La guerra contra el terrorismo no requiere una maquinaria

Por William A. Niskanen

Después de los aterradores acontecimientos del 11 de septiembre del 2001, la mayoría de los estadounidenses apoyaron medidas más efectivas contra el terrorismo. Por tal motivo, suponemos, la administración Bush ha argumentado que tanto la guerra en Irak como un gran incremento en el presupuesto de defensa estadounidense son medidas necesarias en la guerra contra el terrorismo. En ambos casos el gobierno norteamericano está profundamente equivocado.

En un discurso en Cincinnati el 7 de octubre del 2002, el presidente George W. Bush afirmó que "confrontar la amenaza presentada por Irak es crucial para ganar la guerra contra el terrorismo". Desde la cubierta del portaviones USS Abraham Lincoln el 1° de mayo del 2003, Bush sostuvo que "la liberación de Irak es un avance crucial en la campaña contra el terrorismo". Más recientemente, en una conferencia de prensa conjunta con el primer ministro británico, Tony Blair, a mediados de julio, Bush concluyó que "la remoción de Saddam Hussein es una parte integral en ganar la guerra contra el terrorismo".

No obstante, repetir un argumento no es convincente. En ningún momento, por ejemplo, la administración Bush hizo pública evidencia alguna de que el gobierno iraquí apoyó los ataques del 11 de septiembre o le brindó asistencia a al Qaeda o a cualquier otro grupo terrorista internacional. De hecho, el liderazgo de al Qaeda consideraba infieles a los líderes seculares iraquíes por no hacer de ese país un Estado islámico.

Además, la guerra en Irak pudo haber minado la guerra mundial contra el terrorismo.

Existen muchas razones para esto. Primero, fuentes especializadas de inteligencia han sido desviadas para apoyar la guerra y la reconstrucción de Irak. Las unidades de inteligencia estadounidenses cuentan únicamente con un pequeño número de intérpretes y especialistas árabes que no pueden secundar las operaciones iraquíes sin reducir el apoyo necesario para la guerra contra el terrorismo.

Segundo, la guerra de Irak pudo haber disminuido la buena disposición de otros gobiernos de compartir inteligencia con Washington o arrestar a sospechosos en sus propios países y extraditarlos a Estados Unidos.

Tercero, el costo de la guerra pudo haber retardado la instalación de medidas defensivas en territorio estadounidense por parte del nuevo departamento de Seguridad Doméstica.

Por último, es muy probable que la guerra en Irak provoque que al Qaeda y otros grupos ataquen a estadounidenses tanto en casa como en el extranjero. El mismo Irak ha sido escenario de violencia contra las fuerzas norteamericanas, los intereses de otros países y, con el ataque a los cuarteles de las Naciones Unidas, contra la misma comunidad internacional.

Mientras que pudieron existir razones importantes para la guerra estadounidense en Irak, el raciocinio anti-terrorista es espurio. Sin embargo, la administración Bush también ha usado la guerra contra el terrorismo para justificar amplios incrementos en el gasto de defensa. El primer capítulo del presupuesto para el año fiscal 2004, titulado "Ganando la Guerra contra el Terrorismo", propone un presupuesto para el departamento de Defensa que era 34% más alto que el que heredó la administración Bush en el 2001. En mayo, el secretario Donald Rumsfeld defendió el presupuesto presentado como "el primero en reflejar las nuevas estrategias y políticas de defensa y las lecciones de la guerra mundial contra el terrorismo... Para ganar la guerra contra el terrorismo, nuestras fuerzas necesitan ser flexibles, livianas y ágiles". Esa línea de argumentación fue al parecer lo suficientemente persuasiva para que el Senado aprobara 95 a 0 un presupuesto del Pentágono para el año fiscal del 2004 de $232.000 millones.

La probabilidad de más guerras como la de Irak podría justificar un presupuesto de defensa aún más grande, pero la guerra contra el terrorismo no. Los terroristas operan en pequeñas células y usualmente utilizan arsenales primitivos. Ellos no pretenden derrotar una fuerza militar sino causar suficiente daño para inducir a los gobiernos a cambiar sus comportamientos. El departamento de Defensa podría necesitar, entre otras cosas, un sistema balístico de defensa, tres bombarderos de combate avanzados y una nueva nave de superficie—pero no para luchar contra los terroristas.

Una guerra efectiva contra el terrorismo no es una guerra convencional. Las armas más efectivas son una buena inteligencia—compartida entre los gobiernos nacionales, las diversas agencias de inteligencia estadounidenses, y entre el FBI y los departamentos locales de policía de Estados Unidos—y un efectivo patrullaje policial local. La administración Bush aún no explica cómo un ejército ampliado puede defender a los ciudadanos estadounidenses de células terroristas que usan bombas hechas de fertilizantes.

Podrían haber razones importantes para aumentar el presupuesto de defensa, pero la guerra contra el terrorismo no es una de ellas. Casi todos los estadounidenses apoyan una guerra efectiva contra el terrorismo. La administración Bush debería demostrar un compromiso hacia esta guerra y dejar de utilizar esta preocupación generalizada sobre el terrorismo como un raciocinio espurio para otras políticas.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.