La ansiedad, la desesperación y la pandemia del coronavirus
Jeffrey A. Singer señala cómo las ordenes de quedarse en casa como medida para mitigar las víctimas del coronavirus habrían perjudicado a aquellos que sufren desordenes de salud mental.
Las intervenciones de salud pública comprenden costos no-económicos y económicos. Algunos costos pueden involucrar aspectos de la salud pública.
He escrito acerca de cómo las prohibiciones generalizadas de los procedimientos médicos electivos combinadas con el miedo desde ya infundido en la gente para causar retardos importantes en los cuidados médicos necesarios. Esto se suma al sufrimiento humano de causas distintas al virus del COVID-19. Muchas personas con condiciones crónicas, particularmente los pacientes con dolores crónicos, son afectados de manera desproporcionada mediante el acceso reducido a los cuidados de rutina. Luego está la caída dramática en la cantidad de niños que reciben inmunizaciones importantes en el momento adecuado en contra de patógenos mucho más peligrosos porque los padres, temiendo que sus hijos contraigan el COVID-19, se han mantenido lejos de las consultorios de los pediatras. Lo que muchas veces se ignora es el gran número de personas con ansiedad y otros desordenes de salud mental cuyas condiciones también han empeorado —mediante el miedo, el aislamiento y las dificultades económicas inducidos por el cierre de la economía.
Una encuesta de Kaiser Family Foundation a principios del mes pasado descubrió que casi la mitad de los estadounidenses afirmaron que la crisis de salud pública está perjudicando su salud mental. Una línea telefónica de ayuda llamada Disaster Distress dirigida por la Administración de Abuso de Sustancias y Salud Mental ha experimentado un incremento marcado de llamadas desde que empezó la crisis. Según la Encuesta Household Pulse, conducida de manera conjunta por el Centro Nacional de Estadísticas de Salud y el Buró del Censo, cerca del 30 por ciento de los estadounidenses reportan síntomas de ansiedad y 25 por ciento reportaron síntomas de depresión desde mediados de abril. La organización que administra beneficios de farmacias Express Scripts vio un alza de 34,1 por ciento en las prescripciones entregadas para medicinas para combatir la ansiedad entre febrero y marzo, y reportó que “Más de tres cuartos (78%) de todas las prescripciones para anti-depresivos, ansiolíticos y medicinas contra el insomnio que fueron atendidas en la semana que terminó el 15 de marzo (la semana pico) eran prescripciones nuevas”.
El abuso de sustancias, la ansiedad, la depresión y otros problemas de salud mental usualmente se caracterizan por sentimientos de aislamiento y soledad. Las ordenes de quedarse en casa solo pueden exacerbar esos sentimientos. La interacción humana y el sentimiento de conexión son esenciales para su recuperación. Mientras que Zoom y otras formas de reuniones a distancia pueden ayudar hasta cierto punto, estos medios carecen de la intimidad y claves de comportamiento requeridos para que haya una conexión genuina.
Súmele a los efectos de la cuarentena la ansiedad y la depresión que resultan de la pérdida de un negocio, un empleo, y de los ahorros y uno puede esperar ver un aumento dramático en las “muertes de desesperación” como resultado de la crisis sanitaria. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) definen las “muertes de desesperación” como “suicidios, sobredosis de drogas, y muertes relacionadas con el alcohol”. A principios de mes la Well Being Trust publicó un estudio que evaluaba la combinación tóxica del aislamiento con la dificultad económica y proyectó aumentos en las muertes de desesperación de 27.644 con una recuperación económica rápida (el impacto más pequeño sobre el empleo), 154.037 con una recuperación lenta (el mayor impacto sobre el empleo), y un incremento de 68.000 muertes con un escenario intermedio.
Las intervenciones estatales para abordar una emergencia de salud pública podrían algunas veces requerir ordenes que resulten en una medida única para todos. Al ejercer esta autoridad, debe tomarse en cuenta los costos que implican dichas políticas. Estos costos muchas veces son económicos y pueden perjudicar de manera indirecta los factores sociales que determinan la salud. Pero quienes diseñan las políticas públicas no deben perder de vista el hecho de que muchos de estos costos conciernen de manera más directa los componentes cruciales de salud pública que no están relacionados con el coronavirus.
El anterior pasante de Cato Jimmy Schmitz ayudó con la investigación para este artículo.