Guerra contra las drogas en Afganistán: Manteniendo claras nuestras prioridades

Por Ted Galen Carpenter

La guerra contra las drogas está interfiriendo con los esfuerzos de EE.UU. para destruir a Al Qaeda y a los Talibanes en Afganistán. Funcionarios de EE.UU. están queriendo cada vez más erradicar las drogas al mismo tiempo que buscan dar alas a la embrionaria democracia en Afganistán, simbolizado por el régimen pro-occidente del presidente Hamid Karzai. Pero ellos tienen que enfrentar la realidad de que no es posible alcanzar los dos objetivos.

Afganistán ha sido una de las principales fuentes de opio—y por lo tanto, de heroína—por muchos años. Ciertamente ha habido una tendencia hacia un incremento sostenido en la producción de opio por más de dos décadas. La única interrupción a esa tendencia sucedió en el 2001 a causa de un edicto del régimen Taliban prohibiendo el cultivo de opio, so pena de muerte. (Los líderes Talibanes tenían un motivo ulterior para esa prohibición. Ellos habían almacenado previamente grandes cantidades de opio y querían crear una escasez temporal para incrementar los precios y llenar las arcas del régimen con ingresos adicionales). Hoy en día Afganistán representa casi un 75 por ciento de la oferta mundial de opio.

Durante la guerra civil entre los Talibanes y la Alianza del Norte en los 90, ambos lados estaban involucrados extensamente en el narcotráfico. Desde que las fuerzas de EE.UU. y la Alianza del Norte derrocaron a los Talibanes a finales del 2001 y los empujaron, al igual que a miembros operativos de Al Qaeda, al vecino país de Pakistán, el narcotráfico ha sido más notable. El tráfico ahora llega a aproximadamente 2 mil millones de dólares, casi la mitad del producto interno bruto de la empobrecida Afganistán.

Se estima que aproximadamente 264,000 familias están envueltas en el cultivo de opio. Incluso medido basándose en la familia inmediata, eso se traduce a grandes rasgos en 1.7 millones de personas—un 6 por ciento de la población de Afganistán. Dado el rol de la familia extensa y de los clanes en la sociedad afgana, el número de personas afectadas es mucho mayor que eso. Ciertamente es probable que un 20 a 25 por ciento de la población esté envuelta directa o indirectamente en el narcotráfico. Para muchos de ellos el cultivo de opio y otros aspectos del narcotráfico es la diferencia entre una prosperidad modesta y la pobreza absoluta. No verán con buenos ojos los esfuerzos por destruir su medio de subsistencia.

Desgraciadamente, durante el 2004 el gobierno de EE.UU. ha incrementado la presión sobre el frágil gobierno de Karzai para tomar medidas enérgicas contra el cultivo de droga. En agosto, el secretario de defensa de los EE.UU., Donald Rumsfeld, ordenó a las fuerzas armadas en Afganistán hacer de la erradicación de la droga una alta prioridad.

Esa medida es un gran error. Los Talibanes y sus aliados de Al Qaeda han mostrado ahora un resurgimiento en Afganistán, especialmente al sur del país. Si los fervientes estadounidenses a favor de la guerra contra las drogas alienan a cientos de miles de granjeros afganos, la permanencia del gobierno de Karzai, el cual no está muy asegurado actualmente, se volvería incluso más precario. Entonces Washington se enfrentaría ante la desagradable disyuntiva de permitir a los radicales islámicos retomar el poder o mandar más tropas estadounidenses para suprimir la insurgencia.

Los funcionarios de EE.UU. necesitan mantener claras sus prioridades. Nuestro enemigo mortal es Al Qaeda y el régimen Taliban que hizo de Afganistán un santuario para esa organización terrorista. La guerra contra las drogas es una distracción peligrosa en la campaña por destruir a esas fuerzas. Los funcionarios estadounidenses deberían hacerse de la vista gorda respecto a las actividades con las drogas de los granjeros afganos. Washington debe parar de presionar al gobierno afgano a llevar a cabo programas de erradicación de los cultivos de droga y no debería de convertir a los soldados de EE.UU. en cruzados anti-drogas. Incluso aquellos legisladores que se oponen al fin de la guerra contra las drogas deben reconocer que, en este caso, la guerra contra el terrorismo islámico debe tener prioridad.

Traducido por Nicolás López para Cato Institute.