Las otras encuestas
Manuel Hinds dice que aunque las encuestas comerciales señalen una abundante popularidad del presidente Bukele, la preferencia revelada de los salvadoreños demuestran que estos están desobedeciendo de manera pacífica las órdenes del gobierno de continuar en una cuarentena perfecta.
Por Manuel Hinds
El presidente ha estado usando su supuesta popularidad, medida no en votos recientes sino en encuestas comerciales, como un instrumento para saltarse la Constitución. Basado en la popularidad reportada por esas encuestas, que supera los resultados obtenidos por Stalin cuando se sentaba a escribir las preguntas y las respuestas en sus consultas populares, con un poquito de vergüenza de no irse demasiado cerca del 100%, el presidente se siente libre para imponer su criterio sobre los de los otros dos poderes del estado, imponer una cuarentena que no está científicamente justificada y que está llevando al pueblo a la ruina, y a disponer de vidas y haciendas de una manera totalmente arbitraria. La última noticia que ha dado es que como tiene 95,7% de popularidad, él va a crear un nuevo Estado. Su manera de actuar en toda su vida política da la certeza de que las reformas que quiere hacer no serán para hacer al país más democrático sino, al contrario, para concentrar todo el poder en sí mismo, y para asegurarse de que él, no otros, gocen de ese poder a través de extender sus periodos presidenciales hasta no sabemos cuando, de la misma forma en la que ha ido extendiendo la cuarentena de 15 en 15 días.
Hay dos preguntas que emergen de esto: ¿se dejará el pueblo llevar, primero a una catástrofe económica, y después a una tiranía totalitaria? Y, si no se quiere dejar llevar a ese triste destino, ¿cuáles son los medios que tiene para evitarlo?
Podemos ir contestando estas preguntas en orden, comenzando por examinar sus anuncios de tener la popularidad más grande de la historia, y hacerlo en el tema preciso en el que la encuesta más entusiasta le dio una popularidad más grande que la de los lideres comunistas que sus pueblos echaron apenas tuvieron la oportunidad de hacerlo. ¿Será posible que tenga esa popularidad, que negaría las diferencias estadísticas que siempre existen en las sociedades, o tendrá mucho, mucho menos que eso?
La gente olvida que hay otras encuestas mucho más confiables que las comerciales, las que se manifiestan no en respuestas a un formulario sino en acciones concretas realizadas por la gente. A eso en economía se le dice la preferencia revelada, revelada, es decir, por las acciones de la gente. Mide, pues, no lo que la gente dice que va a hacer, sino lo que hace. Y es en el tema precisamente donde las encuestas dicen que es más popular, en la manera en la que él ha enfrentado la pandemia, que la realidad revelada demuestra que esa popularidad está gruesamente exagerada, o que, si no lo está, es una popularidad que no tiene efectos concretos.
Porque mientras el presidente insiste enfáticamente en que se necesita una cuarentena perfecta, en la que la gente no salga para nada, en esta semana la sociedad ha empezado a desmontar de una manera espontánea la cuarentena que él había impuesto. No es solo que las calles y carreteras del país se han ido llenando de carros, que tiendas no autorizadas están abriendo, que las gentes están ofreciendo servicios que no habían estado disponibles en los meses anteriores, sino que además la policía y el ejército, aunque todavía poniendo conos para dificultar el tráfico en calles y carreteras, se han retirado prudentemente a lugares techados para evadir la constante lluvia, dejando que pase el que lo desee. Cualquiera podría pensar que lo que está pasando es que esta es una dictadura para tiempos secos nada más. Pero es más profundo que eso. Es una dictadura que no aguanta las decisiones arbitrarias de su líder que están dejando a la gente sin ingresos y sin acceso a servicios indispensables.
Esto que está pasando contesta, entonces, las preguntas que hicimos. Primero, el pueblo puede adorar la imagen del presidente, pero eso no implica que le va a hacer caso cuando, como está sucediendo cada vez más frecuentemente, sus decisiones le afecten su posibilidad de sobrevivir y de ser libre. Tontos, no. Segundo, el instrumento que el pueblo ha descubierto que tiene para evitar que lo destruyan es la desobediencia civil. No un líder gritón, ni uno histérico. Sólo su determinación de ejercer su libertad. Y ya lo está haciendo.
Por supuesto, el presidente puede echarle al pueblo el ejército. Pero la complicidad implícita del ejército con el pueblo, del que es parte, muestra que esta no es Venezuela, que no van a disparar contra la gente. Así, el pueblo salvadoreño está descubriendo lo que escribió Étienne de la Boétie en el Siglo XVI: “Me gustaría entender cómo es que pasa que tantas personas, tantos villorrios, tantas ciudades, tantas naciones, a veces sufren bajo un simple tirano que no tiene más poderes que los que ellos mismos le dan; que es capaz de dañarlos sólo hasta el punto en el cual ellos están dispuestos a soportarlo; que no puede hacerles absolutamente ningún daño excepto si ellos prefieren soportarlo que contradecirlo”.
Espontáneamente, el pueblo está descubriendo que no tiene por qué aguantar sufrimientos sin más sentido que la vanidad de una persona. Y al pasar esta pandemia, el pueblo tiene que descubrir que este instrumento de defensa de la democracia, la desobediencia pacífica a medidas tiránicas, es el más efectivo que puede usar para evitar caer en una tiranía. Gandhi en la India y Mandela en Sudáfrica demolieron poderes mucho más grandes con esa arma.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 4 de junio de 2020.