementar políticas tales como los subsidios a sectores económicos privilegiados y las barreras a las importaciones, las cuales han retrasado el avance de la globalización y les han hecho más difícil a los países en desarrollo el capturar sus beneficios.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.