La psicología del pesimismo
Steven Pinker dice que existen tres sesgos emocionales y un sesgo cognitiva que nos inclinan hacia un pesimismo acerca del estado del mundo, pesimismo que no está justificado en la evidencia factual.
Por Steven Pinker
¿Por qué somos tan pesimistas sobre el presente? Mi interés personal en este tema comenzó cuando me percaté de los datos históricos de violencia y los compraré con las respuestas de participantes en una encuesta en internet. Me di cuenta que las personas constantemente consideran que el presente es más letal que el pasado. Tendemos a pensar que la modernidad ha traído consigo una violencia terrible mientras que los nativos del pasado vivían en un estado de armonía, un pasado que hemos abandonado a cambio del peligro. Pero los datos reales nos demuestran que nuestros ancestros en realidad eran mucho más violentos que lo que somos ahora, y que la violencia ha estado en declive durante largos periodos de tiempo. En algunas comparaciones, el pasado fue 40 veces más violento que el presente. De hecho, hoy, tal vez estemos viviendo en los tiempos más pacíficos de la existencia de nuestra especie.
Esta realización me llevó a escribir The Better Angels of Our Nature: Why violence Has Declined (Los mejores ángeles de nuestra naturaleza: por qué la violencia ha declinado). Pero esto no fue el fin de mis encuentros con el pesimismo. Después de escribir un libro sobre guerra, genocidio, violación, tortura y sadismo, pensé en abordar temas realmente controversiales como los infinitivos separados, los participios colgantes, las preposiciones puestas al final de las oraciones, y otros asuntos de estilo en la escritura. Allí también me topé con un pesimismo generalizado. Cuando les comentaba a otros que estaba escribiendo un libro sobre por qué la escritura está tan mal y sobre cómo la podemos mejorar, la reacción universal fue que la escritura está empeorando debido a que el lenguaje se está degenerando.
A este supuesto hecho se le atribuyen un gran número de explicaciones como: “Google nos está atontando” (como dijo un famoso reportaje de portada en la famosa revista Atlantic). Twitter nos está obligando a escribir y pensar en 140 caracteres. La era digital ha producido “la generación más tonta”. Cuando las personas me dan este tipo de respuestas, les pido que por favor se detengan a pensar un momento sobre lo que dicen. De ser ciertas estas aseveraciones, implicaría que las cosas estaban mucho mejor antes de la era digital. Y por supuesto todos los que sean lo suficientemente viejos para recordar la década de los ochenta podrán acordarse de ella como una época en la que los adolescentes hablaban con párrafos articulados, los burócratas escribían en un inglés sencillo, y todo artículo académico era una obra maestra en el arte del ensayo (¿o más bien esto fue en los setenta?).
Más allá de la psicología de la violencia y de la psicología del lenguaje, estos descubrimientos apuntan hacia una pregunta interesante para un psicólogo como yo. ¿Por qué la gente siempre está tan convencida de que el mundo está en declive? ¿Cuál es la psicología del pesimismo? Voy a sugerir que es una combinación de varios elementos de la psicología humana interactuando con la naturaleza de las noticias. Empecemos con la psicología.
Hay una serie de sesgos emocionales hacia el pesimismo que están bien documentadas por los psicólogos y que pueden ser resumidos en el eslogan “Lo malo es más fuerte que lo bueno”. Este es el título de una reseña del psicólogo Roy Baumeister, en la cual hizo un análisis de una gran variedad de evidencia de que las personas son más sensibles a las cosas malas que a las cosas buenas. Si pierdes $10, eso te hace sentir mucho peor que la cantidad con la cual te sientes mejor cuando ganas $10. Esto significa que las pérdidas se sienten con mayor intensidad que las ganancias —tal como Jimmy Connors lo explicó en una ocasión “Detesto perder más de lo que me gusta ganar”. Los malos ratos dejan rastros más profundos en nuestro ánimo y memoria que los buenos ratos. Las críticas duelen más que lo que nos confortan las alabanzas. La mala información se procesa con mayor atención que la buena. Esto no es más que la punta del iceberg de fenómenos de laboratorio que demuestran que lo malo se impone ante lo bueno.
Pero, ¿por qué es lo malo más fuerte que lo bueno? Sospecho que hay una razón profunda que está en última instancia ligada con la segunda ley de la termodinámica, esto es que la entropía o el desorden nunca decrece. Por definición, hay más maneras en que un estado del mundo puede estar desordenado que ordenado —o, en su versión más vernácula, “pasan cosas”. Esta es una pregunta que una vez me hizo mi difunto colega Amos Tversky, un psicólogo cognitivo de la Universidad de Stanford: ¿Cuándo se acabe esta conferencia cuántas cosas buenas te pueden ocurrir hoy? Deja que tu imaginación fluya sin barreras. Y ahora: ¿cuántas cosas malas podrían ocurrirte hoy? Creo que coincidirán en que la segunda lista es más larga que la primera. Por poner otro experimento mental, imaginen cuánto mejor podrían sentirse comparado con cómo se sienten ahora mismo. Ahora imagina cuánto peor podrían sentirse. Ni siquiera deben realizar el experimento. No debería sorprender que esto probablemente haya dejado una huella en la psicología de la percepción del riesgo.
El hecho de que lo malo domine sobre lo bueno se multiplica por una segunda fuente de sesgos, en ocasiones llamada la ilusión de los buenos viejos tiempos. La gente siempre añora una edad dorada. Siente nostalgia por una era en la que la vida era más simple y predecible. El psicólogo Roger Eibach ha argumentado que esto pasa porque la gente confunde los cambios en sí mismos con cambios en los tiempos. A medida que envejecemos ciertas cosas nos ocurren de forma inevitable. Adoptamos mayores responsabilidades, de modo que tenemos una carga cognitiva más grande. Nos volvemos más vigilantes respecto a las amenazas, especialmente cuando nos convertimos en padres. Asimismo nos hacemos más sensibles frente a más tipos de errores y fallos. Esto se muestra con claridad en el lenguaje: a medida que ganamos experiencia leyendo prestamos más atención a los detalles más mínimos de la puntuación, la ortografía y la gramática, detalles que antes se nos escapaban cuando teníamos un historial más corto en prestarle atención al lenguaje escrito. Al mismo tiempo, vemos que nuestras capacidades decrecen. Conforme envejecemos, nos volvemos más tontos en términos de nuestra capacidad bruta de procesar y retener información.
Hay una fuerte tendencia a atribuir equivocadamente estos cambios en nosotros mismos a los cambios en el mundo. Varias manipulaciones experimentales lo corroboran. Si animas a la gente a intentar hacer algún cambio en sus vidas —digamos, comer menos grasa— frecuentemente se acaban convenciendo de que hay más y más anuncios de comida grasa.
Esto se relaciona con un tercer sesgo, la psicología de la moralización. Las personas compiten por autoridad moral —por quien llega a ser considerado el más noble— y los críticos son vistos como más moralmente comprometidos que quienes son apáticos. Esto es verdad, especialmente cuando se trata de ideas en discusión en una comunidad local. Las personas se identifican con tribus morales: lo que uno piensa que es merecedor de moralidad, se relaciona con el grupo del cual uno forma parte. Así que la pregunta en cuestión hoy —¿El mundo está mejorando o empeorando?— se ha convertido en un referendo acerca de la modernidad, de la erosión a través de los siglos de la familia, la tribu, la tradición, y la religión, lo cual dio paso al individualismo, el cosmopolitismo, la ciencia, y la razón. Puesto de manera sencilla: sus creencias factuales acerca de si el mundo está mejorando o empeorando anuncian sus creencias morales acerca de qué tipo de instituciones e ideas nos convienen o perjudican.
Esos son tres sesgos emocionales hacia el pesimismo. También tenemos sesgos cognitivos que nos inclinan en esa dirección, el principal de ellos siendo la “heurística de disponibilidad”. Esta es una característica de la psicología de la probabilidad documentada también por Tversky, en colaboración con el economista ganador del Premio Nobel, Daniel Kahneman. Hace cuarenta años, Kahneman y Tversky argumentaron que una de las maneras en que el cerebro humano estima las probabilidades de algo, es usando una simple regla de oro: mientras más fácil le sea recordar en ejemplo de algo, considerará más alta su probabilidad de que vuelva a suceder. El resultado es que cualquier cosa que haga a un incidente más memorable hará que sea percibido como más probable. Las peculiaridades de las habilidades del cerebro de retener información afectan la manera de estimar la probabilidad de un riesgo. Sucesos que han sido recientes, o más fáciles de imaginar, o más fáciles de recordar —cualquier cosa que ayude a formar una imagen en nuestra mente— serán juzgados como si vinieran de una categoría de eventos más probables.
Kahneman y Tversky ofrecen un ejemplo sencillo: ¿qué es más común, las palabras que comienzan con la letra r, o las palabras que tienen a la letra r en el tercer puesto? Las personas dicen que son más comunes las palabras que empiezan con r, cuando en realidad es al revés. La razón por la cual se da este error es que recordamos las palabras por su primera letra, y no por la tercera. Uno puede preguntar esto acerca de casi cualquier letra del alfabeto y recibirá el mismo resultado, porque no podemos recordar palabras por cualquier otra posición que la primera letra. Vemos a la heurística de disponibilidad en acción todo el tiempo. Las personas tienen más miedo a los accidentes de aviones, a los ataques de tiburones y a los ataques terroristas —especialmente si uno sucedió recientemente— que a la muerte por electrocución accidental, caídas, o ahogamiento. Los últimos ejemplos son objetivamente mucho más riesgosos, pero no suelen ocupar la primera plana de las noticias.
Creo que cada uno de estos sesgos psicológicos interactúa con la naturaleza de las noticias para darnos un aura de pesimismo. ¿Qué son las noticias? Las noticias son, por definición, cosas que pasan… No son las cosas que no suceden. Si hay un tiroteo en una escuela, eso es noticia. Si hay otra escuela que no sufre un tiroteo, uno no ve a un reportero afuera con una cámara y un camión de noticias diciendo, “hoy día esta escuela no ha sido víctima de un tiroteo” —o en cualquier otra de las miles de escuelas en las que no ha habido tiroteos. Las noticias son inherentemente inclinadas hacia eventos violentos precisamente porque estos son eventos.
Este sesgo es además multiplicado por la manera de programar las noticias: “si sangra, va en portada”. Consumir noticias de violencia es placentero. Destinamos una cantidad sustancial de nuestra renta libremente disponible para ver tragedias shakesperianas, películas del Viejo Oeste, de mafias, de James Bond, de tiroteos, de literatura barata, y de otras narrativas en las que las personas son disparadas, acuchilladas o explotadas. No es sorprendente entonces que cuando se trata de aumentar audiencia en las noticias, se recurra al mismo tipo de horror por el que pagamos para ver ficción, paguemos por verlo en realidad. Esto es multiplicado por el hecho de que hoy en día hay 1.750 millones de teléfonos inteligentes en el mundo, lo que significa que hay 1.750 millones de reporteros en el mundo. Sucesos sangrientos que hasta hace una década eran árboles caídos en un bosque sin que nadie los escuche, ahora pueden ser grabados en tiempo real y transmitidos instantáneamente por Internet. Todas estas características de los medios de noticias avivan la heurística de disponibilidad. Nos dan una imagen vívida y memorable de sucesos recientes, lo que es precisamente el tipo de material que sesga nuestras estimaciones de probabilidad.
En suma, hay muchas razones para pensar que las personas tienden a ser más pesimistas acerca del estado del mundo de lo que justifica la evidencia. He sugerido que esto se puede atribuir a tres sesgos emocionales inherentes en nuestra psicología: el mal predomina sobre el bien, la ilusión de los buenos viejos tiempos, y la competencia moralista. Estos contribuyen a un solo sesgo cognitivo —la heurística de disponibilidad— que por su parte interactúa con la naturaleza de las noticias, generando una inclinación hacia el pesimismo.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Cato's Letter (EE.UU.), Vol. 13, No. 1, invierno de 2015. Este texto es la transcripción de su presentación en el Instituto Cato en noviembre de 2014.