Intervención estatal en la salud

Por Carlos A. Ball

Los tres sectores que han sufrido de mayor politización son los que hoy le crean los más graves problemas al ciudadano: las escuelas, el sistema de pensiones y la medicina.

El caso de la medicina es trágico. Usted ha notado su deterioro a lo largo de varias décadas. La intervención gubernamental en nuestras relaciones con los médicos, enfermeras, hospitales, laboratorios farmacéuticos y farmacias las han vuelto más complicadas, menos eficientes y muchísimo más costosas.

Con la excusa de garantizar que el medicamento sea efectivo, que el médico considere todas las posibles ramificaciones y complicaciones de la enfermedad, que nadie vaya a auto-recetarse y que los pobres y los ancianos reciban atención médica pagada por el resto de los contribuyentes de impuestos, se ha creado un verdadero monstruo, de una complejidad infernal, diseñado por burócratas empeñados en obligarnos a actuar a su manera, junto con políticos interesados primordialmente en ganarse el apoyo electoral de los grupos de presión.

Desde 1964, el tiempo que tienen que dedicar los laboratorios farmacéuticos a las investigaciones y al desarrollo de un nuevo medicamento aumentó de seis a 15 años. ¿Por qué? En 1964 la Agencia de Alimentos y Medicamentos (FDA) requería que los nuevos fármacos no fueran a hacer daño. Ahora los laboratorios tienen que probarles a los burócratas que la medicina sí va a ser efectiva en un alto porcentaje de enfermos. Eso significa que esos laboratorios gastan un promedio de 15 mil millones de dólares al año en hacer todas las pruebas requeridas por la FDA. Introducir cada medicamento nuevo cuesta un promedio de 800 millones de dólares.

Lo que no cuentan son los muertos que ocasiona el retraso de nueve años en el lanzamiento de cada nueva medicina, el abandono de investigaciones sobre medicamentos para males poco frecuentes y el altísimo precio de venta necesario para recuperar la inversión, durante la limitada duración de la patente.

De hecho, burócratas y políticos han disparado el costo de los medicamentos con regulaciones absurdas, pero se espantan ante el costo de los nuevos fármacos, buscando entonces maneras para que no sea el enfermo quien tenga que pagar por estos, sino un tercero como una empresa de seguro o las llamadas Organizaciones de Mantenimiento de la Salud (HMO).

Se trata de un sistema perverso que ha hecho inmenso daño a la relación médico - paciente. El Estado ha hecho todo lo posible por convertir al médico en un burócrata más, desvirtuando la razón de ser de muchos años de estudios al limitar su libertad de actuar e impedir que le dedique debido tiempo al paciente por el inmenso peso de los complejos trámites para cumplir con infinidad de informes oficiales y para protegerse de demandas judiciales.

Otra consecuencia indeseable ha sido la proliferación de demandas por parte de abogados litigantes. Eso ha logrado que los médicos cuiden sus espaldas recetando varios medicamentos para cubrir cualquier posibilidad o insistiendo en procedimientos quirúrgicos no claramente necesarios. En casos extremos como en el estado de Nevada, los ginecólogos dejaron de practicar medicina por no poder sus pacientes pagar por el seguro contra demandas.

El consultorio médico que años atrás era un lugar muy especial, donde el contacto personal y la relación de confianza con el doctor jugaban un papel fundamental, el socialismo reinante en el campo médico lo ha transformado en una línea de ensamblaje, donde el paciente pasa por las manos de varios funcionarios que llenan formularios y hacen preguntas, para que luego el doctor nos dedique minutos contados. Muchos médicos viejos, de gran experiencia, se sienten decepcionados y se están jubilando, mientras que los jóvenes que no conocieron un mundo mejor creen que lo que está sucediendo es normal.

El problema ha sido desvincular la relación médico - paciente. Este último no paga por la consulta. Lo hace el seguro de la empresa donde trabaja o el Estado. El médico, entonces, tiene que lidiar con el seguro o con la agencia gubernamental, lo cual multiplica sus costos e impide darle la atención debida al paciente.

Desmantelar ese andamiaje infernal, tan costoso en sufrimiento, vidas y dinero, no será fácil.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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