La OTAN sentó precedentes para el ataque de Rusia a Ucrania
Ted Galen Carpenter dice que si bien la agresión rusa contra Ucrania merece una condena universal, esta se da luego de varios malos precedentes de agresión en el extranjero fijados por EE.UU. y sus aliados en Occidente.
Los líderes occidentales y sus aliados en el establishment de la prensa están prácticamente furiosos acerca de la invasión de Rusia a Ucrania. Objetivamente, hay mucho que denunciar respecto de las acciones de Moscú. Incluso cuando los arquitectos de la expansión de la OTAN hacia la frontera rusa y la disposición cada vez más evidente del gobierno ucraniano a convertirse en un miembro y activo militar de la Alianza constituían serias provocaciones, estas no llegaron a un nivel que justificara una ofensiva militar masiva que amenace la existencia independiente del país. Las acciones de Moscú fueron brutales, exageradas y merecen una condena universal.
Sin embargo, la reacción de Occidente no está solo manchada de hipocresía, está totalmente marinada en ella. Los políticos y comentaristas insisten o implican que el ataque de Rusia a Ucrania es un desarrollo único en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y que la violación de la paz por parte de Moscú constituye una amenaza existencial “al orden internacional basado en las reglas” que EE.UU. ha liderado desde 1945. Las comparaciones con la embestida de Adolf Hitler se han vuelto tan frecuentes en la cobertura de la prensa noticiosa de la guerra en Ucrania que ya se han convertido en un cliché.
Hay varios problemas con el argumento de que la invasión de Ucrania es singularmente malvada. Uno es el tufillo de racismo —la creencia de que Europa se supone que debe ser una región más “civilizada” que otras partes del mundo. El mensaje subyacente es que mientras que la agresión militar y el derrame de sangre generalizado es de esperar cuando se trata de dichas sociedades “inferiores”, es simplemente intolerable verlo suceder en Europa (o cualquier parte de Occidente). El corresponsal de CBS News Charlie D’Agata fue especialmente descarado al expresar esa visión, diciéndole a los espectadores que Ucrania “no es un lugar, con todo el respeto, como Irak o Afganistán que ha experimentado un conflicto durante décadas”. El mensaje corolario es que mientras que EE.UU. puede que mire desde lejos cuando dicho barbarismo surge en otras partes del mundo, no puede hacerlo cuando involucra a Europa.
Otro problema con el intento de presentar el uso de fuerza de Rusia en contra de Ucrania como algo que de alguna manera es único, es que la OTAN como una entidad y los poderes de la OTAN que actúan fuera del marco de la Alianza habían cometido anteriormente múltiples actos de agresión flagrante. Por ejemplo, el miembro de la OTAN Turquía invadió la República de Chipre en 1974 y tomó el control de más de un tercio de la isla. Ankara luego procedió a establecer en el territorio ocupado un estado títere, la República Turca de Chipre del Norte.
En un contraste marcado con las expresiones de furia entre los poderes occidentales y la imposición de sanciones “aplastantes” en contra de Rusia por sus acciones en Ucrania, la respuesta de EE.UU.-OTAN a la agresión de Turquía fue superficial y anémica. Incluso las contadas sanciones (ineficaces) que EE.UU. y sus aliados europeos impusieron contra Ankara fueron levantadas pocos años después. Hasta este día, Turquía continúa la ocupación ilegal del territorio de su vecino, aún así continúa siendo un miembro de la OTAN con buena reputación. La cobertura en la prensa noticiosa occidental de la agresión rusa en contra de Ucrania casi nunca menciona el precedente de Chipre.
Incluso las breves referencias a las guerras aéreas de la OTAN en contra de las fuerzas serbias en 1995 y en contra de Serbia en 1999 son casi igual de extrañas. Aún así esos episodios demostraron que la representación oficial en Occidente de la OTAN como una alianza militar puramente defensiva es una mentira. Ambas acciones militares claramente fueron ofensivas, en lugar de defensivas, dado que ni los bosnios serbios ni Serbia habían atacado o siquiera amenazado con atacar a un país de la OTAN. La guerra de 1999 en torno a Kosovo fue un caso especialmente ofensivo de agresión occidental, dado que Serbia era un miembro reconocido de las Naciones Unidas y de otras organizaciones internacionales. Es difícil realizar una distinción legal entre la guerra aérea de la OTAN de 78 días en contra de Serbia y el actual ataque de Rusia contra Ucrania. La amputación de Kosovo de Serbia que efectuó la OTAN con la guerra de 1999 también fijó un precedente para las acciones de Moscú en 2014 en Crimea y para sus actuales objetivos en el este de Ucrania.
Lo que EE.UU. y la OTAN hacen afuera de la “Europa civilizada” ha sido extremadamente feo también. Incluso si uno concede que la Alianza estaba justificada al usar fuerza en Afganistán como una respuesta a los ataques del 9/11 contra un miembro de la OTAN, ese episodio difícilmente justificaba una ocupación militar que duró dos décadas. El comportamiento de la Alianza en otras partes fue todavía peor. Aunque la guerra en Irak no fue una misión oficial de la OTAN, el papel dominante que jugó EE.UU., así como también la participación extensa de otros miembros de la Alianza, ubican al conflicto como otro ítem en la categoría de agresiones occidentales flagrantes. También lo fue la guerra de la OTAN en 2011 para derrocar al líder libio Muammar Qaddafi.
Con todas esas ofensas en el récord de EE.UU.-OTAN es difícil ver a los líderes estadounidenses y europeos actuando como si el asalto de Rusia a Ucrania está totalmente fuera de la norma. De hecho, el récord occidental demuestra que el concepto de un orden internacional basado en normas y liderado por EE.UU. es poco más que una ficción conveniente. EE.UU. y sus aliados han obedecido esas “normas” solo cuando les ha convenido. Cuando sea que convenía a sus propósitos ignorar o incluso violar flagrantemente esas normas, nunca dudaron en hacerlo. La verdad brutal es que los poderes occidentales sentaron múltiples precedentes para la actual maratón de agresión rusa.
Este artículo fue publicado originalmente en Antiwar.com (EE.UU.) el 8 de marzo de 2022.