Hay dos preguntas que me gusta hacerle a la gente: “¿Qué opina usted de los políticos?” Usualmente las personas contestan con todo tipo de calificativos negativos: mentirosos, oportunistas, corruptos, ineptos, mediocres, entre otros que no puedo reproducir aquí. Inmediatamente les pregunto de nuevo: “¿Cuál piensa usted que debe ser el rol del Estado en una sociedad?” La mayoría responde que el Estado debe velar por la justa distribución de la riqueza, la paz social, la educación, la salud, la regulación de las actividades económicas, la promoción de la moral y las buenas costumbres, el bien común, el impulso de la cultura y las artes, la lucha contra los vicios, y un muy largo etcétera. La dicotomía entre ambas respuestas me atormenta. ¿Cómo es que tenemos una opinión tan negativa de los políticos y al mismo tiempo le queremos dar al Estado (que es manejado por políticos) tanto poder sobre nuestras vidas?
Hago esta observación a raíz del video divulgado por Telenoticias de las declaraciones de la ministra de Deportes de Costa Rica, Giselle Goneyaga, en el Cuarto Foro Internacional Paz y Deporte en el Principado de Mónaco (pueden verlo aquí). Sobran las palabras para describir la ridícula errática presentación de la ministra, y en las redes sociales la interrogante de rigor es: “¿qué hace esta señora al frente de un ministerio?”. Sin embargo, estoy seguro que si hacemos un sondeo en Facebook y Twitter, la mayoría de las personas estarían a favor de que exista un Ministerio del Deporte.
Lo mismo ocurre con la Asamblea Legislativa. Constantemente escuchamos todo tipo de quejas sobre la labor que realizan los diputados, y con justa razón. En la actual Asamblea Legislativa tenemos personajes que se han subido en monumentos nacionales, que no hacen quorum por representar portales vivientes, que han soltado en canto en medio discurso en el Plenario, que dicen necesitar ganar más para comprarse mejores trajes, etc. Y aún así nuestra principal queja con los diputados es que no pasan suficientes leyes al año, legislación tendiente a controlar de alguna u otra forma nuestras vidas.
Tampoco hay que ser injustos. En el sector público hay grandes profesionales y con muy buenas intenciones. Pero estos tienden a ser gratas sorpresas. La realidad es que el Estado es manejado por gente imperfecta, cuyos errores, en gran o menor medida, tienen un alto impacto sobre todos nosotros. Algunos dirán que es cuestión de quitar a la gente mala de las posiciones de poder y poner a gente buena. Sin embargo el proceso político es de tal natulareza que, por lo general, es la gente menos buena la que prevalece. Prueba de ello es que en la pasada campaña un candidato hasta se promovió como “el menos malo”.
De ahí que yo sea liberal. No me gustan los políticos, y es por eso que quiero reducir la capacidad de estos de tomar decisiones por mí, sobre lo que más me conviene. No les quiero confiar mi salud, ni la educación de mis hijos. Tampoco quiero que me digan qué puedo consumir o con quién puedo casarme. Ni me parece que me digan cómo debo ahorrar para mi pensión o que me quiten impuestos para financiar una religión en la que puedo o no creer. Sí, a mi parecer debe haber un Estado que vele por la seguridad de las personas, que administre la justicia, que financie la educación primaria y secundaria y que esté ahí por los que no pueden valerse por sí mismos, entre otras pocas funciones. Pero fuera de eso, la gente está mejor cuando se organizan por sí mismas sin que los políticos tomen decisiones por ellos.
Episodios como los de Goneyaga deben servirnos para que, la próxima vez que queramos que el Estado haga algo por nosotros, recordemos quién por lo general está al frente de éste. En mi caso, yo opto por la libertad.